martes, 26 de marzo de 2013

El sufrimiento en perspectiva tomasiana


Fuster i Camp, Ignasi X., Sufrimiento Humano: Verdad y Sentido. Una aproximación filosófica según el espíritu tomasiano, Biblioteca filosófica de Balmesiana, Serie I – Vol. III, Editorial Balmes, Barcelona, 2005, 521 pp, 16 x 23,5 cm (Carthaginensia 45 (2005) 260-262).

El problema o el misterio del mal, según el punto de vista desde el que se filosofe, siguen dando mucho que pensar. No es posible plantearse el pensamiento sobre Dios seriamente sin venir a caer en la piedra de toque de toda verdadera fe. Sea la confirmación de la fe o su más absoluta refutación (como desgraciadamente fue el caso del profesor Carlos París); si no queremos caer en una creencia meliflua o infantil, hemos de afrontar con valentía la cuestión del mal. Es con valentía, precisamente, con la que lo afronta el autor del libro que tratamos. Y decimos valentía también en el sentido de hacerlo desde una perspectiva ya abandonada hace decenios por el pensamiento postmoderno o en tránsito hacia la postmodernidad: la perspectiva tomista.

Esta tesis doctoral encara la cuestión del mal desde el aspecto más práctico y más significativo posible: el hombre que sufre, el homo patiens, porque todo punto de partida real para tratar sobre el mal debe ser el sufrimiento «la patencia del sufrimiento, o si se quiere, su patetismo irrefutable, innegable, patente» (33). Para llevar a cabo su reflexión el autor parte en el capítulo I (33-110) de una perspectiva antropológica del sufrimiento que le conduce, en un fructífero diálogo con la psicología y la antropología moderna, desde la visión más fenomenológica hasta dejarlo en puertas de una metafísica del mal, título precisamente del capítulo II (111-333), que se lleva la parte del león del trabajo. En este capítulo analiza pormenorizadamente el De malo de Santo Tomás, dejando asentada «una conceptualización del mal humano que pertenece a la misma antropología, una antropología que debe ser más que nunca radicalmente metafísica» (329), para poder dar respuesta tanto al mal como al sufrimiento, que a su vez será el tema del capítulo III y último: Metafísica del sufrimiento (333-454). En este capítulo final aplica el autor la metafísica del mal extraída del análisis de Santo Tomás en el anterior capítulo, apuntando en el sufrimiento un constitutivo metafísico desde la pasividad, de la misma manera que el mal es negación del bien, el sufrimiento es pasividad de la persona, «el sufrimiento experimentado por el ser humano es mal de pasión en el existente» (349). Veamos ahora la exposición sintética de la propuesta que estamos tratando.

