lunes, 14 de octubre de 2013

Teología Sistemática, Pannenberg.


Pannenberg, Wolfhart, Théologie systématique*, Traduit sous la direction de Olivier Riaudel. Les Éditions du Cerf, Paris 2008, 587 pp, 13,5 x 21,5 cm (Carthaginensia 50 (2010) 212-213).
No se hace necesario presentar al autor, de sobra es conocida su obra teológica y filosófica a nivel mundial. Sus intereses van desde la ciencia hasta la cultura y desde el ecumenismo hasta el diálogo con el mundo secularizado. En esta obra, primera parte de la teología sistemática publicada entre 1988 y 1995 en alemán, se unen todos esos extremos y se presenta de forma sistemática lo que sería un pensamiento teológico post- Aufklärung. El pensamiento de Pannenberg, enraizado profundamente en la tradición luterana, ha sabido abrirse a las metodologías propias de las ciencias en tierras teutonas y dialogar con las más ricas tradiciones allí implantadas. La consecuencia no podía ser otra que la fertilización de la rica tradición centrada en la Palabra, mediante otras palabras que pueden aportar, si no otra cosa, sí al menos un acto encarnatorio patente. En Pannenberg, la tradición cristiana toma carne en el mundo postilustrado y es capaz de entablar una relación casi simbiótica que retoma los esfuerzos que los cristianos hubieron de hacer para encarnar la fe cristiana en el mundo heleno. La Luz que vino al mundo según Juan, se acerca a la luz que viene del mundo, según los ilustrados. A ver si con toda esa iluminación conseguimos algo de claridad en estos tiempos de oscuridad del pensamiento.

La lengua francesa acoge por fin en esta traducción la que ha sido la obra más influyente del autor en el mundo germánico y anglófono. Teología sistemática quiere ser una presentación de la doctrina cristiana evitando el uso del término dogmática tan querido por el mundo católico como por los maestros del luteranismo como Barth, del que Pannenberg es un verdadero discípulo, es decir, que lo ha superado en el mismo momento en que le seguía fielmente. Cabría decir que la dogmática de Barth se transforma en sistemática, significando esto mucho más que un mero cambio semántico, un cambio de época: la época post-ilustrada. Ahora se trata de huir de las dialécticas separadoras y de las verticalidades disyuntivas; es el momento de las sinergias con el mundo del pensamiento y de una metodología interdisciplinar y transversal. La sistemática de Pannenberg intenta todo esto y lo consigue mediante un método que integra lo dogmático en la historia. De esta manera comienza la obra con la consideración del hacer mismo de la teología, como lo haría el aquinate, porque sin saber qué hacemos cuando hacemos teología, no podemos dar ningún paso firme. Asentado el quehacer teológico en la fundamentación de la verdad de la doctrina cristiana, hemos de avanzar hacia el concepto de Dios que ha de utilizarse. Muchas de las disputas modernas sobre la fe han versado más en malentendidos que en discusiones sobre fundamentos sólidos. A veces se podría haber contraargumentado al mundo moderno que ese dios que ellos niegan también es negado por la teología cristiana. De un mal conocimiento de Dios y de una mala interpretación de las palabras de Pablo sobre la maldad de los que no reconocieron al Dios que se manifiesta en la creación, ha derivado otro problema que hay que tratar y que el autor lo hace en el capítulo tercero: la realidad de Dios en la experiencia de las otras religiones. No es tema menor, al contrario, hoy es el tema por excelencia, porque de él depende buena parte de nuestra capacidad de hablar al mundo. El diálogo interreligioso se torna el tema central de una reflexión teológica y no mera apologética como arma de destrucción del adversario.
Concluidos los preambula fidei, podemos adentrarnos en las cuestiones fundantes de la doctrina cristiana. Los capítulos cuarto, quinto y sexto (y último de esta primera parte de la obra), se dedican a la búsqueda de una exposición post-ilustrada de la revelación de Dios, el Dios trinitario y la esencia divina y sus atributos. El punto de partida en estos tres capítulos es que la doctrina cristina es un objeto histórico y su contenido reposa en una revelación histórica de Dios. No se trata de ningún mito ni de cualquier otro tipo de concepción mágica precientífica: Dios mismo se ha revelado en la historia de Jesús de Nazaret. Sobre este acontecimiento histórico y sobre los testimonios de la predicación misional cristiana, se asienta la fe, la doctrina y la teología cristianas. Por eso, el Dios cristiano es el Dios de Jesús, un padre amoroso y misericordioso que se ha automanifestado como amor comprometido con el mundo, no como motor no movido o como esencia del mundo. Su ser es ser en el amor y esto es lo que expresa el concepto de Trinidad: que Dios no es solitario sino un ser esencialmente comunitario, ágape inmenso que se extiende hacia el mundo. La infinitud, santidad, sabiduría o eternidad, todas ellas propiedades divinas, deben ser entendidas a la luz del amor que se ha manifestado en Jesucristo. Es el amor la propiedad esencial de Dios y este amor debe explicar todo lo demás, especialmente la unidad, unidad vista desde la diversidad de personas trinitarias. Porque al fin, la única verdad inmutable de Dios es que es amor, y desde aquí debe ser entendido el resto. Resto que queda para la segunda parte de la obra.
Esta teología sistemática conserva todo su frescor y vigor gracias a la fundamentación de la misma en la más profunda raíz de la tradición, pero también al esfuerzo titánico por mantener la Palabra en diálogo con las palabras que los distintos ámbitos del mundo moderno, sean ilustrado o post-ilustrado, tienen que decirnos, a veces como ayuda, otras como juicio, pero siempre como acicate para el pensamiento cristiano que tiene la obligación de mantener la encarnación constante de la fe.
Bernardo Pérez Andreo

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