Uno de mis vicios es leer, pero la mejor forma de leer es escribir sobre lo leído. De esto se trata en las "recensiones" sobre libros. Aquí publico mis recensiones de la revista CARTHAGINENSIA del Instituto Teológico de Murcia.
lunes, 26 de diciembre de 2011
La teología en el siglo XX y el porvenir de la fe
martes, 15 de noviembre de 2011
La cuestión ecológica
viernes, 23 de septiembre de 2011
La carne de la salvación es el corazón
martes, 30 de agosto de 2011
Yves de Montcheuil: una vida, dos muertes.
miércoles, 10 de agosto de 2011
La transmisión de la fe
viernes, 1 de julio de 2011
La Prière du père Teilhard
miércoles, 25 de mayo de 2011
Imagen de Iglesia
González Montes, Adolfo, Imagen de Iglesia. Eclesiología en perspectiva ecuménica, BAC, Madrid 2008, LXXX + 679 pp, 14 x 21 cm (Carthaginensia 26 (2010) 222-225).
Adolfo González Montes se ha destacado en los últimos lustros como experto en la temática ecuménica. Tanto desde su pasada docencia como catedrático en la Pontificia de Salamanca como en su actual labor pastoral en la diócesis de Almería, no deja de impartir un sano y profundo magisterio en torno a las cuestiones eclesiológicas, especialmente en lo que hace a las relaciones con otras iglesias cristianas. No en vano preside la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales y es representante de los obispos españoles en la Comisión de los Episcopados de la Unión Europea (COMECE). Estas tareas no son ningún impedimento para que González Montes publique regularmente en prestigiosas revistas artículos relacionados con la temática eclesial y ecuménica. Fruto de estas colaboraciones y de una esmerada elaboración final es el libro del que tratamos aquí.
En principio se trata de un libro netamente eclesiológico, pero desde dos perspectivas bien complementarias. Una la ecuménica, la otra la integración de la teología fundamental y la dogmática de modo que se vea la profunda unidad que hoy debe conseguir la teología a la hora de expresarse en un mundo plural, laico y emancipado. De ninguna manera bastaría con la simple exposición sistemática de la doctrina sobre la Iglesia, eso ya nos lo sabemos y no puede servir nada más que para caer en los lugares comunes excesivamente trillados. González Montes va mucho más allá, consiguiendo una fundamentación satisfactoria del dogma en el mundo de hoy sin caer por ello en un irenismo que haría un flaco favor, tanto al mundo como a la teología. Si quisiéramos “caer bien” al mundo, no cumpliríamos nuestra misión en él; mas si no nos propusiéramos con seriedad la tarea de llegar hasta los hombres para llevar el mensaje, traicionaríamos lo más sagrado del ser eclesial. El autor consigue esto mismo y lo hace con un lenguaje preciso y sencillo, lenguaje que no es el menor de los logros de la obra.
La obra está estructurada en cuatro partes bien definidas y orgánicamente unidas: Misterio e imagen de la Iglesia, El ministerio apostólico y los ministerios de la Iglesia, La norma eclesial y “Ecclesia de Eucharistia”. Estas cuatro partes reflejan, de un lado la visión conciliar de la Iglesia como misterio de salvación en Cristo, y de otro la perspectiva posconciliar que tiende a una visión de la Iglesia como comunión. Como se aprecia por los epígrafes, se parte de lo más nuclear, el misterio, se pasa por el servicio, tanto ministerial como dogmático, y se llega a lo que une visiblemente a la comunidad: la eucaristía, centro y culmen de la vida de la Iglesia. Tanto la dimensión mistérica como la societaria están perfectamente integradas en la realidad comunional que se vive en la eucaristía. No puede separarse la realidad invisible, que supuestamente se daría sin ningún tipo de estructura humana, de la realidad visible que es la Iglesia concreta donde se ejerce el ministerio apostólico por medio de los ministros consagrados, y se vive la fe en la celebración del misterio redentor de Cristo. Para el autor, esta unidad entre las dos dimensiones, visible e invisible, es la única garantía de una eclesialidad redentora en donde se puede vivir la salvación en la mediación sacramental.