Teniendo como base el hombre sufriente, el autor intentará llegar a las causas últimas del mismo, esto le llevará hasta el límite de realizar algo que parece imposible: una metafísica del mal, que es tanto como decir una metafísica del no-ser, puesto que el mal es entendido en todo momento como una carencia de bien o directamente como no-ser, en la línea que va de San Agustín a Santo Tomás. Exactamente dice el autor que «el mal es. El mal está realmente en las cosas como privación, pero no es algo real. Tan solo se puede considerar que el mal es algo, cuando se toma el sendito del mal como el sujeto del mal, y entonces es algo por el ser que priva» (260), es esta la posición tomista que aparece en De malo. El mal es ininteligible pero el sufrimiento sí puede ser inteligido, precisamente partiendo desde el lugar en el que habita el mal: el ser humano sufriente, el homo patiens, la unidad de ser y mal. En esta unidad entre el ser y el mal que es el hombre que sufre encontramos la respuesta a la acuciante pregunta por el origen o la causa del mal; esta no es otra que la libertad: «todo sufrimiento se reduce al estado de libertad sufriente» (31), y además «si el sufrimiento es un mal debemos preguntarnos metafísicamente en qué sentido el sufrimiento es un mal; qué es el mal del sufrimiento» (109), con la intención nada disimulada de descargar la posible culpa que hubiera en Dios sobre el origen del mal. La profundización metafísica del autor le lleva al estudio exhaustivo del De malo y de ahí obtiene la tesis tomista: la metafísica del mal no es la metafísica de la nada sino que se deriva de la metafísica del ser y por tanto del bien, pues son convertibles, y desde ahí endosa el mal a la libertad culpable del hombre, siendo «el sufrimiento causa de la culpa, del pecado (pues) sólo la libertad ha podido introducir el mal… la culpa del hombre ha introducido todo sufrimiento humano» (338). Dios es el causante del mal en tanto que pena, no en tanto que culpa. Por tanto, el mal es un bien en cierto sentido. Es un bien aunque no querido por el pecador, mas necesario para su redención, porque «la pena es un castigo justo de Dios por la culpa de la libertad… Por tanto, la pena es mal en sentido relativo, pero un bien en un sentido absoluto» (314, 315). Si el sentido profundo, es decir, metafísico del mal es que no es, entonces el sufrimiento humano queda absolutamente iluminado: tampoco es. La característica metafísica del sufrimiento es su pasividad, es el no hacer el bien o la falta de deleite las que provocan el sufrimiento debido a la libertad culpable, o en palabras del autor: «en esto consiste el sufrimiento: en la privación pasiva del ser del hombre» (377). El sufrimiento del hombre es la marca dejada en él por la libertad culpable, es su ser más íntimo, de ahí que sea la manera más directa de acceder al ser personal: la persona es sufrimiento porque es culpa en origen que paga una pena determinada por Dios.

La conclusión del trabajo es evidente, el hombre sufre y eso es un misterio en su existencia, pero no puede culpar a Dios pues ha sido él mismo con su libertad el que ha introducido el mal, ya como culpa, no querida por Dios, ya como pena, justamente querida por Dios y un bien en sentido absoluto aunque el hombre concreto que la sufre la experimente como un mal. Pero, a pesar del triunfalismo de esta conclusión, el propio autor se da cuenta que hay un sufrimiento, al menos, que no puede ser culpable, al que se une una pena que no puede ser querida por Dios. Hablamos del sufrimiento de las víctimas, en concreto de las víctimas inocentes por excelencia que son los niños. La cita de Los hermanos Karamázov en la página 447 es muy oportuna aquí. Lo único que puede hacer el autor es reconocer que «el sufrimiento permanece en el misterio. El sufrimiento de los niños continúa atormentando al hombre» (447), y atormenta porque es un sufrimiento que no puede ser imputado al sujeto paciente. Esta es la debilidad del pensamiento tomista sobre el mal. Habría sido necesario un diálogo más extenso con los autores que se han tomado esto en serio, desde el mismo Epicuro y Cicerón, pasando por Montaigne y Hume, y examinando la obra de Hans Jonas y Adorno, o algunos españoles como Queiruga o Fraijó. Incluso, el pensamiento de Juan Pablo II también intenta dar una respuesta al callejón sin salida de la tesis tomista aportando un concepto que explica el mal no únicamente desde el pecado del hombre concreto, sino desde una perspectiva global, el papa anterior hablaba de pecado estructural.

La tesis doctoral está bien organizada, con una excelente introducción que prepara el resto del trabajo, y una elaborada y extensa investigación en la que no falta ni el diálogo con las ciencias modernas ni la necesaria profundización en el pensamiento del Aquinate. Las conclusiones del trabajo son muy precisas aunque un tanto escasas y la bibliografía está muy ajustada a las fuentes tomistas. Es de agradecer el apéndice final de citas latinas del De malo. En definitiva, una tesis doctoral que aporta una visión sobre el mal y el sufrimiento en diálogo con la tradición más acendrada y la situación del mundo actual.
Bernardo Pérez Andreo

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