Sesboüé, Bernard, La
théologie au XX siècle et l’avenir de la foi. Entretiens avec Marc Leboucher, Desclée de Brouwer, Paris 2007, 391 pp, 15
x 23,5 cm (Carthaginensia 25 (2009) 208-209).
Bernard Sesboüe no deja de publicar de forma casi
compulsiva. Cuando no es una historia de los dogmas imponente, es una reflexión
sobre la interpretación de los textos magisteriales o una perspectiva
filosófica de la fe. En esta ocasión se trata de una entrevista con Leboucher
entorno al futuro de la fe teniendo como punto de partida la reflexión
teológica del largo y ardoroso siglo XX teológico. Decimos largo siglo en
teología en contraposición al corto siglo XX histórico. Según algunos
historiadores, el siglo XX comienza en 1914 y termina en 1989. Breve siglo pero
intenso: guerras, descubrimientos científicos, revoluciones,
contrarrevoluciones... Sin embargo, para la teología, ese breve siglo, comienza tras el primer concilio del Vaticano con la
necesidad de hacerse cargo de la problemática modernista en ciernes, y aún no
ha terminado. Todavía colea la relación entre la ciencia y la fe, entre el
mundo y la Iglesia ,
entre el hombre y Dios. Son temas que no terminan de salir del ámbito en el que
fueron planteados hace más de cien años, a pesar de las muchas piruetas
teológicas realizadas. Aún puede leerse con fruición el volumen dedicado a la
eclesiología en la década de los sesenta por un joven teólogo alemán, Joseph
Ratzinger. Su lectura constata que hemos avanzado poco al respecto. Por ello,
la pregunta que se hace y nos hace Leboucher es, a la vez, incitante e hiriente: “¿cómo es posible que el gran siglo
de reflexión doctrinal sobre la
Iglesia haya acabado en una larga desertificación de las
iglesias en occidente?” (8).
En parte para contestar la pregunta planteada, y en parte
para fijar las posiciones que nos pueden permitir ir más allá, quizá pasar el
Rubicón, se llevó a cabo esta larga entrevista con Sesboüe. En ella se van a
repasar todos los temas importantes para la teología dogmática de forma
sistemática. Son nueve capítulos en los que se desgrana el quehacer teológico
del siglo pasado, comenzando por el inicio de todo el cambio teológico operado:
la vuelta a los Padres de la
Iglesia , la vuelta a las prístinas fuentes de la tradición
(11-51). Inesperadamente, esa vuelta a la tradición es la mejor manera de
adaptarse a un mundo globalizado. Parece ser que las circunstancias que
tuvieron que enfrentar los cristianos de los primeros siglos son semejantes a
las que hemos de hacer frente hoy: un mundo diverso, con un lenguaje nuevo al
que adaptar el contenido de la fe. El lenguaje vuelve a ser el caballo de
batalla: ¿helenización-globalización de los contenidos de la fe? Esto nos da de
bruces con la esencia misma del mensaje cristiano: el ser de Dios, uno y trino,
relación, no relatividad. En el segundo capítulo (53-90) nos lleva a la actualidad del misterio trinitario.
Actualidad y redescubrimiento, porque muchos son los que no pueden situar
correctamente al Dios trino en sus vidas de fe y, sin embargo, es el centro de
la misma. Los Santos Padres tenían claro que a Dios se llega por Cristo y éste
es Dios venido a los hombres. Que la economía de salvación pasa por este
tránsito constante entre lo divino y lo humano de Cristo, precisamente la
respuesta de la fe al hombre actual pasa también por ese trasiego constante entre un Dios apasionado por el hombre y un
hombre necesitado de ese amor kenótico manifestado en Cristo.
En el tercer y cuarto capítulos se entra de lleno en el
apasionante tema de la cristología. Primero el Jesús histórico (92-114) y
después la reflexión dogmática (115-158). Sesboüe aporta un nuevo axioma,
similar al enunciado por Rhaner para la Trinidad , un nuevo articulus stantis et cadentis theologiae: “el Cristo resucitado y
glorioso, el Cristo confesado como Hijo de Dios y Dios, es el Jesús de Nazaret
que ha nacido, ha vivido y ha muerto sobre la cruz en Palestina, y viceversa”
(92). Si no existe esa relación entre el Cristo glorioso y el Jesús terreno, la
fe cristiana cae irremediablemente en la gnosis o en un hecho sociológico.
Todas las búsquedas y pérdidas del
Jesús histórico han desembocado en el origen de todo esto, como si hubiera sido
necesario el rodeo por las ciencias para encontrar al Cristo de la fe; como si
la ciencia actuara a modo de praeparatio
evangelica y nos ayudara a encontrar la fe original después de tantos
siglos encerrados en fórmulas más o menos felices.
El capítulo fontal del libro, el que le da título y resume
es el octavo: futuro de la fe y futuro
del hombre (291-359). Dios ha dado su Iglesia a los hombres y hombres
pecadores, por tanto sabe muy bien de qué pasta estamos hechos. La fe tiene
futuro, pero a condición de que los cristianos no estemos siempre a la espera
de un milagro que nos resuelva los problemas. Los milagros son ciertamente
posibles, pero los hombres hemos de actuar etsi
Deus non daretur. El futuro de la fe está relacionado con el futuro del
hombre. La Iglesia
es el resto que debe trabajar por todos, es el pequeño grupo escogido para
significar la posibilidad del amor en el mundo. El mundo vive por y para la fe,
pero éste no lo sabe. Nosotros somos los testigos de este amor que se derrama
en el mundo, un amor infinito del Dios uno y trino que se ha manifestado
entregándose en su hijo a los hombres. Porque creemos en Dios, creemos que el
mundo sigue teniendo futuro y que la
Iglesia sigue teniendo una misión que cumplir y, en todo
caso, siempre tendremos a los santos, testigos verdaderos del Dios hecho
hombre.
Bernardo Pérez Andreo
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