Causse, Jean-Daniel-Cuvillier,
Élian-Wénin, André, Divine violence. Approche exégétique et
anthropologique, Editions du Cerf-Médiaspaul, Paris 2011, 221 pp, 13,5 x 21,5 cm ( Carthaginensia 53 (2012) 214-215) .
Interpretar la Biblia es y será el medio de actualizar su
mensaje en el mundo concreto en el que es leída. Sin interpretación no hay
sentido, pues el sentido está vehiculado en el texto mediante la interpretación
que lo hace concreto en el aquí y en el ahora. La interpretación va a depender
de los criterios, de las precomprensiones y, por qué no decirlo, de los
prejuicios sociales e ideológicos del intérprete o lector del texto. Para poner
en claro estos pre-juicios, esos
juicios previos que todos tenemos antes de leer un texto, se hace necesario
hacer uso de las ciencias sociales y humanas. No se trata ni de eliminar la
precomprensión de las cosas que tenemos, es imposible, ni de obviarlas. No, se
trata de ser plenamente consciente desde dónde hacemos la interpretación o
lectura del texto bíblico. Hacerlo en el siglo XXI y hacerlo respecto a la
violencia, implica muchas cuestiones que no podemos olvidar. En primer lugar,
cómo se ha utilizado la violencia en la Biblia para justificar guerras justas,
por parte de unos y otros; en segundo lugar, el uso particularista del texto
para conseguir legitimar las propias posiciones; por último, la utilización de
la Biblia para frenar ciertas posiciones aperturistas en el seno de las
comunidades creyentes. Pues bien, todo esto puede tener cierta solución si
echamos mano de las ciencias sociales y humanas.
En esta obra, tres autores, dos exegetas y un psicoanalista,
se ponen manos a la obra para intentar situar el discurso sobre la violencia
divina en la Biblia en sus términos apropiados y lo hacen cada uno desde su
función, sin mezclar y sin confundir, pero sin separar las perspectivas.
Planteadas las cosas así la conclusión sólo puede ser que en la Biblia hay, sí,
un discurso sobre la violencia de Dios, pero también otro que es una crítica a
la violencia, a toda violencia, que opera como su misma conversión, hasta
llegar al propio Hijo que da su vida en medio de la violencia para acabar con
toda violencia. Si Dios dice su última palabra bíblica sobre la violencia en la
muerte y resurrección de Jesús, entonces el problema acaba cortado de forma
definitiva.
Cuatro son los capítulos que componen esta obra. El segundo
y el cuarto a cargo de Causse, el psicoanalista. El primero y el tercero a
cargo de los exegetas. El primero para Wénin, el especialista en el Antiguo
Testamento, y el tercero para Cuvillier, el especialista en el Nuevo
Testamento. Como es apropiado, la obra empieza analizando la violencia en el
A.T. Wénin nos dice que la Biblia hebrea no es un libro de modelos a imitar,
sino de reflexiones en torno a la complejidad de la vida nucleadas sobre la prohibición
de hacer imágenes. La violencia de los hombres y la de Dios es uno de los temas
mayores del Libro. Dios usa la violencia para vengar a los oprimidos y así
hacer avanzar su plan salvífico. Utiliza la violencia como medio pedagógico
para hacer entrar en razón al pueblo que ha traicionado la Alianza. Pero
también prescribe la pena de muerte y los sacrificios, humanos, para que se
cumpla su voluntad. Vemos en el A.T. un abundante ejercicio de la violencia,
siempre instrumental, pero violencia al fin. Sin embargo, el Dios de la paz
también está presente en las páginas de la Biblia y esto debe ser tenido
presente a la hora de la interpretación.
Causse aborda la problemática de la violencia en el campo
del psicoanálisis para entrar particularmente en el problema del sacrificio
hecho en nombre de Dios. Según Freud, la violencia se caracteriza por una
ambivalencia en la pulsión arcaica de devoración. El niño desea incorporar,
devorar, el objeto de su amor para no perderlo. Se trata de una ambigüedad que
implica amor y odio. En palabras de Lacan, se produce una hainamoration, palabra intraducible que expresa el proceso
simultáneo de amor y odio. Querer incorporar al otro, devorarlo, supone una
relación incestuosa. La violencia es incesto, es la negación del otro, la
negación de la alteridad. La violencia siempre supone un deseo de negar la
diferencia, de romper la separación y aniquilar al contrario. Justo lo que
podemos ver en el análisis del Apocalipsis que hace Cuvillier en el capítulo
tercero. Juan denuncia la violencia imperial que sacrifica a los cristianos en
nombre del dios del Imperio. La violencia es sufrida por el cordero inmolado,
pero el cordero sale paradójicamente victorioso y esta victoria marca el camino
de un combate contra el mal que culmina en la esperanza de un mundo nuevo donde
todo se hace nuevo y el mar-mal ya no existe. Esta imagen de victoria sobre la
violencia pasando a través de ella es estudiada por el autor también en Pablo,
donde encontramos el paso de una imagen del Dios violento al Dios violentado en
la figura de Cristo crucificado. Ahí tenemos la figura de resistencia ante la
violencia religiosa que pasa por una nueva comprensión de su existencia en el
mundo fundada sobre la apertura a la universalidad de la salvación.
El último capítulo, claramente conclusivo, corre a cargo de
Causse y lleva por título La religión del
amor ¿una resolución de la violencia divina? El autor desenmascara la
última de las máscaras que la violencia divina puede utilizar: el amor y la
bondad. Nietzsche ya puso al descubierto que bajo esa apariencia solo se
escondía el odio y el resentimiento ante la vida. Dios no sería otra cosa que
el producto del sentimiento de culpa introducido en la humanidad por medio de
la violencia subterránea. Dios se habría sacrificado él mismo como pago
subsidiario por la enorme afrenta del pecado humano, ahora la humanidad está
eternamente en deuda con él y todo lo humano, todo lo de este mundo, queda
corrompido por la culpa y el resentimiento. Hace falta desconstruir esta imagen
de Dios y afrontar una nueva imagen de la religión y su papel en la humanidad. Tres
elementos pueden ser analizados. El primero es la posibilidad de ruptura con el
ciclo especular de la violencia que supone el Sermón del Monte. El segundo es
la cruz de Cristo como imagen de antiviolencia por excelencia, pues es Dios
mismo quien ha sufrido la violencia humana y la ha superado en su sufrimiento.
Y tercero, el uso que Jesús hace del lenguaje como simbólica antiviolenta. Con
todo esto podemos tener una visión lúcida de la violencia en la Biblia. Si bien
la Biblia habla de distintas violencias, es posible que ella esté animada por
la esperanza de que sus lectores abran lúcidamente la interpretación a l imagen
del Dios de vida que quiere la paz y que carga con la violencia para que ya no
se produzca más.
Bernardo Pérez Andreo
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