Prieto López, Leopoldo,
El hombre y el animal. Nuevas fronteras de la antropología, BAC, Madrid 2008, XXXVI + 572 pp, 13,5 x 20 cm (Carthaginensia 26 (2010) 226-228).
Hay una línea fronteriza entre ciencia, filosofía y teología que en los últimos años se está convirtiendo casi en una línea de batalla: la antropología (bioantropología, sociobiología o psico-sociobiología, dependiendo de la tendencia científica a la que hagamos caso). Cada una de las ramas del saber ha instalado sus mejores baterías defensivas y casi hemos llegado a una especie de guerra de trincheras donde las posiciones no avanzan nada en absoluto, pues lo que uno cree haber avanzado en las posiciones enemigas es rápidamente recuperado en una veloz contraofensiva que consigue volver a dejar la cosa en tablas. Ni la ciencia, ni la filosofía y su a veces asociada y amiga teología, pueden terminar de llevarse el gato al agua. Es una guerra, eso sí, incruenta y a lo más que se llega es a algún tipo de calificativo “cariñoso” del tipo de “metafísicos” referidos tanto a filósofos y teólogos por parte de ciertos científicos que son acusados a su vez de “cientifistas” o, en el colmo de la mala educación “materialistas”. Ahora bien, tampoco estos se quedan atrás y entran con el peyorativo “espiritualistas” contra sus enemigos. En fin, que el partido está entretenido, a pesar del invariable empate en el marcador.
El libro de Prieto López ha sido la última acometida de los filósofos, con ayuda de los teólogos, en el intento de volver a poner el empate en el marcador. La ciencia biológica asociada con la sociología y cierta psicología, habían tomado una ventaja que se antojaba excesiva al proponer una naturalización absoluta de lo que es el hombre, naturalización que va de suyo según ellos y que no puede ser de ninguna manera refutada por los filósofos. La ciencia, dicen, muestra a las claras la nítida procedencia del hombre a partir de la naturaleza y su reducción a este ámbito, evitando cualquier ínfula sobrenaturalista que no podría ser justificada en todo caso desde los estudios científicos, lo que es lo mismo que decir que no podría ser justificada en absoluto, ni siquiera con algún pseudocientífico metido a filósofo como el ínclito Lakatos, el hijo ilegítimo de Popper y Khun. Es decir, que los filósofos se metan en sus filosofías y los teólogos en las sacristías y dejen trabajar a los hombres, sin enredar con metafísicas que nada pueden aportar a la ciencia seria que nos dice muy a las claras que el hombre es un animal y que como tal no ostenta ninguna prioridad ontológica, menos aún axiológica. Como mucho podría intentar alcanzar el nivel del animalismo al que Singer sí reconoce ciertos valores y derechos que niega, no sabemos el motivo, a los seres humanos, sean no nacidos o casi moribundos.
Leopoldo Prieto ha realizado una magnífica exposición del status quaestionis científico y filosófico, sin dejar ningún resquicio para una duda que se antoja inevitable, dado que estamos en sede filosófica y no en cátedra de dogma alguno. Ese sería el primer pero que le pondría a la obra, el excesivo cierre del discurso. Ahora bien hay que decir en su favor que eso se debe en parte a lo bien fundamentada de la reflexión, a la exahustividad de la investigación y al ingente material utilizado en su elaboración. La obra está dividida en tres magníficas partes que estructuran armónicamente el trabajo y dejan al lector con la necesidad de proseguir por sí mismo la investigación, aunque las tres partes casi agotan la misma. Se trata de tres acercamientos a la cuestión hombre-animal desde la cultura del momento, desde la biología y desde la antropología filosófica. El intento es claro: en primer lugar dejar constancia de cierta inquietud que está removiendo las conciencias de lo que significa ser humano. Parecería que entre la consideración del hombre como mono desnudo (Morris) y el proyecto gran simio (Singer) se hubiera producido una especie de “pinza dialéctica” que tendría atrapado al hombre entre la pura y nuda animalidad y cierta inanidad de su ser más íntimo, deviniendo un animal de segunda categoría, desde el momento en que se aplican a los animales más derechos que al propio ser humano. La cuesta, ciertamente inclinada hacia abajo, nos empuja hacia la eugenesia más crasa y eso debe ser denunciado y rechazado, como justamente hace Prieto López. Ahora bien, otra cosa distinta es hacer de esto una categoría de los tiempos que corren; no creo que la mayoría de los científicos sean singerianos devotos, pero el riesgo está ahí.
