Seckler, Max (éd.), Aux origines de l’école catholique de
Tübingen. Johann Sebastian Drey. Brève introduction à
l’étude de la théologie (1819), Les Éditions du Cerf, Paris 2007, 398 pp, 14,5 x 23,5 cm ( Carthaginensia 48 (2008) 476-477) .
No debe
extrañarnos que se publiquen en estos pródromos seculares multitud de obras que
quieren recuperar los usos y costumbres teológicos de momentos pretéritos
considerados como alumbradores de tiempos mejores. Es un deseo natural en el
ser humano encontrar sentido a su existencia, también en sede teológica. El
presente volumen se retrotrae a uno de esos momentos de parto de la teología,
el nacimiento de la famosa escuela de Tubinga que tantos nombres diera a la
teología, la filosofía, la poesía. Aquel seminario vio tres figuras que
compartieron ilusiones y desengaños y vivificaron el ambiente pétreo de la Alemania postnapoleónica:
Hölderlin, Hegel y Schelling. Estos tres genios, teólogos frustrados de
profesión, compartieron las mismas aulas y estancias que Drey o Möhler y
bebieron de las mismas inquietudes históricas: la necesidad de dar soporte
seguro a un mundo que llevaba demasiados decenios de revolución.
La figura del discípulo, Johann Adam Möhler, eclipsó durante
muchos años a la del maestro, Johann Sebastian Drey, esta cuidada edición
intenta recuperar la importancia del que fue el iniciador de esta escuela
teológica que tan feraces frutos ha dado a lo largo de los últimos dos siglos,
sea directa o indirectamente. Sería erróneo crearnos la imagen romántica de un
grupo de discípulos reunidos a los pies del maestro y siguiendo sus enseñanzas
cual oráculo divino, rien de tel. La
famosa escuela es más un aire de pensamiento y un impulso de reflexión, en el
que se encuentran tres características esenciales que sí unifican a los
distintos teólogos que se han afiliado a este nombre. En primer lugar hay que
resaltar la contemporaneidad crítica, es decir, la asunción del tiempo en que
se vive de forma madura y crítica; en segundo lugar su fidelidad eclesial,
siendo conscientes de que el teólogo católico no puede dar frutos si es
arrancado de la vid eclesial; en tercer lugar, la referencia constante a la
práctica. Esta última es una característica paradójica porque esta escuela es
altamente especulativa (23) al tener que hacer frente a los grandes filósofos
idealistas de la época: Hegel y Schelling. Por ello, la valía de esta escuela
es paradigmática en los tiempos actuales; nos encontramos hoy en el corazón de
una crisis semejante a la que hubieron de afrontar los teólogos tubingueses en
los inicios del siglo XIX.
La excusa
pretextada para la presentación de este rico volumen ha sido la publicación
francesa de la obra inicial de la escuela de Tubinga y de la teología en clave
moderna: Breve introducción al estudio de
la teología, de Drey. Como hoy se sabe, las ideas maestra de Möhler, se
encuentran en él de manera nuclear, precisamente en esta obra. Sólo necesitamos
ver la estructura de la obra para percatarnos de que estamos ante una teología
moderna en la que se superan las formas de presentar la teología hasta entonces.
La obra consta de dos Partes principales,
la primera es una introducción de tipo propedéutico que se subdivide en tres secciones. En la primera sección se
aborda de forma consecutiva e histórica la religión, la revelación y el
cristianismo. Esto permite entrar de lleno en la teología y en la teología
cristiana en particular (segunda sección). La tercera sección aborda las
condiciones del estudio de la teología como ciencia positiva. Esta primera parte principal nos ha dejado,
especulativamente hablando, al inicio de la segunda
parte principal, cuyo desarrolló es enciclopédico,
es decir, es una presentación
enciclopédica de las partes principales del estudio de la teología. Se
divide en tres apartados. El primero es una propedéutica
histórica, donde se aborda el estudio de la Biblia desde la exégesis,
la crítica, la filología y la hermenéutica, para concluir con el estudio
histórico del cristianismo y de la Iglesia. El segundo apartado es la teología científica, en él se estudia la
teología como una ciencia especial con su sistema conceptual propio. El último
apartado llega hasta el estudio de la teología
práctica, donde se estudia el gobierno, administración y ministerio en la Iglesia. En este sucinto
resumen vemos lo más esencial de esta obra: su estructura. Cualquiera que hay
leído la Fenomenología del Espíritu o La
Enciclopedia de las
ciencias filosóficas verá la similitud estructural. Es un idealismo en su
organización pero llega a la práctica concreta de la vida de la Iglesia. Por ello, se puede decir
que supera el idealismo hegeliano, de un lado, pero también, de otro, supera
las exposiciones tardomedievales de la teología en boga. Aquí radica su máximo
valor: es fiel a la tradición y fiel a los tiempos en los que vive, con ello
consigue que el cristianismo no se apolillara en las rancias expresiones
teológicas.
Si no fuera suficiente con la obra de Drey, el volumen añade
un valor mayor con los textos que rodean y explican la obra. El mayor en número
de paginas (100) es el del propio editor. Hace una exposición explicativa de la
obra en su contexto histórico, filosófico, teológico y espiritual que repercute positivamente en la comprensión de un
texto con doscientos años de antigüedad. Además añade unos anexos con valiosos testimonios de la recepción de la escuela de
Tubinga en Francia, por teólogos de la talla de Chenu o Congar. Junto a esto,
hay que subrayar dos contribuciones magisteriales
de enorme valía, de dos de los cardenales-teólogos más importantes de la Iglesia. El cardenal Ratzinger,
hoy Benedicto XVI, hace una estimación de la actualidad de la obra de Drey,
quedándose con el valor perenne de su exégesis bíblica. Por otro lado, el
cardenal Kasper aporta dos colaboraciones. La primera, más breve, hace una
mirada a la escuela católica de Tubinga; la segunda, se centra en lo más
fundamental de la obra de Drey: la
esencia del cristianismo, tema de la máxima actualidad, sobre todo si
tenemos en cuenta que, según el cardenal Kasper, estamos en un situación
similar a la que tuvieron que enfrentar los teólogos de Tubinga, es decir ante
«una crisis de una forma histórica concreta de la Iglesia ». Por ello, se
trata «de saber si se encontrará de nuevo hoy teólogos que tengan el coraje de
pensar por ellos mismos y que estén, al mismo tiempo, profundamente enraizados
en la Iglesia
y en su tradición, y que estén igualmente abiertos a los signos de los tiempos»
(23). Si tal sucediera, no tendríamos problemas para superar esta crisis de
crecimiento, tal como se superó la de los siglos precedentes.
Bernardo Pérez Andreo
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