Toda la obra rezuma un profundo sentimiento ecuménico. Los temas están tratados en la perspectiva de las otras iglesias siempre que ha habido algún tipo de contacto con la Iglesia católica y se tiene presente sus propios puntos de vista, en la comprensión de que lo que nuestros hermanos consideran como propio debe ser de alguna manera importante para la Iglesia de Cristo, aunque aún no podamos llegar a la unidad plena con ellos. Se trata a la vez de reconocer lo que es importante para ambas partes y de mantener las diferencias como modo único y verdadero de establecer un diálogo sincero y útil para la misión de la Iglesia. El verdadero ecumenismo no puede fraguarse en la renuncia a las verdades que han sido tenidas durante siglos como esenciales para la Iglesia. De lo contrario el diálogo degeneraría en una mera charla de colegas que no se toman en serio sus respectivas tradiciones. La Iglesia católica considera que el diálogo es querido por Dios como medio de alcanzar aquella unidad que Cristo mismo pedía para que el mundo crea.
La primera parte la constituyen ocho capítulos donde se empieza por la realidad que da sentido y es fuente de la Iglesia: la presencia de Jesucristo desde su propia fundación y la permanencia de su salvación a través del misterio pascual. Desde aquí, la Iglesia es sacramento de salvación, por tanto, una realidad visible que vehicula la presencia invisible de Cristo. Tres son las imágenes que sirven para expresar esta realidad doble: pueblo de Dios, cuerpo de Cristo, templo del Espíritu. Estas tres imágenes proporcionan la estructura y propiedades de la Iglesia: unidad, santidad, apostolicidad y catolicidad. Estas propiedades, lejos de dividir a las iglesias sirven para identificarlas como tales y abrir el debate sobre los modelos de Iglesia, tan fructífero y todavía no suficientemente explotado. Estos modelos de iglesia dejan, según el autor, tres cuestiones abiertas para la Iglesia de este tercer milenio. La primera es la tensión entre la gran Iglesia como instancia de sentido principal y las distintas comunidades eclesiales que postulan cierto grado de privatización de la fe. Esta tensión se expresa como segunda cuestión abierta, también a nivel social en la amenaza que supone a la laicidad del Estado la pretensión de algunos grupos creyentes de aumentar la confesionalidad de la fe. Y la última cuestión abierta estaría en la tensión a la que algunos grupos de creyentes someten a la Iglesia universal al cuestionar su pretensión de ser la interpretación auténtica de la fe. Estas tres cuestiones se resumen en el debate que los entonces cardenales Kasper y Ratzinger mantuvieron y que el autor resuelve a favor de este último, resolución que a nosotros no nos parece tan obvia, entre otras cosas porque la precedencia de la Iglesia universal sobre las locales no estriba en lo visible sino en lo invisible. Se trata de una prioridad espiritual y no política o social, menos aún ontológica, dado que el ser de la Iglesia es su misión, y su misión es encarnarse en las condiciones concretas de lo humano en cada lugar y tiempo, de ahí que la prioridad resida en la encarnación concreta y no en la abstracta existencia de un ser eclesial no encarnado, lo que no sería sino una contradicción, a menos que se entienda que la Iglesia universal sí está encarnada en un lugar y tiempo concretos, lo cual no haría sino complicar las cosas en lugar de explicarlas.
