Pannenberg, Wolfhart, Théologie
systématique*, Traduit
sous la direction de Olivier Riaudel. Les Éditions du Cerf, Paris 2008, 587 pp,
13,5 x 21,5 cm (Carthaginensia 50 (2010) 212-213).
No se hace necesario presentar al autor, de sobra es
conocida su obra teológica y filosófica a nivel mundial. Sus intereses van
desde la ciencia hasta la cultura y desde el ecumenismo hasta el diálogo con el
mundo secularizado. En esta obra, primera parte de la teología sistemática
publicada entre 1988 y 1995 en alemán, se unen todos esos extremos y se presenta
de forma sistemática lo que sería un pensamiento teológico post- Aufklärung. El pensamiento de Pannenberg, enraizado
profundamente en la tradición luterana, ha sabido abrirse a las metodologías
propias de las ciencias en tierras teutonas y dialogar con las más ricas
tradiciones allí implantadas. La consecuencia no podía ser otra que la
fertilización de la rica tradición centrada en la Palabra, mediante otras
palabras que pueden aportar, si no otra cosa, sí al menos un acto encarnatorio
patente. En Pannenberg, la tradición cristiana toma carne en el mundo
postilustrado y es capaz de entablar una relación casi simbiótica que retoma
los esfuerzos que los cristianos hubieron de hacer para encarnar la fe
cristiana en el mundo heleno. La Luz que vino al mundo según Juan, se acerca a
la luz que viene del mundo, según los
ilustrados. A ver si con toda esa iluminación conseguimos algo de claridad en
estos tiempos de oscuridad del pensamiento.
La lengua francesa acoge por fin en esta traducción la que
ha sido la obra más influyente del autor en el mundo germánico y anglófono. Teología sistemática quiere ser una
presentación de la doctrina cristiana evitando el uso del término dogmática tan querido por el mundo
católico como por los maestros del luteranismo como Barth, del que Pannenberg
es un verdadero discípulo, es decir, que lo ha superado en el mismo momento en
que le seguía fielmente. Cabría decir que la dogmática de Barth se transforma en sistemática, significando esto mucho más que un mero cambio
semántico, un cambio de época: la época post-ilustrada. Ahora se trata de huir
de las dialécticas separadoras y de las verticalidades disyuntivas; es el
momento de las sinergias con el mundo del pensamiento y de una metodología
interdisciplinar y transversal. La sistemática
de Pannenberg intenta todo esto y lo consigue mediante un método que integra lo
dogmático en la historia. De esta manera comienza la obra con la consideración
del hacer mismo de la teología, como lo haría el aquinate, porque sin saber qué
hacemos cuando hacemos teología, no podemos dar ningún paso firme. Asentado el
quehacer teológico en la fundamentación de la verdad de la doctrina cristiana,
hemos de avanzar hacia el concepto de Dios que ha de utilizarse. Muchas de las
disputas modernas sobre la fe han versado más en malentendidos que en
discusiones sobre fundamentos sólidos. A veces se podría haber
contraargumentado al mundo moderno que ese dios que ellos niegan también es
negado por la teología cristiana. De un mal conocimiento de Dios y de una mala interpretación
de las palabras de Pablo sobre la maldad de los que no reconocieron al Dios que
se manifiesta en la creación, ha derivado otro problema que hay que tratar y
que el autor lo hace en el capítulo tercero: la realidad de Dios en la
experiencia de las otras religiones. No es tema menor, al contrario, hoy es el
tema por excelencia, porque de él depende buena parte de nuestra capacidad de
hablar al mundo. El diálogo interreligioso se torna el tema central de una
reflexión teológica y no mera apologética como arma de destrucción del
adversario.
Concluidos los preambula
fidei, podemos adentrarnos en las cuestiones fundantes de la doctrina
cristiana. Los capítulos cuarto, quinto y sexto (y último de esta primera parte
de la obra), se dedican a la búsqueda de una exposición post-ilustrada de la
revelación de Dios, el Dios trinitario y la esencia divina y sus atributos. El
punto de partida en estos tres capítulos es que la doctrina cristina es un
objeto histórico y su contenido reposa en una revelación histórica de Dios. No
se trata de ningún mito ni de cualquier otro tipo de concepción mágica
precientífica: Dios mismo se ha revelado en la historia de Jesús de Nazaret.
Sobre este acontecimiento histórico y sobre los testimonios de la predicación
misional cristiana, se asienta la fe, la doctrina y la teología cristianas. Por
eso, el Dios cristiano es el Dios de Jesús, un padre amoroso y misericordioso
que se ha automanifestado como amor comprometido con el mundo, no como motor no
movido o como esencia del mundo. Su ser es ser en el amor y esto es lo que
expresa el concepto de Trinidad: que Dios no es solitario sino un ser
esencialmente comunitario, ágape inmenso que se extiende hacia el mundo. La
infinitud, santidad, sabiduría o eternidad, todas ellas propiedades divinas,
deben ser entendidas a la luz del amor que se ha manifestado en Jesucristo. Es
el amor la propiedad esencial de Dios y este amor debe explicar todo lo demás,
especialmente la unidad, unidad vista desde la diversidad de personas
trinitarias. Porque al fin, la única verdad inmutable de Dios es que es amor, y
desde aquí debe ser entendido el resto. Resto que queda para la segunda parte
de la obra.
Esta teología sistemática conserva todo su frescor y vigor
gracias a la fundamentación de la misma en la más profunda raíz de la
tradición, pero también al esfuerzo titánico por mantener la Palabra en diálogo
con las palabras que los distintos ámbitos del mundo moderno, sean ilustrado o
post-ilustrado, tienen que decirnos, a veces como ayuda, otras como juicio,
pero siempre como acicate para el pensamiento cristiano que tiene la obligación
de mantener la encarnación constante de la fe.
Bernardo Pérez Andreo
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