Canaccini, Federico, Mateo
D’Acquasparta tra Dante e Bonifacio VIII,
Pontificio Ateneo Antonianum, Edizioni Antonianum, Roma 2008, 201 pp, 17
x 24 cm (Carthaginensia 50 (2010) 452-453).
No han sido raros a lo largo de la bimilenaria historia de
la Iglesia los papas cuya pretensión personal aunaba lo pastoral y lo regio en
una amalgama en la que era difícil
discernir el papel del sucesor de Pedro del de príncipe de un estado con
gobierno propio y con poder para ejercer el papel contra el que Jesús previno a
sus discípulos, embargados estos por las ínfulas de futuros reinos demasiado
pegados a este mundo de corrupción y muerte. Bonifacio VIII fue uno de estos
papas. Bien sabemos que los acontecimientos de fines del medioevo no pueden ser
juzgados con los criterios de hoy día, mucho menos con el rigor de nuestras
inquietudes democráticas y casi libertarias, pero el Evangelio de Jesucristo
siempre debió ser el norte que guiara los designios de los regentes pontificios
y sin embargo, durante los siglos previos a Trento, fue difícil encontrar pontífices
que así lo hicieran.
El proyecto del papa era crear un estado pontificio con
fuerza para que pudiera regir los destinos espirituales, y ya puestos los
temporales, de Europa, esa Europa que había olvidado sus valores cristianos de
unidad bajo el designio de Roma y que debía volver al redil para asegurar la
salvación de los hombres y el feliz destino de una misión divina que había sido
desechada por tantos siglos de influencias externas y luchas intestinas. El
principio de este proyecto lo acariciaba el papa en la ciudad de Firenze, donde
Güelfos y Gibelinos se disputaban el poder abiertamente y se corría el riesgo
de más guerras y destrucción. Con el fin público de poner paz y mediar en el
conflicto, el Papa envió al cardenal franciscano Mateo D’Acquasparta como
representante suyo en sendas misiones en los años 1300 y 1301. Estas misiones
tenían un fin público y publicado, pero el real, el que todos intuían y que no
escapaba a nuestro franciscano, era el de aumentar el Patrimoniun pontificio, o peor, el de aumentar las posesiones de
los Caetani. Sea como fuere, el poverello
cardenal se vio cogido entre dos lealtades ante las que supo dar respuesta. Ni
podía dejar de llevar a cabo la misión encomendada, ni podía traicionar su
propia vocación de servicio desde los últimos.
El libro es fruto de una magnífica edición realizada por la
Pontificia Universidad Antonianum de Roma, centro de estudio de la Orden
Franciscana y dirigido por Canaccini, uno de los máximos conocedores de la
historia medieval. Esto se nota en la edición. Su factura es magnífica y cuenta
con todos los elementos que hacen de una obra un puntal imprescindible en el
estudio histórico de una época ciertamente importante para la construcción de
la Europa moderna. Para ello, el libro relata en unas cien páginas los hechos
acontecidos desde la perspectiva del cardenal franciscano. En once apartados se
expresa la relación de Mateo D’acquasparta con su tiempo histórico, con
Bonifacio VIII, con los bandos en conflicto y con la propia ciudad de Firenze.
Todas estas relaciones del cardenal, nos permiten ir deshaciendo la madeja
histórica en la que a veces se convierte el estudio de hechos pretéritos. Al
fin y al cabo, la historia puede llegar a ser lo que se quiera, si no se tienen
presentes los documentos que la atestiguan, por eso el relato de los hechos,
objetivo y profundo, está acompañado de los documentos de la época referentes
al asunto tratado. Si importantes son los 20 documentos ya editados, más aún lo
son los otros 20 que aún estaban inéditos. Estos 40 documentos nos permiten
cotejar los datos y obtener de primera mano los hechos relativos a los
acontecimientos. Son principalmente las cartas enviadas por el cardenal, bien
sea informando al Papa de los progresos de su misión o ya sea informando a
otros de asuntos relevantes de su estancia en la Toscana. Sea como fuere, los
documentos aportan un valor histórico inigualable para la comprensión de un
tiempo convulso en la historia de la Iglesia.
La bibliografía junto con el índice de lugares y personas y
la documentación fotográfica, vienen a adornar definitivamente la obra con el
aparato crítico necesario para ser una referencia obligada en el estudio de los
acontecimientos relatados, pues no hay nada que pueda sustituir el uso directo
de las fuentes para no caer ni en la simple apología ni en la crítica
descontextualizada. Obras como esta son las que permiten avanzar realmente en
el estudio de la historia, especialmente en la historia de la Iglesia.
Bernardo Pérez Andreo
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