La segunda parte, El ministerio apostólico y los ministerios de la Iglesia, aborda el problema central que divide a las iglesias. Sabemos que el ser de la Iglesia no es un problema a la hora de la verdad, el misterio de la Iglesia está claro para todos los que somos seguidores de Cristo, el problema real está en el ejercicio de ese misterio, en cómo se vive y se expresa en la vida social de cada iglesia, es decir, en el ministerio. La compresión del ministerio y los ministros, del carisma y de los carismas, es el tema central, el verdadero nudo gordiano del ecumenismo. Lo que sucede es que, como todo nudo gordiano sólo puede ser cortado, no hay forma de soltarlo, pero no hay quién se atreva a tomar la espada y deshacer el problema. Aquí la espada es la Palabra y la Misión y el nudo es la forma de ejercer el ministerio. Si somos conscientes de que el ministerio, sea el petrino, el episcopal, el sacerdotal o el laical, es un servicio en la Iglesia para llevar a cabo la misión en vistas a la salvación, entonces el ministerio se relativiza y se torna menos problemático. Todos compartimos que el primado papal está al servicio de la comunión eclesial y que el episcopado comparte esta misión en sus respectivas diócesis, lo mismo cabría decir del presbiterado y también del laicado. Todos somos servidores de todos y el servicio legitima la acción, acción que está encaminada a la unidad y, en último término, a la paz. He aquí cómo se puede justificar la existencia del ministerio en la Iglesia para el mundo. Hoy, como siempre, el mundo está necesitado de paz y esa paz, pax Christi, puede ser el mejor don que la unidad de los cristianos podría aportar a la humanidad.
La tercera parte se centra en el análisis de la norma eclesial como contenido objetivo y concreto de la misión de la Iglesia. El ministerio está al servicio del misterio y la norma al servicio de la fe apostólica, de modo que la fe se vehicula en la norma y el misterio en el ministerio. La Tradición, la Escritura y el Magisterio son las tres instancias que pueden asegurar la apostolicidad de la fe y la seguridad de la doctrina. Ahora bien, de estas tres el Magisterio es aquella instancia que puede ejercer de forma presente aquella actualización que permita asegurar la constancia en la Tradición y la fidelidad a la Escritura. El Magisterio actúa de instancia visible y patente de un devenir constante de la misma doctrina. Pero el Magisterio no puede ejercerse sin la ayuda del magisterio teológico y la atención constante al sensus fidelium. La teología tiene una tarea importante de servicio en la mejor comprensión de la doctrina, mientras que la comunidad de fe actúa de criterio regulador de la doctrina. Pero la instancia última y definitiva es la verdad revelada, a la que sirve el magisterio eclesial al completo, llegándose a un “consensus fidelium” que, en definitiva, cristaliza en el depósito de la fe. De esta manera y sólo de esta, se puede asegurar el contenido verdadero del Evangelio. Como se ve, la norma eclesial servida por el Magisterio como atención a la verdad revelada, es el único seguro de la fe de la Iglesia.
La última parte, como colofón y resumen concreto de todo lo expuesto, analiza el ser de la Iglesia en la Eucaristía. La Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia. Pero hacer la Eucaristía implica hacer la Iglesia, dos realidades inseparables y que convergen en el dies domini/dies ecclesiae. En la misa dominical se concentra en la unidad de la fe ministerios y carismas; se activa y expresa la verdad profunda de la familia cristiana como ecclesia domestica; es el lugar de convergencia de los distintos grupos que dan unidad a la parroquia; se une en la misma mesa la Palabra, la Vida, y las distintas necesidades de los fieles; y por último, en la misa dominical se actualiza para los bautizados el mandato misional y el compromiso testimonial de su fe. Un catolicismo que negara la práctica de la misa dominical, se vería seriamente empobrecido en su fe, en la comunión y en la práctica del ser eclesial.
En la línea ecuménica la eclesiología eucarística parece presentar alguna dificultad, pues nuestros hermanos separados no parecen dar la misma importancia que la aquí expresada, pero sería un buen punto de partida la eclesiología bautismal, bien aceptada por todos en los distintos diálogos establecidos. Esa eclesiología bautismal, que entiende la incorporación del hombre a la obra redentora de Cristo en la Iglesia, debe estar en relación con una eclesiología eucarística que ve el aspecto dinámico y vital de esa acción redentora, no puede darse lo uno sin lo otro. Una eclesiología eucarística tiene la tarea de explicitar en qué sentido la unidad de la Iglesia incluye un centro que viene exigido por la identidad católica de la Iglesia, y no meramente por una cuestión funcional o administrativa. En la adecuada explicitación de este punto se centra el programa ecuménico que propone este trabajo.
