lunes, 19 de noviembre de 2012

Epistemología y complejidad


Aguado Terr, Juan Miguel, Comunicación y Cognición. Bases epistemológicas de la complejidad, Comunicación social ediciones y publicaciones, Sevilla, 2003, 474 pp, 14 x 21 cm (Carthaginensia 45 (2005) 521-522).
El siglo XX nace en filosofía con la irrupción de dos obras filosóficas que marcarán el devenir histórico del pensamiento. De un lado la fenomenología de Husserl intentará salvar a la filosofía de su mal congénito: el idealismo, pero sin salir propiamente de su ámbito de influencia; de otro lado tenemos la fructífera línea de investigación abierta por Wittgenstein. Será la preocupación por el lenguaje la que dé un fruto más duradero al entroncar con las reflexiones sobre el conocimiento humano y unirlas a la preocupación por el ámbito comunicacional. El siglo XXI, por su parte, nace con una preocupación más marcada por la interrelación de todos los elementos que tienen que ver con el hombre y su mundo. Ahora se trata de superar los marcos reduccionistas para establecerse en estructuras de pensamiento imbricadas en la complejidad y la organización. Se trata de la relación entre el sujeto y el objeto, o mejor, del observador que se observa observando. La categoría ontológica se desplaza desde el conocedor y lo conocido hasta el conocimiento mismo. Es la cognición, a la vez social y cultural, la que tiene el grado máximo de cientificidad, es la ciencia de segundo orden (metaciencia, o filosofía de la ciencia, o epistemología en el lenguaje más tradicional).

martes, 6 de noviembre de 2012

Los franciscanos y Bonifacio VIII


Canaccini, Federico, Mateo D’Acquasparta tra Dante e Bonifacio VIII,  Pontificio Ateneo Antonianum, Edizioni Antonianum, Roma 2008, 201 pp, 17 x 24 cm (Carthaginensia 50 (2010) 452-453).


No han sido raros a lo largo de la bimilenaria historia de la Iglesia los papas cuya pretensión personal aunaba lo pastoral y lo regio en una amalgama en la que era difícil  discernir el papel del sucesor de Pedro del de príncipe de un estado con gobierno propio y con poder para ejercer el papel contra el que Jesús previno a sus discípulos, embargados estos por las ínfulas de futuros reinos demasiado pegados a este mundo de corrupción y muerte. Bonifacio VIII fue uno de estos papas. Bien sabemos que los acontecimientos de fines del medioevo no pueden ser juzgados con los criterios de hoy día, mucho menos con el rigor de nuestras inquietudes democráticas y casi libertarias, pero el Evangelio de Jesucristo siempre debió ser el norte que guiara los designios de los regentes pontificios y sin embargo, durante los siglos previos a Trento, fue difícil encontrar pontífices que así lo hicieran.
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