(Para José Antonio Molina Gómez, pesimista lúcido y traductor para la postmodernidad de Schopenhauer)
Suances Marcos, Manuel, Arthur Schopenhauer. Religión y metafísica de la voluntad, Herder, Barcelona 2010 (1ª ed. 1989), 278 pp, 14 x 21,5 cm (Carthaginensia 51 (2011) 202-203).
Suances Marcos, Manuel, Arthur Schopenhauer. Religión y metafísica de la voluntad, Herder, Barcelona 2010 (1ª ed. 1989), 278 pp, 14 x 21,5 cm (Carthaginensia 51 (2011) 202-203).
Ha sido todo un acierto que Herder reedite este volumen del
profesor Suances. Demasiado tiempo en los estantes de las bibliotecas hace mal
a una reflexión que no ha dejado de estar de actualidad desde aquel 1989 de la
edición princeps. Si entonces fue un
título premonitorio de la situación del hombre en el mundo que se abría tras la
caída del Muro, hoy es un preclaro diagnóstico de los males que aquejan a una
humanidad que ha hecho de la Voluntad su enseña, pero que ha tenido miedo de cumplirla hasta el final. El mundo actual solo ha adoptado de Schopenhauer el
primer paso de su metafísica de la voluntad y ninguno de la religión.
La obra pretende hacer una lectura religiosa del pensamiento
de Schopenhauer y para ello plantea tres pasos fundamentales que coinciden con
las tres partes de la misma. En la primera, intitulada La religión en el “mundo como representación”, analiza la posición
atea del autor alemán. La religión es una versión pervertida de la necesidad
metafísica de todo ser humano, es el intento por encontrar un sucedáneo a la
realidad dolorosa y al sufrimiento vital inherente a toda existencia, pero,
sobre todo, es la renuncia a pensar la propia existencia hasta el final. La
religión crea en las mentes un estadio de subdesarrollo que le impide
comprender cabalmente la realidad y que llena de prejuicios la inteligencia. Lo
único que la religión puede tener positivo es ser la base de un orden moral sin
el que el hombre se vería reducido a pura animalidad. Por eso hay que combatir
la religión como un infantilismo y desmontar los argumentos que la han
sostenido, sean apriorísticos o partan del mundo creado. Esto lleva al hombre a
abrazar la filosofía como el medio para entender la metafísica, pero esta se
torna metafísica de la voluntad.
La segunda parte de la obra entra de lleno en este análisis
bajo el titulo Metafísica de la voluntad:
lectura filosófica y religiosa de sus problemas. La voluntad, en
Schopenhauer, es un trasunto de Dios. Una filosofía atea que quiera proponer
algo para el hombre, no puede dejar de afirmar algún punto de apoyo a la
existencia del mismo y en Schopenhauer es la voluntad, ella es la unidad de
todo, la esencia de todas las cosas, el noumeno que subyace, lo
transfenoménico. Pero la voluntad es un dios tiránico y, a la vez, cercano;
tiránico porque no tiene ninguna misericordia de la situación del hombre;
cercano, porque cada uno lo lleva dentro y es capaz de seguirle. Es un dios que
la cierta ciencia actual abrazaría sin dudar, algo así como un determinismo
azaroso, a un azar dirigido. La voluntad es la sustancia y naturaleza del
hombre, la libertad, un accidente, es la capacidad de llegar a descubrirla, a
descubrir que la voluntad posee una estructura metafísica en tres momentos. El
primer momento es la caída en la existencia, fruto de la cual surge el mal,
siendo el pecado la consecuencia necesaria del extravío de la voluntad en la
existencia. La segunda es el determinismo y la carencia de libertad. Todo está
determinado y el libre albedrío es una ilusión, en el mejor de los casos, o una
invención para culpar a Dios del mal. El tercer momento es la inmortalidad como
pérdida de la individualidad.
La tercera y última parte de la obra lleva por titulo Mensaje soteriológico. En ella realiza
el autor un análisis del pensamiento religioso propiamente dicho de
Schopenhauer en tres secciones. En la primera de ellas realiza una
fundamentación de la moral sin la religión y lejos del imperativo categórico
kantiano. En la tercera realiza un estudio comparado del budismo y el
cristianismo, siendo el budismo, como ya habrá colegido el lector, la querencia
más cercana del alemán. Pero la parte más interesante es la segunda, titulada Plan de salvación. En ella ofrece el
triple camino de redención schopenhaueriano que consta de los siguientes
elementos: la vida es esencialmente dolor y la existencia una caída, solo queda
como consuelo la muerte, pero hay en el hombre un deseo metafísico de vivir que
nos empuja a superar todos los obstáculos. Para alcanzar la redención debemos
apostar por la justicia contra el egoísmo, la compasión contra la maldad y la
ascesis contra el deseo de vivir. El egoísmo es el que nos empuja a buscar
nuestro bienestar incluso contra los demás, por la justicia buscaremos no hacer
daño a otros; la maldad de la existencia nos inclina al mal, pero la compasión
nos llevará a buscar el bien de todos y no solo no dañar; la ascesis supone la negación
del conato existencial humano y por tanto salir de la individualidad. Esta
ascesis tiene un triple camino: la renuncia voluntaria, la iluminación en el
proceso de renuncia que lleva a la supresión de la voluntad y donde no hay
voluntad no hay representación y el mundo desaparece, resta la nada. La nada es
la mejor recompensa, sin dolores ni sufrimiento.
La obra concluye con un balance crítico de las luces y
sombras del pensamiento de Schopenhauer. Al decir de Suances, las luces son más
que las sombras. Es un autor que ha influido enormemente en la tradición
filosófica posterior y que ha llevado la razón pura a su extremo, ha puesto al hombre en un diálogo con su
mismidad y le hace tomar posición clara en su vida: su vida le pertenece y no
puede excusarse en otros. Ni la religión ni la tradición pueden quitar al
hombre la carga pesada de la existencia. Pero este pensamiento tiene una
sombra, no sale del solipsismo moderno. Es un pensamiento clausurado, donde no
hay posibilidad de esperanza ni atisbo de transformación del mundo. Es un
pensamiento muy al gusto del postmodernismo, pero poco apto para afrontar los
cambios que se necesitan en un mundo ayuno de esperanza.
Bernardo Pérez Andreo
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