La obra se antoja imprescindible para cualquier intento de exponer la fe eclesial en el mundo de hoy, en contextos plurales y difíciles; no sólo por causa de la claridad expositiva y de su evidente pastoralidad, sino también por la exhaustiva elaboración del material y el ingente esfuerzo en desarrollar los documentos más importantes en referencia al ecumenismo en la actualidad. Un trabajo que se agradece y del que se esperan feraces frutos para bien de la investigación ecuménica y del ser de la Iglesia.
Bernardo Pérez Andreo
sábado, 7 de mayo de 2011
Filosofías de la Acción Católica: Blondel y Maritain.
Soret, Jean-Hugues, Philosophies de l’action catholique. Blondel-Maritain, Les Éditions du Cerf, Paris 2007, 482 pp, 13,5 x
La lectura de esta obra es un acto de tradición viva. Los que hemos crecido como cristianos en torno a
En
El libro está dividido en dos partes. La primera (Corrientes filosóficas en
La segunda parte se centra en el debate concreto entre Blondel y Maritain en torno al núcleo filosófico de la acción de los cristianos en el mundo moderno y la condena de
El debate, apasionante en extremo, puede seguir considerándose actual. Hoy es posible que nos encontremos ante un debate semejante al de hace un siglo, pero hoy, quizás, adolezcamos de falta de vigor a la hora de afrontar el problema. ¿Dónde están los Martain o los Blondel? Hace falta un mayor empuje para volver a hacer carne el cristianismo en el siglo XXI. De Maritain valoramos su pasión por la tradición acendrada del cristianismo, de Blondel su método de enfrentamiento con lo nuevo. De uno y de otro tomamos su pasión por la fe.
Bernardo Pérez Andreo
jueves, 7 de abril de 2011
En el pueblo de los pobres
Scatena, Silvia, In populo pauperum. La chiesa latinoamericana dal concilio a Medellín (1962-1968). Prefacio de Gustavo Guetierrez, Il Mulino, Bologna 2007, XVIII + 544 pp, 15,5 x
Populus pauperum es otro nombre de
La profesora Scatena enseña historia contemporánea en
Esta labor de exégesis encarnatoria de Dios en su Iglesia la realiza Scatena en cinco epígrafes y más de quinientas páginas. El primero de estos epígrafes se refiere a la labor de un hombre, Manuel Larraín, que como miembro del episcopado chileno llega a la conciencia de la problemática de cambio social que se está produciendo en Latinoamérica. Digamos que siempre hace falta un Moisés que perciba el cambio y lo lidere. Larraín se percata de la necesidad de hacer del CELAM una realidad continental y participativa, no una mera delegación romana. Ante esto, muchos de los que se convertirán en los teólogos de
En Medellín,
Esperamos que este sea el primero de otros volúmenes dedicados a las reuniones del episcopado latinoamericano y su relación con la historia de
Bernardo Pérez Andreo
jueves, 17 de marzo de 2011
El núcleo perverso del cristianismo
Žižek, Slavoj, El títere y el enano. El núcleo perverso del cristianismo, Paidós, Buenos Aires, 2005, 240 pp, 13 x 21 cm (Cauriensia Vol. II (2007) 654-655.).
Como buen ateo, Žižek vuelve al cristianismo como punto de partida y de inspiración para fundamentar una propuesta materialista crítica. Ya lo hizo en El frágil absoluto partiendo del concepto de Dios Padre –el absoluto frágil, ahora se ocupa de Dios Hijo –el núcleo perverso. No anuncia una tercera parte de lo que nos parece una trilogía, en la que es evidente que deberá tratar sobre Dios Espíritu, es decir, de la comunidad de los hijos en el Hijo, pero el tiempo nos dará la razón. En esta aparente segunda parte de la «trilogía trinitaria materialista», el elemento conductor se encuentra enunciado en el extraño título de la obra. La referencia hay que buscarla en la obra de Walter Benjamín, Discursos interrumpidos (Madrid, 1987, 177), en ella se refiere la antigua historia de un muñeco vestido a la turca que era capaz de ganar a cualquier contrincante en el ajedrez. El engaño residía en que no se trataba de un autómata sino que un enano jorobado, maestro en el ajedrez, movía desde su interior al muñeco. Esta imagen la utiliza Benjamin para explicar la relación entre el materialismo histórico y la teología. Si ésta, a modo de enano jorobado, utiliza al materialismo histórico como un autómata, podrá habérselas con cualquiera y vencer. El cristianismo, que posee un núcleo subversivo, y el materialismo histórico, que acumula la fuerza y la capacidad para el trabajo, pueden unirse en una simbiosis positiva para ambas y liberadora para el hombre y la sociedad.
