Nardello, Massimo (ed.), Pensare la fede per rinnovare la Chiesa. Il valore della riflessione del Concilio Vaticano II per la Chiesa di oggi. Miscellanea in onore dell’80º genetliaco del prof. Mons. Augusto Bergamini, San Paolo, Milano 2005, 421 pp, 14,5 x 21 cm (Carthaginensia 23 (2007) 539-541).
El presente volumen ha nacido del respeto y el cariño que durante muchos años se ha granjeado el profesor en la diócesis de Modena, Augusto Bergamini. Nacido en 1924, su formación le situó en el centro de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, pero más importante para su diócesis ha sido la fundación de la Escuela de Teología para Laicos en 1973, que se transformó en Instituto de Ciencias Religiosas (1986) y en Instituto Superior de Ciencias Religiosas (1995), dirigiendo estas instituciones desde su primera fundación hasta 2001 ininterrumpidamente. No es de extrañar, por tanto, que el actual director de esa institución, Massimo Nardello, sea el encargado de preparar el volumen de homenaje a tan estimada figura. El criterio elegido no podía ser más apropiado y feliz. Teniendo presente que Bergamini jugó un papel importante en la renovación litúrgica y que su magisterio ha girado en torno a la problemática de la teología fundamental, más en concreto, el diálogo interreligioso, la obra se estructura en torno a los cuatro documentos fundamentales del Concilio. En torno a ellos, un nutrido grupo de teólogos, presentan unos trabajos orientados todos ellos a pensar la fe con la intención de renovar la Iglesia. Como se colige fácilmente, ese fue el motor del mismo Concilio en la voluntad del propio Juan XXIII y ese es el corazón de este trabajo, reflejo de la intención misma del homenajeado.
Los textos de los distintos autores se agrupan en cinco grandes Áreas, tras la obligada reseña bio-bliográfica de la figura de Augusto Bergamini, en donde se destaca la categoría fundamental de su teología histórico-salvífica: «en cuanto narración, la fe cristiana encuentra su actuación en la liturgia». Con este principio rector se puede entender la producción teológica de Bergamini. El resto del volumen lo componen las cinco Áreas que reflejan los cuatro principales documentos del Concilio. La primera de ellas está dedicada, como no podía ser de otro modo, a Sacrosanctum Concilium (37-104). Se agrupan tres textos en torno a la vivencia litúrgica de la fe. El primero es una relectura de 1 Cor 11,23; el segundo, un análisis de la Eucaristía como motor de la Iglesia y comunicación del Evangelio; y el tercero, una exposición del leccionario de la Beata Virgen María en la liturgia romana. La segunda Área se dedica a Dei Verbum (105-160), recogiéndose otros tres trabajos, entre ellos una relectura de 1 Pe en Dei Verbum y una reflexión entorno a los nuevos procesos de iniciación cristiana. La tercera de las Áreas está destinada a Lumen Gentium (161-234), donde se reúnen cuatro textos entre ellos el de Nardello sobre Cristianos desunidos de Congar, del que diremos una palabra después. El Área cinco recoge los textos que se relacionan con Gaudium et Spes (235-362), es la más extensa y completa. En ella se encuentran cinco textos, el primero analiza la contribución de Pío XII a la paz, y la recorre a través de Pacem in terris y Gaudium et spes. El segundo, texto de Piero Coda, expone el valor civil del diálogo interreligioso, de él diremos algo más. Los otros tres realizan una aproximación desde tres aspectos del documento conciliar: la ética y la cultura, la Iglesia en el mundo y la familia. En la última de las Áreas, la sexta (363-411), se lleva a cabo la actuación del Concilio en la Iglesia de Modena después del Concilio, cómo se llevó a cabo en el ámbito pastoral. Son cuatro textos que permiten «hacer memoria de todos los que han contribuido, guiados por el Espíritu, para redescubrir la Sagrada Escritura en la Modena del post-concilio» (370), y conocer así una Iglesia particular que supo estar a la escucha del mundo, como quiso el Concilio.
Hemos dejado para el final dos textos que nos parecen de un gran valor en los tiempos que corren, y centrales en la obra de la que tratamos. Pensar la fe para renovar la Iglesia pasa hoy por el diálogo ecuménico, en primer lugar, y el interreligioso, seguido del diálogo con la cultura. En este sentido van encaminados los dos artículos que queremos resaltar. El primero de ellos es el trabajo del editor del volumen, Unidad de la Iglesia y perspectiva ecuménica en Cristianos desunidos de Y. Congar (1937) (187-208). La elección de Congar para pensar la unidad de la Iglesia no es casual, porque ha aportado conclusiones innovadoras en el momento histórico que ha vivido, por ejemplo, la perspectiva, recogida por el Concilio, de que los cristianos de otras iglesias pueden salvarse sin prescindir de su confesión. Esta afirmación permitió abrir nuevas vías de comunicación con los hermanos separados que estaban cerradas desde el encastillamiento católico. Hoy podemos aprender del joven Congar aquella distinción entre la dimensión mistérica y la visible de la única Iglesia de Cristo. Todos los cristianos formamos parte de la dimensión mistérica de la Iglesia, algunos también de la visible, de esta manera «ecumenismo y reforma non son sino dos caras de la misma moneda» (208).
El otro texto es el de Piero Coda, El valor civil del diálogo interreligioso (273-286). Si el anterior miraba hacia atrás para coger impulso ecuménico, este mira al mundo actual para asentar una posición fuerte en el mundo y en la Iglesia: el diálogo entre las religiones puede aportar al mundo paz, armonía y prosperidad. Ante la situación mundial de desafío lanzado por el proceso globalizador, las religiones tienen la obligación de «deponer las armas de la recíproca intolerancia» (273) para dar al mundo un ejemplo de fraternidad, porque, los viejos peligros no han desaparecido, antes bien, se han multiplicado a la velocidad que corren los datos en la sociedad de la información.
Creemos que, en su conjunto, es una obra digna del homenajeado y digna del título con el que se pretendía mostrar el respeto y el cariño a un profesor que se jubila, es decir, que se alegra por haber tenido tantos amigos que quieran participar. No podían haber escogido mejor excusa, el Concilio Vaticano II, ni mejor título, pensar la fe para renovar la Iglesia, para un propósito tan loable.
Bernardo Pérez Andreo