En la segunda parte, segundo acercamiento al tema, nos las vemos con la biología, que es precisamente la rama del saber científico más combativa contra ciertas derivas metafísicas. Uexküll y Portmann son los referentes, referentes que nos sitúan en un ámbito del conocimiento biológico respecto al hombre que puede resultar suficiente para acercarnos al problema. El uno y el otro declaran mediante su silencio la insuficiencia de la biología para explicar al ser humano y la demanda de otro orden de realidad que, éste sí, pueda dar razón cabal de lo que el hombre es en sí. Según Uexküll la pregunta clave es en dónde radica la especificidad humana frente a los animales: radica en el mundo circundante, en su consideración objetiva y su comprensión intelectual. Por su parte Portmann dice con absoluta claridad que el hombre es un ser prematuro biológicamente y que su cuerpo pide casi a gritos un espíritu que dé cuenta cabal de su ser en el mundo: el hombre es un ser destinado también físicamente al espíritu.
Con estos datos llegamos al tercer y definitivo acercamiento al problema, la antropología filosófica propiamente hablando. Plessner, Gehlen, Bolk, Scheler, Heidegger y Zubiri, son los referentes evidentes y necesarios para llevar este barco a puerto metafísico seguro. Los temas son los archiconocidos: excentricidad, inespecialización y apertura, neotenia, autoconciencia, libertad, moral, en definitiva, lo que la antropología filosófica nos ha legado los últimos 75 años. Lo propio de este autor estribaría en su posición neoaristotélica de establecer la absoluta reciprocidad e interacción entre el cuerpo orgánico y el alma racional. El hombre sería el lugar metafísico donde acaece la admirable conjunción de la materia y el espíritu (520), dando una vuelta de tuerca, quizá la última antes de que se pase, al dualismo metafísico que se manifiesta en sus palabras. De aquí nos lleva a una reorientación de la antropología, nos dice, en sentido aristotélico-tomista, apuntamos, que considera la racionalidad humana en una doble vertiente: primero como la facultad de realizar actos inmateriales, y segundo como al función de conformación de un cuerpo, al que se predispone para la razón.
Antes expusimos un pero, el de la falta de duda, hay otro y es lo que entendemos una ausencia, a nuestro modo de entender clamorosa si se quiere dialogar con los científicos que están en la trinchera, diría yo que en la tierra de nadie entre las trincheras. Se trata de Frans De Waal, Antonio Damasio y Marco Iacoboni. Digo que están en tierra de nadie porque siendo científicos pueden llegar a luchar en el bando de ciertos filósofos. Las investigaciones de los tres me parecen vitales a la hora de establecer ciertas dudas en las posiciones netamente filosóficas. Por ejemplo, De Waal ha dejado claro que la moral nos viene por evolución de nuestros parientes simios (relata un caso precioso de una chimpancé que fingió un gran malestar para conseguir que el cuidador novato entrara en la jaula y así poder abrazarlo, lo cual indicaría no sólo inteligencia y empatía, sino también la previsión de las acciones del otro por medio de las propias y sus consecuencias, lo que viene entendiéndose por moral). Por su parte, Antonio Damasio establece la base neuronal para las estructuras espirituales y su vínculo íntimo con la corporalidad, mientras Iacoboni nos ha mostrado con las neuronas espejo dónde está la base fisiológica para la autoconciencia, por tanto la racionalidad, la espiritualidad y las actividades propiamente humanas que, curiosamente coinciden con los otros dos científicos en que están en otros animales como los primates más avanzados, los delfines, los elefantes y, algunas de ellas, en animales societarios. Esto nos lleva a pensar que hay que dejar espacio para la duda a la hora de afirmar la posición especial del hombre en la naturaleza y no ser tan tajantes cuando entendemos que las diferencias son esenciales y no de grado.
Por lo demás, la obra posee tres virtudes indiscutibles. La primera que pone cada cosa en su sitio y establece las relaciones y vínculos entre ciencia y filosofía; la segunda es que no tiene ninguna ambigüedad, el autor se manifiesta con absoluta claridad sobre su posición, sin dudar; la última y quizá más importante es su valor pedagógico que la hace muy útil como texto a la hora del estudio de la antropología filosófica y/o teológica. En fin, que se agradece el esfuerzo al autor y se le insta a seguir por esa vía, eso sí, manteniendo la puerta entreabierta a la duda, que siempre es sana, hasta en la propia percepción.
Bernardo Pérez Andreo