viernes, 25 de mayo de 2012

Teología de la oración


Borraz Girona, Francisco, Teología de la oración según la doctrina de San Juan de Ávila, Zaragoza 2007, 252 pp, 17 x 23,5 cm (Carthaginensia 50 (2010) 455-456).
Pocos temas pueden ser más apreciados para el estudio por un sacerdote que el de la oración, núcleo de su vida ministerial y tálamo donde se encuentra con el Señor en la unión vocacional de su ser más íntimo; por ello ha sido todo un acierto que el presbítero de la parroquia de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, Don Francisco Borraz Girona, eligiera este tema como estudio y formación y, de paso, nos regalara este hermoso tratado sobre la teología de la oración en la doctrina de San Juan de Ávila, a la sazón patrón de los sacerdotes españoles. Porque no debemos olvidar que, como el mismo Jesús antes y después de sus grandes señales, el sacerdote debe buscar siempre el agua refrescante de la oración y no dejarse arrastrar por las mil preocupaciones diarias que los sacerdotes deben cumplir en un país donde las vocaciones no llegan a las cifras de antaño y la cura pastoral demanda más esfuerzos intelectuales y hasta físicos. La oración es el hondón del que mana la serenidad del día a día y la claridad para mantener firme la vocación.
La propuesta de Borraz Girona se estructura en seis capítulos en los que se pretende, por este orden, establecer los fundamentos, la naturaleza y las condiciones de la oración, según las enseñanzas del santo; descubrir los grados de la oración en sus escritos, tanto la oración vocal como la mental y el grado máximo de la mística; y rastrear la proyección que la doctrina de San Juan de Ávila ha tenido en otros maestros y autores espirituales de su tiempo, como Fray Luís de Granada y Santa Teresa de Jesús. Para llevar a término tan feliz propuesta el autor desgrana los capítulos de forma precisa y sistemática. En primer lugar Los fundamentos de la oración (29-58): la fe, la humildad y la confianza; en segundo momento la Naturaleza de la oración (59-99): ser un diálogo de amor sobrenatural; seguidamente las Condiciones, fin y eficacia de la oración (101-115); en cuarto lugar la parte del león del tratado, Contenido y grados de la oración (117-162): oración vocal, mental y mística; el quinto capítulo está dedicado a Oración y vida (163-183), donde se aplica la oración a la vida del sacerdote y su relación con el apostolado; el último capítulo está dedicado a la Proyección de la doctrina de Juan de Ávila (185-239).
El estudio de la obra nos permite comprender con precisión qué entendía Juan de Ávila cuando se refería a la oración. La oración, para el santo, es fruto de la vivencia personal de nuestra filiación divina, que brota del deseo de Dios y es signo de nuestra indigencia. Este deseo del hombre no tiene otro fundamento que no sea el conocimiento de Dios por fe, conocimiento que nos lleva a creer en su omnipotencia, por la que Dios puede atender nuestra oración y por tanto quiere, pues es misericordioso. Así entendida, la oración es para el santo un diálogo de amor con Dios, diálogo que está compuesto por tres fases: presentar a Dios nuestra indigencia como hijos suyos que somos, la súplica a la omnipotencia misericordiosa de Dios que puede y quiere atender nuestra imprecación, y la espera de la respuesta. Estas tres fases de la oración son un reflejo de la acción Trinitaria: el Verbo interviene con su magisterio y mediación, a través de su santísima Humanidad; el Espíritu Santo, con su luz y sus mociones; y el Padre, por su virtud de Primer Principio, del que todo deriva, y la atracción de último Fin, en el que todo se consuma. Ante esta triple acción divina, la oración se torna una balbuciente súplica en tres modalidades: vocal, mental y mística. En la oración vocal ocupan un lugar importante la petición, la alabanza y adoración y la gratitud; en la mental propone el santo como contenido la Pasión del Señor; la oración mística, por su parte, se nutre de la contemplación de la Santísima Humanidad de Cristo. El sacerdote, llevado en alas de la oración, es capaz de vivir su vocación con verdadero empeño. La oración no es algo accesorio en el oficio del sacerdocio, sino central y sustancial. Sin oración, la vida del sacerdote no pasaría de ser un mero fluir de una acción sin objetivo ni fin, puesto que no cumpliría su verdadera función de mediador. En la oración el sacerdote se hace uno con Cristo y cumple con su función.
Estamos ante un texto hermoso y bien trabado, fruto de un trabajo profundo y meditado que aporta un valor de testimonio, sin duda, pero también de “inteligencia de la fe”. Es recomendable que los futuros sacerdotes se adiestren en la práctica de la oración con el fin de cumplir su misión y para ello no estaría nada mal la lectura e, incluso, el estudio de esta magnífica obra de investigación.

Bernardo Pérez Andreo

lunes, 7 de mayo de 2012

Corpus mysticum


Cardinal de Lubac, Henri, Corpus mysticum. L’Eucharistie et l’Église au Moyen Âge. Étude historique. Sous la direction de Éric de Moulins-Beaufort. Œuvres complètes XV. Les Éditions du Cerf, Paris 2009, XLVII + 592 pp, 13,5 x 21,5 cm (Carthaginensia 51 (2011) 189-190).
El presente volumen de las obras completas de de Lubac recoge la, probablemente, mayor influencia de este teólogo en el posterior Concilio Vaticano II. Su estudio sobre el Corpus mysticum marcará de forma definitiva la comprensión de la Iglesia que los padres conciliares tendrán presente a la hora de elaborar Lumen Gentium, especialmente el número 8, tras la sustitución de Tromp por Philips en la dirección del schema De Ecclesia. Si Tromp significaba la eclesiología de Mystici corporis, Philips permitió el giro copernicano del Concilio con la introducción de la, llamémosla así, eclesiología del Corpus mysticum de de Lubac.
El estudio histórico, como reza el subtítulo, permite esbozar la relación entre la Iglesia y la Eucaristía por medio del simbolismo del cuerpo místico. En los comienzos de la patrística, el término se aplica a la Eucaristía, cuerpo místico de cristo, mientras la Iglesia es considerada la continuación histórica del cuerpo real de Cristo. Pero, al pasar el siglo X, se empieza a aplicar el símbolo del cuerpo místico a la Iglesia, dejando la dimensión real a la Eucaristía. Este cambio en el simbolismo acarrreará modificaciones en la interpretación teológica de la Iglesia, que pasará a ser considerada una realidad sacramental y no tanto una realidad meramente histórica. Como se puede colegir, sólo hay un paso hacia la distinción entre Iglesia en tanto que sociedad e Iglesia como realidad invisible y espiritual. Los debates de los reformadores y Trento están servidos con este cambio. Pero también tenemos en ciernes la consideración de la Iglesia como sacramento universal de salvación del Vaticano II. Sin embargo, la síntesis conciliar sólo fue posible gracias al trabajo teológico de Henri de Lubac, autor de profundos conocimientos y de gran esmero en la investigación histórica y dogmática.
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