La religión posee una doble función. De un lado una terapéutica que ayuda a los individuos a funcionar mejor en el orden existente; de otro lado una crítica que articula lo malo del orden existente abriendo un espacio a las voces del descontento. Desde esta segunda función, el cristianismo puede ser el núcleo de una crítica que articule la disidencia social. Pero a lo largo de su historia, el cristianismo ha tendido hacia la primera función, por ello necesita del materialismo como máquina que le conduzca por el camino adecuado de la crítica. Žižek sostiene que el núcleo perverso (léase subversivo) del cristianismo «sólo es accesible desde un punto de vista materialista y, viceversa, para ser un auténtico materialista dialéctico, uno debería pasar por la experiencia cristiana» (14). Esta experiencia consiste en la percepción insólita de que
Si
El amor ocupa el lugar de lo imaginario en la triada lacaniana, completada con lo Real (el pecado) y lo simbólico (
Esperamos con impaciencia la tercera entrega de esta inacabada trilogía trinitaria materialista en ciernes y auguramos unos resultados fructíferos para el cristianismo del siglo XXI. Como creyente cristiano y como teólogo, confío en la fe de los ateos como fuerza purificadora de la debilidad de los creyentes.
Bernardo Pérez Andreo
viernes, 4 de marzo de 2011
Recepción y hermenéutica del Concilio Vaticano II
Routhier, Gilles, Il Concilio Vaticano II. Recezione ed ermeneutica,Vita e Pensiero, Milano 2007, 398 pp, 16 x
No debe extrañar que sean tantas las obras que quieren apropiarse en este tercer milenio el espíritu de aquel valiente evento en
La primera de las temáticas tratadas es la de la recepción. Es importante comprender este término, porque recepción no es la mera aplicación de la normativa emanada, ni tampoco una consideración más o menos general de lo que el Concilio quiso decir. No, se trata de la asimilación e interpretación creativa de lo que aporta el Concilio, pero en una Iglesia local, no tanto en el conjunto de
En todos estos desarrollos ha habido pequeños avances, pero una ausencia palmaria: la falta de una conciencia de un corpus definido por el Concilio, más que un conjunto de enseñanzas o textos más o menos coherentes. El Concilio, como voluntad de Dios para su Iglesia, puede ser leído como un todo unitario. A esta tarea se han puesto varios autores, principalmente el fallecido Alberigo, Peter Hünermann, Christoph Theobald y el propio Routhier. Entre todos ellos podemos encontrar una enseñanza coherente del Concilio, un verdadero corpus, no un agregado de textos que pudieran ser interpretados de forma separada o inconexa. Desde ahí, Alberigo ha podido presentar el Concilio como un acontecimiento epocal, un momento de revolución en la concepción del catolicismo, no tanto como un desarrollo doctrinal más del magisterio eclesial. El Concilio no fue una época de cambio Es en
Siguiendo en la línea de pensamiento de los dos autores previos, Theobald afirma la existencia de un centro que permite unificar los distintos documentos. Pero este centro no está tanto dentro como fuera, en el margen. Se trata que el lector sea capaz de asumir el acontecimiento para hacer una adecuada hermenéutica, pero esto sólo lo puede hacer teniendo presente tres principio. Uno horizontal o fraterno, otro vertical o teológico y el centro donde se encuentra ambos,
Como conclusión hemos de plantear si es necesario convocar un nuevo Concilio. La respuesta debe ser ambigua. Si la convocatoria de un Concilio, por ejemplo el Vaticano III, no va acompañada de la profundización de la connatural conciliaridad de
Bernardo Pérez Andreo
sábado, 12 de febrero de 2011
Libertad religiosa y dignidad humana
Martínez, Julio L., Libertad religiosa y dignidad humana. Claves catolicas de una gran conexión, San Pablo-Comillas, Madrid 2009, 370 pp, 14,5 x
