Aguado
Terr, Juan Miguel, Comunicación y
Cognición. Bases epistemológicas de la complejidad, Comunicación social
ediciones y publicaciones, Sevilla, 2003, 474 pp, 14 x 21 cm (Carthaginensia 45 (2005) 521-522).
El siglo XX nace en filosofía con la irrupción de dos obras
filosóficas que marcarán el devenir histórico del pensamiento. De un lado la
fenomenología de Husserl intentará salvar a la filosofía de su mal congénito:
el idealismo, pero sin salir propiamente de su ámbito de influencia; de otro
lado tenemos la fructífera línea de investigación abierta por Wittgenstein.
Será la preocupación por el lenguaje la que dé un fruto más duradero al
entroncar con las reflexiones sobre el conocimiento humano y unirlas a la
preocupación por el ámbito comunicacional. El siglo XXI, por su parte, nace con
una preocupación más marcada por la interrelación de todos los elementos que
tienen que ver con el hombre y su mundo. Ahora se trata de superar los marcos
reduccionistas para establecerse en estructuras de pensamiento imbricadas en la
complejidad y la organización. Se trata de la relación entre el sujeto y el
objeto, o mejor, del observador que se observa observando. La categoría
ontológica se desplaza desde el conocedor y lo conocido hasta el conocimiento
mismo. Es la cognición, a la vez social y cultural, la que tiene el grado
máximo de cientificidad, es la ciencia de segundo orden (metaciencia, o
filosofía de la ciencia, o epistemología en el lenguaje más tradicional).
En esta obra nos
encontramos con lo que va a ser el tema fundamental del pensamiento de este
siglo: la implicación cada vez mayor de todos los aspectos de las ciencias, la
filosofía y, es de desear, también la teología. Por ello nos dice el autor que
debemos entender este libro «como un apretado mapa de recorridos entre los
conceptos de complejidad, epistemología y paradigma» (13), construido a partir
de una cartografía de la diferencia (14). El mismo autor nos dice que
«no hay ninguna diferencia entre aquello de lo que un libro habla y como está
hecho» (15), por tanto digamos cómo está hecho y sabremos de lo que habla.
El libro está dividido en ocho densos capítulos. El primero introductorio
y el último inconclusivo, ponen el
marco epistemológico y cuasi geográfico a este atlas (13) topológico donde el
observador es siempre una comunidad de observadores que interactúa en el lenguaje,
convirtiéndose de esta manera en un
instrumento convivencial para el lector (331). El capítulo II, Pasajes entre el hombre y el mundo
(31-66), se plantea el tránsito desde el paradigma ontológico objetivista de la
ciencia clásica, hacia un nuevo paradigma que dé respuestas a las preguntas que
la susodicha ciencia ha dejado sin responder. Se trata del pasaje hacia la transdiplinariedad como síntoma de la irrupción de
la comunicación en el mundo de la cognición. Establecido esto, el capítulo III,
Complejidad y paradigma (67-102),
trata de asentar el nuevo paradigma trandisciplinar en la complejidad sin caer en el mito científico del saber absoluto. Debemos
conformarnos con tener un concepto claro de la coimplicación de los distintos
elementos que conforman el proceso cognitivo: sujeto, objeto y cognición, para
asumir la complejidad como irreductible marco de referencia. Siguiendo a Kuhn (discontinuidad
de paradigma) y a Prigogine (continuidad), el nuevo paradigma es el paradigma perdido, las raíces de lo
nuevo se encuentran en los rincones olvidados de lo antiguo (102), la
complejidad siempre estuvo ahí, sólo ahora hemos tenido los ojos y la necesidad
necesaria para percibirla como el marco referencial. El capítulo IV, El modelo sistémico: pasos hacia una teoría
compleja de la organización (103-143), nos pone ante dos conceptos que
avanzan en el desarrollo de la tesis del libro: sistema y organización.
El nuevo paradigma de la complejidad requiere una Teoría General de Sistemas
que permita observar el mundo como un conjunto de fenómenos individuales
relacionados en lugar de aislados, donde la complejidad adquiere interés
(106-107). En el concepto de sistema se condensa el problema del conocimiento,
de la accesibilidad-constructividad entre sujeto y mundo, entre el observador y
lo observado (111). Por su parte, el concepto de organización supone un nivel superior capaz de dar cabida a un
concepto sistémico de complejidad (129). El capítulo V, Información y comunicación: el flujo de la complejidad (144-188),
nos permite ampliar el concepto de cognición desde una ruptura con la teoría
objetivista que supone una teoría especular del conocimiento, ahora
transformado en mero gestor de información, y esta entendida como un conjunto
ordenado de bits (186). La información no debe suplantar a la comunicación,
cuando esto sucede el conocimiento se entiende como el procesamiento de la
información. Por el contrario, el concepto de comunicación es más complejo, afecta tanto al emisor como al
receptor y al proceso mismo. La comunicación (hacer común algo) es el nuevo
proceso de la cognición. El capítulo VI, La
cibernética como atractor epistemológico (189-260), nos sitúa ante un
paisaje nuevo, la cibernética como el modelo epistemológico del nuevo
paradigma. Según su etimología en Platón es el arte del pilotaje, en este
sentido es la ciencia del control. Pero en un sentido más actual, la
cibernética es la ciencia de la comunicación y de la organización efectiva, es,
en palabras de Heidegger, la metafísica
de la era atómica (191). Esta nueva cibernética resulta de una estructura
no piramidal del proceso de la información (heterarquía)
donde el fenómeno de la autoorganización se presenta como una suerte de
auto-poli-determinismo estructural relativo, donde adquiere máxima relevancia
las ligaduras del sistema (241). Este sistema se construye, a su vez, como un
cruce de espejos: «el espejo de la mente encuentra en la complejidad del mundo
un espejo cuya superficie no refleja otra cosa que él mismo, el cual, en tanto
espejo, refleja a su vez la complejidad del mundo en su propia complejidad»
(260). El séptimo capítulo, La serpiente
y el círculo: contribuciones metabiológicas a una epistemología de la
complejidad (261-316), nos lleva hasta el final de este viaje por los
recovecos de la estructura compleja de la realidad del conocimiento humano. La
vida en sí misma se presenta como una unidad compleja. La biología es el modelo
mismo del nuevo paradigma, la vida en sus estadios más simples es ya compleja,
de modo que no debemos ir muy allá para buscar los modelos, los tenemos ahí
mismo. La vida es un sistema unitario y coherente donde la autoorganización de
la complejidad tiene su base en la comunicación. La vida se nos muestra como
una unidad cognoscente-cognoscible (298). Hemos cerrado, pues, el círculo, pero
es un cierre abierto, es un bucle
donde el principio nos lleva al fin y viceversa.
Esta obra tiene un carácter de necesariedad incuestionable dentro
del ámbito científico. El siglo XXI será
el siglo de la complejidad o no será, y es necesario poner las bases para
que los distintos saberes caminen por esa vía donde la organización sustituye
al sistema y la información se instaura como la coordinación de diferencias, de
esta manera la comunicación no es ya la mera transmisión de señales sino,
verdaderamente la cognición. Estamos ante la «revolución hubbleana» (326) donde
pasamos de una organización del conocimiento del conocimiento centrada a otra
acentrada o multicentrada. Hoy conocer es hacer y ser es conocer.
Bernardo Pérez Andreo
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