lunes, 7 de abril de 2014

La experiencia de la muerte

Landsberg, Paul Ludwig, L’esperienza della morte, Edizione italiana a cura di Fabio Olivetti, Piccola Biblioteca del Margine, Trento 2011, 119 pp, 14 x 21 cm (Carthaginensia 53 (2012) 233-234).
La angustia frente a la muerte es el tema que está en el aire filosófico, político y hasta social en los años 30 del siglo pasado. La experiencia de la muerte se vive de forma constante, no solo como experiencia individual, sino como experiencia colectiva. La muerte física, pero también la moral: es un mundo entero el que se está derrumbando ante los ojos atentos de los finos espíritus de la época. Esa finesse d’esprit que invade a la Europa de entre guerras le permite no sucumbir metafísicamente, aunque la desolación moral y física se avecina y los intelectos más sensibles la expresan en obras de una hondura que no ha tenido parangón en el mundo posterior. Landsberg es uno de estos espíritus; emigrado a París huyendo de la barbarie nazi, expone sus ideas, vale decir sus sufrimientos, en esta deliciosa obra y lo hace no con la experiencia rimbombante de un Heidegger, ni con el patetismo desencarnado del Husserl de la Crisis de las Ciencias. No, Landsberg lo hace con serenidad, con demoledora entereza, de ahí que su reflexión esté cargada de esperanza, que el patetismo y la tragedia huera no puedan con su pensamiento, firmemente asentado en la tierra.

La experiencia de la muerte es, ante todo, un problema, un problema para el hombre como único animal, según Voltaire, que tiene conciencia de su propia muerte, no una conciencia ambigua de la muerte del otro, sino de la suya propia. Este problema nos enfrenta ante una experiencia específica de la muerte y, por tanto, ante una forma muy precisa de ser hombre. Ambas cuestiones deben estar unidas. El empirismo quedó demasiado pegado a lo fisiológico y no supo dar cuenta cabal de esta realidad, de ahí que la búsqueda fenomenológica retomara la labor y Scheler propusiera la muerte como el límite de la criatura y, por tanto, como algo externo a ella. Algo así elaboró Heidegger, pero situando el sein en el centro de la muerte. No, ahora se trata de romper ambas líneas de confrontación: ni el ser es para la muerte, ni la muerte es un límite externo, la muerte es lo que individualiza al ser humano, de la misma manera que la conciencia de pecado crea la individualidad. Pecado y muerte, en el mundo judío y cristiano, van de la mano, lo mismo que Gracia y vida.

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