Winling, Raymond, Noël et le
mystère de l’incarnation, Du Cerf,
Paris 2010, 271 pp, 14,5 x 23,5 cm (Carthaginensia 52 (2011) 496-497).
El hermoso volumen de Winling hace honor al tema tratado. La
Navidad y el misterio que se celebra, el de la encarnación del Hijo de Dios,
exigen un tratamiento que no puede quedarse en lo meramente racional. La
racionalidad viene exigida por la perspectiva teológica, pero no puede
ahogar la realidad mistérica y poética que encierra uno de los acontecimientos
más grandes de la historia, tan grande que no puede ser contenido en los moldes
de la pura racionalidad cartesiana y ha de romper con ellos para poder ser
expresado en su totalidad. Hablar de Encarnación
es hablar del sentido de la historia y de la existencia entera de la humanidad;
hablar de Encarnación es entrar en lo
más profundo de la realidad, en su dimensión de misterio, es decir, en la
dimensión apofática del ser de lo real, en la dimensión de lo inefable. Ante el
pobre pesebre donde yace el niño, sólo cabe la adoración, la admiración y la
oración. La teo-logía debe saber rendirse ante lo que no se puede decir, y por
tanto es mejor callar y rezar.
La celebración navideña es, con toda probabilidad, la única
de las celebraciones cristianas que siguen teniendo relevancia en la sociedad
secularizada. Según La Croix, el 78%
de los franceses se declaran muy cercanos a esta celebración, y hablamos de una
sociedad muy secularizada. Sin embargo es una fiesta que se mantiene en lo más
profundo del sentir social, pero se mantiene a costa de perder elementos esenciales
cristianos y su contenido específico dentro de la historia de la salvación.
Existe un riesgo muy sutil de vaciar la Navidad de su sustancia espiritual.
Para evitar este riesgo, que amenaza a la propia experiencia cristiana, es
necesario establecer el proceso histórico y dogmático que ha hecho nacer esta
fiesta y que la ha convertido en la más importante de las fiestas cristianas
para la sociedad secularizada y para gran parte de los cristianos de a pie. Es
necesario establecer su relación con la historia del cristianismo y el vínculo
que conserva con la otra gran fiesta, la Pascua. Para llevar a cabo este plan,
el autor ha dividido la obra en ocho capítulos. Los cinco primeros tienen un
carácter histórico y trazan el proceso que configuró la celebración y las
luchas dogmáticas y físicas por su implantación. Desde la relación entre la
fiesta de la Navidad y de la Epifanía (capítulo 1), pasando por los datos de la
Escritura a propósito del nacimiento de Jesús y la literatura apócrifa y del
Corán al respecto (capítulos 2 y 3), hasta los capítulos 4 y 5, los debates
antinicenos y la crisis de los siglos IV y V, con los respectivos concilios:
Nicea, Éfeso y Calcedonia. El capítulo 6 recoge, a modo de resumen, los Aspectos salvíficos del misterio de la Encarnación,
y el 7 esboza la relación entre
espiritualidad y teología sobre algunas cuestiones de la Encarnación. El
capítulo 8 es un bello homenaje poético al Verbo encarnado.
El recorrido realizado por Winling nos permite concluir que
las solemnidades de la Navidad y de la Epifanía, en unión imposible de separar,
tienen por objeto la celebración de un acontecimiento real, el nacimiento de
Jesús, pero al mismo tiempo celebran el misterio de la fe cristiana: la
Encarnación. Un niño, nacido de la Virgen María, es el propio Hijo de Dios que
se ha hecho hombre. La unión de la naturaleza divina y de la humana en la
persona del Logos está afirmada en términos muy precisos en los textos
litúrgicos y esto es debido a que la fijación de estos textos se produjo en el contexto
de las controversias cristológicas. Para evitar los errores, los textos fijan con precisión absoluta lo que es la fe
ortodoxa, de modo que se cumple el adagio de Lex orandi est Lex credendi.
El nacimiento de la fiesta de la Navidad atestigua el claro
intento por parte de la Iglesia de no caer en la mitología pagana, tan al uso
al aplicarlo a los relatos de los héroes, dioses, e, incluso, emperadores. La
Encarnación no es un mito y, por tanto, los textos litúrgicos dejan claro que
se trata de un acontecimiento real e histórico que ha modificado la propia
historia. Su celebración no es una recreación del acontecimiento originado in illo tempore, sino la expresión del
acontecimiento fundante del amor de Dios. La liturgia, contra las tendencias
gnósticas remitizantes, establece con claridad tanto la dimensión humana como
la divina de Jesús, y así lo celebra. Esta doble dimensión, humana y divina,
tiene consecuencias enormes para el cristianismo. De un lado se afirma un Dios
que se relaciona con el mundo, que no es impasible ni lejano, sino cercano y
amoroso. Mas de otro lado, y quizás casi más importante, se afirma la bondad
intrínseca de la materia, materia que ha sido utilizada por Dios para su
encarnación. Dios es Bondad, el mundo ha sido creado bueno y el hombre es digno
de ser materia para la Encarnación
del Verbo. De esta manera, y por vía de la liturgia, la doctrina de la
Encarnación fue puesta en relación con la doctrina de la salvación. A propósito
del nacimiento de Jesús, se interroga la Iglesia sobre lo que hay de salvífico
en este acontecimiento. La Encarnación aparece como un misterio de iluminación,
de unión íntima entre el hombre y Dios, de recapitulación y re-generación, de
promesa de adopción filial y de divinización. En sí misma, la Encarnación es la
salvación en la persona de Jesús, la vida divina ha penetrado en la humanidad y
ha devenido fuente de vida eterna para los hombres.
Bernardo Pérez Andreo
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