Borraz Girona, Francisco, Teología
de la oración según la doctrina de San Juan de Ávila, Zaragoza 2007, 252
pp, 17 x 23,5 cm ( Carthaginensia 50 (2010) 455-456).
Pocos temas pueden ser más apreciados para el estudio por un
sacerdote que el de la oración, núcleo de su vida ministerial y tálamo donde se
encuentra con el Señor en la unión vocacional de su ser más íntimo; por ello ha
sido todo un acierto que el presbítero de la parroquia de Nuestra Señora del
Pilar de Zaragoza, Don Francisco Borraz Girona, eligiera este tema como estudio
y formación y, de paso, nos regalara este hermoso tratado sobre la teología de
la oración en la doctrina de San Juan de Ávila, a la sazón patrón de los
sacerdotes españoles. Porque no debemos olvidar que, como el mismo Jesús antes
y después de sus grandes señales, el sacerdote debe buscar siempre el agua
refrescante de la oración y no dejarse arrastrar por las mil preocupaciones
diarias que los sacerdotes deben cumplir en un país donde las vocaciones no
llegan a las cifras de antaño y la cura pastoral demanda más esfuerzos
intelectuales y hasta físicos. La oración es el hondón del que mana la
serenidad del día a día y la claridad para mantener firme la vocación.
La propuesta de Borraz Girona se estructura en seis
capítulos en los que se pretende, por este orden, establecer los fundamentos,
la naturaleza y las condiciones de la oración, según las enseñanzas del santo;
descubrir los grados de la oración en sus escritos, tanto la oración vocal como
la mental y el grado máximo de la mística; y rastrear la proyección que la
doctrina de San Juan de Ávila ha tenido en otros maestros y autores
espirituales de su tiempo, como Fray Luís de Granada y Santa Teresa de Jesús.
Para llevar a término tan feliz propuesta el autor desgrana los capítulos de
forma precisa y sistemática. En primer lugar Los fundamentos de la oración (29-58): la fe, la humildad y la
confianza; en segundo momento la
Naturaleza de la oración (59-99): ser un diálogo
de amor sobrenatural; seguidamente las Condiciones,
fin y eficacia de la oración (101-115); en cuarto lugar la parte del león
del tratado, Contenido y grados de la
oración (117-162): oración vocal, mental y mística; el quinto capítulo está
dedicado a Oración y vida (163-183),
donde se aplica la oración a la vida del sacerdote y su relación con el apostolado;
el último capítulo está dedicado a la Proyección de la doctrina de Juan de Ávila (185-239).
El estudio de la obra nos permite comprender con precisión
qué entendía Juan de Ávila cuando se refería a la oración. La oración, para el
santo, es fruto de la vivencia personal de nuestra filiación divina, que brota
del deseo de Dios y es signo de nuestra indigencia. Este deseo del hombre no
tiene otro fundamento que no sea el conocimiento de Dios por fe, conocimiento
que nos lleva a creer en su omnipotencia, por la que Dios puede atender nuestra
oración y por tanto quiere, pues es misericordioso. Así entendida, la oración
es para el santo un diálogo de amor con Dios, diálogo que está compuesto por
tres fases: presentar a Dios nuestra indigencia como hijos suyos que somos, la
súplica a la omnipotencia misericordiosa de Dios que puede y quiere atender
nuestra imprecación, y la espera de la respuesta. Estas tres fases de la
oración son un reflejo de la acción Trinitaria: el Verbo interviene con su
magisterio y mediación, a través de su santísima Humanidad; el Espíritu Santo,
con su luz y sus mociones; y el Padre, por su virtud de Primer Principio, del
que todo deriva, y la atracción de último Fin, en el que todo se consuma. Ante
esta triple acción divina, la oración se torna una balbuciente súplica en tres
modalidades: vocal, mental y mística. En la oración vocal ocupan un lugar
importante la petición, la alabanza y adoración y la gratitud; en la mental
propone el santo como contenido la
Pasión del Señor; la oración mística, por su parte, se nutre
de la contemplación de la Santísima
Humanidad de Cristo. El sacerdote, llevado en alas de la
oración, es capaz de vivir su vocación con verdadero empeño. La oración no es
algo accesorio en el oficio del sacerdocio, sino central y sustancial. Sin
oración, la vida del sacerdote no pasaría de ser un mero fluir de una acción
sin objetivo ni fin, puesto que no cumpliría su verdadera función de mediador.
En la oración el sacerdote se hace uno con Cristo y cumple con su función.
Estamos ante un texto hermoso y bien trabado, fruto de un
trabajo profundo y meditado que aporta un valor de testimonio, sin duda, pero
también de “inteligencia de la fe”. Es recomendable que los futuros sacerdotes
se adiestren en la práctica de la oración con el fin de cumplir su misión y
para ello no estaría nada mal la lectura e, incluso, el estudio de esta
magnífica obra de investigación.
Bernardo Pérez Andreo