jueves, 9 de marzo de 2017

El pecado original

Maldamé, Jean-Michel, El pecado original. Fe cristiana, mito y metafísica, San Estaban, Salamanca 2014, 15 x 21 cm.

La cuestión del pecado original es la más espinosa que aún hoy tenemos en la teología, especialmente la católica. Los datos científicos parecen contradecir uno de los dogmas troncales de nuestra fe. Cuando la ciencia nos enseña que no hay ningún momento en el proceso de hominización que podamos mostrar como paradisíaco, un estado desde el que el hombre pudo ‘caer’, el dogma del pecado original parece perder consistencia a ojos del hombre moderno. Es, probablemente, la cuestión peor entendida por la mentalidad científica, quizás porque durante mucho tiempo nos empeñamos en que el tema del pecado original tenía que ver con la historia de la humanidad y con los datos constatables. Bien sabemos que no es así y que muchas de las críticas que se hacen a la Iglesia por este asunto son infundadas. Pero, es necesario demostrarlo y, de paso, mostrar que el creer común de muchos cristianos también está equivocado, probablemente por cierta insistencia en lo histórico por parte del magisterio en algunas ocasiones.

Este trabajo de Maldamé viene a colmar el vacío que existe entre la ciencia y el dogma, mostrando la realidad que hay detrás de un dogma mal entendido y, a veces, peor expuesto ante el pueblo. La intención de toda la obra no es otra que explicar para el mundo actual el valor de este dogma, sus límites y su virtualidad para explicar uno de los mayores problemas del hombre en cualquier tiempo: explicar el origen del mal. Porque se trata de eso cuando hablamos del pecado original, del origen del mal. Para llevar a cabo su tarea, Maldamé divide la obra en tres partes, que a su vez se compone de quince capítulos y una conclusión. En la primera parte aborda los Fundamentos de la doctrina del pecado original, por eso va al origen de la temática: San Agustín. Sí, fue la genialidad del de Hipona la que inventó lo del pecado original. En la Biblia no se encuentra y antes de él ninguno de los Santos Padres, menos en Oriente donde hasta el día de hoy no saben nada del asunto, lo cita como tal. En el Génesis y en San Pablo tenemos tematizado el pecado de Adán y el pecado del mundo, pero no el pecado original.

Para Agustín, que venía del dualismo maniqueo que afirma la existencia de un principio para explicar el origen del mal, existe un pecado que es fruto de la libertad de Adán, pero que se extiende por propagación a toda la raza humana. Es decir, es hereditario. Esto, en sí mismo, es causa de muchos problemas porque Dios estaría castigando en los hijos el pecado del padre y eso no parece que se relacione bien con la justicia. Pero, Agustín entiende que el hombre obra el mal que no quiere porque éste forma parte de su naturaleza tras la caída de Adán. De ahí que sea necesario bautizar a los niños recién nacidos para remediar este pecado original, restaurando la naturaleza caída. Se tiene constancia de bautismo de niños en el siglo II y III, pero para incorporarlos cuanto antes a la comunión de los santos, no para restaurar la naturaleza dañada. La perspectiva de Agustín pasó a la Iglesia de Occidente como una posición bien definida tras la crisis pelagiana y la dogmatización de la postura agustiniana. Pelagio defendía que el pecado es un acto de la libertad y que la libertad es real, de ahí que todo hombre nazca en el mismo estado de inocencia y de integridad que Adán. Ante esto, Agustín extrema su posición: la naturaleza humana está pervertida por el pecado de Adán, un pecado que se transmite por la procreación, por el desorden de los sentidos que produce el acto sexual. Las posiciones se tensan entre los seguidores de Pelagio y Agustín. Mientras para aquellos el uso de la concupiscencia natural en su medida es usar bien de un bien, para Agustín, ese uso es, como mucho, un buen uso de un mal. He aquí el quicio de la cuestión del pecado original a lo largo de la historia: que la Iglesia lo ha explicado, y así se ha extendido, como una perversión inherente a la naturaleza humana que se transmite por vía sexual. La identificación entre sexo y pecado, de origen gnóstico, es la clave para la mala comprensión de este dogma.
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