Decía Luhmann que la religión es una mediación de sentido entre la inmanencia y la trascendencia y en cuanto tal cumple una función social que es difícilmente sustituible. Quizás algunos han pensado que podrían mantener un orden social apropiado sin una religión que ejerza adecuadamente sus funciones y por ello han pretendido que la religión quede sometida en todo a los poderes públicos. Esta realidad, que en España, como siempre y como en todo, se hace más evidente que en el resto de occidente, ha venido denominándose secularización, pero más debería llamarse laicismo. Porque la secularización debe ser entendida como un proceso natural de emancipación de la sociedad civil y la adecuación de la religión a sus funciones, estipuladas por la tradición durkheimiana que expresa Luhmann. Y el laicismo no sería sino una erupción fundamentalista de una mal entendida secularización. Para mediar entre todos estos conceptos: secularización, laicismo, religión y libertad, Julio L. Martínez propone un recorrido por las claves que en
Juan Pablo II, en su largo pontificado, tuvo tiempo de situar en su lugar
Después de hacer este recorrido por
En el último capítulo, el que reflexiona sobre los debates actuales sobre laicismo y laicidad y el diálogo en una sociedad plural, nos encontramos el núcleo último y definitivo de
Bernardo Pérez Andreo
martes, 18 de enero de 2011
Un solo bautismo, una sola Iglesia.
Bernardini, Paolo, Un solo battesimo una sola chiesa. Il concilio di Cartagine del settembre 256. Prefazione di Simone Deléani, Il Mulino, Bologna 2009, 524 pp, 15,5 x
Lo que el autor persigue con esta obra está escrito en las tres últimas líneas de la misma: “todas estas interpretaciones […] nos dan una imagen diferente del concilio, un retrato poco convencional, pero igualmente importante para su comprensión” (444). Quizás hayan sido las imágenes demasiado convencionales las que nos impedían ver con claridad el aporte del concilio de Cartago del año 256. La imagen “tradicional” insistía en la dureza de la percepción eclesial de Cipriano y su empeño en la exclusividad de la salvación dentro de
Poner los hechos históricos en su contexto es como poner las cosas en su sitio: nos permite tener una visión real de las mismas. Cuando algo se saca de su contexto, cuando pierde su sitio, cuando es desubicado, entonces más parece un cuadro Pop Art, sin lazos, sin contexto, sin vida, sin nada, que una realidad viva y presente. Bernardi dedica 500 páginas a poner las cosas en su sitio y dejar un sitio para cada cosa. No se le escapa nada a este cazador metódico. Primero hay que preparar la munición, abundante y de diverso calibre, según las piezas a cazar. O lo que es lo mismo, 100 páginas de apéndices, índices, bibliografía y fuentes varias que atestiguan la meticulosidad de la preparación y la abundancia del material disponible. No hay otra manera de convencer a los incrédulos que con carretadas de evidencias. A continuación hay que tomar el mapa y dividir el territorio para hacer la batida. Es importante tener claro el objetivo a cumplir y el camino a seguir. Nada mejor, por tanto, que dedicar 40 páginas a introducir el tema y
Tenemos ya los aparejos y el plan de salida, sólo resta salir a batir la pieza, o las piezas, porque son varias. En primer lugar hay que empezar por la cuestión del bautismo en la tradición conciliar y ver el tema desde Tertuliano, el concilio de Agripino, los sínodos de Asia menor y, por fin, el concilio del 255. Todo esto nos permite abatir la primera pieza: en la cuestión del bautismo, Cipriano plantea la cuestión del ser eclesial entero. Los herejes no pueden dar lo que no tienen: la gracia; no basta la fe en Cristo del bautizado, se necesita que esa fe se exprese eclesialmente como fe trinitaria;
Con nuestra primera pieza al hombre podemos intentar la mayor: el concilio de septiembre del 256. El estudio detenido de los documentos, así como de otros textos, nos permite ver la dificultad que el problema del bautismo de herejes había planteado. La logística necesaria para movilizar más de setenta obispos en el siglo III, no puede ser hoy imaginada, sobre todo teniendo las persecuciones y el malestar del imperio echando el aliento en la nuca de los cristianos. Debía ser un tema importante el que les reunía, y lo era. Se trataba de la unidad de
La última pieza a obtener es una pareja escurridiza: las sentencias de los obispos en el concilio y los ecos que provocó durante siglos en África y oriente. Porque hay que decir que no es un concilio menor del que se pueda pasar sin más de él. Las historias de los concilios al uso no recogen la meticulosidad con la que este concilio examina todos los temas debatidos, la pluralidad de posturas, la fuerza de los argumentos y, cómo no, las profundas conclusiones de gran calado eclesial. Una simple lista de los temas tratados puede bastar a cualquier paladar para insalivar con fruición: bautismo, Trinidad, comunión, salvación, gracia, pureza, herejía, unidad, libertad… Estos son algunos de los temas, porque en último término, aquél fue un Concilio, sí con mayúscula. Pero claro, ya se sabe que la historia la escriben los vencedores y aquellos cristianos vencieron con su sufrimiento al imperio, pero sus sucesores no pudieron ni con las tropas musulmanas ni tampoco con la impaciencia romana. Al fin, sólo resta desear buen apetito al lector y buenas futuras cazas al autor.
Bernardo Pérez Andreo
lunes, 3 de enero de 2011
Ángeles y demonios
Bonino, Serge-Thomas, Les anges et les démons. Quatorze leçons de théologie catholique, Parole et Silence, Paris 2007, 351 pp, 15 x
Como el propio autor reconoce en la introducción a esta obra «la enseñanza sobre los ángeles y los demonios no es el corazón de la fe cristiana. Se trata de una doctrina lateral, marginal, de una verdad periférica en la jerarquía de las verdades reveladas». No obstante y siendo esto cierto, no lo es menos que sigue formando parte de esas verdades reveladas, mientras no haya un pronunciamiento explícito en contra por parte del magisterio, como ha sido el caso del famoso limbo en el que permanecerían los niños muertos sin haber recibido el bautismo. Por tanto, para preservar la fe de manera íntegra, será necesario exponer esta parte periférica, lateral y marginal del dogma católico, a eso se ha dispuesto el autor con precisión y extensión: catorce lecciones de teología católica que imparte el autor y que dejan huella en el carácter pedagógico de la obra, destinada a alumnos de teología y con la intención de llenar el hueco que sobre esa materia existe en el panorama teológico internacional. La obra intenta «cubrir una falta y prestar un servicio a la enseñanza de la teología» (12).
En filosofía y en ciencias humanas se ha perdido mucho cuando se utiliza al chimpancé como el punto de referencia para lo humano. Si se compara al hombre con el mono, se tira hacia abajo en su consideración y dignidad, por ello, el ángel es el que debe ser el punto de comparación. Digamos que miramos hacia arriba cuando utilizamos a los ángeles como instrumento o laboratorio de pensamiento que nos permita conocer al hombre metafísicamente. Lo mismo se puede decir en teología. La angelología conduce directamente al teólogo a precisar numerosas nociones centrales en su disciplina, desde el sentido de la creación hasta la naturaleza de
Este curso de teología está estructurado en catorce lecciones y estas en cuatro secciones. La primera sección, Los datos tradicionales y su interpretación (15-109) abarca las cinco primeras lecciones y sienta las bases de estudio del curso. Empezando por los datos de
Para concluir, la última sección en cuatro lecciones, aborda la acción de los Ángeles y demonios en la historia de nuestra salvación (227-305). La explicación es sencilla: existe una jerarquía celeste cuya cabeza es Jesucristo, Jefe de los ángeles, que ha sido enviado a los hombres mediante
Bernardo Pérez Andreo