Hurtado, Larry W., “Dieu”
dans la théologie du Nouveau Testament, Cerf, Paris 2011, 198 pp, 13,5 x 21,5
cm (Carthaginensia 55 (2013) 268-269).
El especialista en cristianismo antiguo, Larry Hurtado,
lleva muchos años en su línea de investigación para probar que los títulos
aplicados a Jesús en el Nuevo Testamento lo designan propiamente como Dios y
que en esos mismos textos ya nos encontramos con una estructura pretrinitaria
que reflejan la convicción de los primeros cristianos de que Jesús supuso una
innovación respecto a la consideración del Dios del Antiguo Testamento. Contra
la mayor parte de la crítica, especialmente contra Dunn, Hurtado defiende que
la consideración de Jesús como Dios, nace en los textos neotestamentarios de
una manera incipiente pero evidente, si es que nos tomamos la molestia de
estudiar esos textos con el rigor que requieren. Para ello hay que prestar
atención a cómo se habla de Dios en los textos neotestamentarios, no solo cómo
se habla de Jesús. En especial es importante ver la relación de Jesús con Dios
y la presencia del Espíritu en esta relación, lo que lleva de forma inevitable
a considerar el Nuevo Testamento como los primeros escritos de una evolución
que llevará a la constitución de la doctrina trinitaria en el siglo IV.
En esta obra, Hurtado cree constatar una negligencia muy
curiosa y muy significativa, a su entender, en los estudios del Nuevo
Testamento: no se ha estudiado de forma sistemática el significado y la
presencia de Dios en el Nuevo Testamento. La causa de esto la encuentra Hurtado
en varios factores que determinan la exégesis moderna para presentar esa
extraña “falta de interés” por Dios. El primero de ellos se debería a un
supuesto pronunciado cristocentrismo que estaría en relación al rechazo
explícito desarrollado en el siglo XX por la teología metafísica. Este rechazo se remonta a Lutero y tiene como
consecuencia, además, el proceso de desmitoligización
que se vivió, en especial, tras y con la interpretación
existencialista de la religión. Estos factores han convertido los estudios
sobre la teología del Nuevo Testamento en estudios cristocéntricos, mostrando
una excesiva concentración en Jesús (cristología) en tanto que actor principal
de los designios divinos y sobre el plan redentor divino (soteriología), la
formación de un pueblo (eclesiología) y el triunfo último de las intenciones
redentoras divinas (escatología). Esta concentración cristológica de los
estudios del Nuevo Testamento estaría ocultando la absoluta novedad que supone
Jesús respecto a la religión judía y al resto de religiones del ambiente
romano. La propuesta de Hurtado es que una comprehensión de Dios, desarrollada
a la luz de Jesús, implica, a la vez, una plena continuidad con el testimonio
del Antiguo Testamento y también un desarrollo ulterior significativo. Hurtado
muestra que la primera devoción cristiana sobre Jesús implica una mutación significativa en la devoción a
Dios (p. 110).
Para demostrar su propuesta, el autor divide la obra en
cinco capítulos. En el primero, “Dios” en
el Nuevo Testamento, estado de la investigación, muestra que la
investigación sobre la manera en que los textos han mostrado a “Dios” ha sido
muy pobre. Pasa revista a los trabajos existentes y muestra sus carencias. En el segundo capítulo, ¿Quién es “Dios” en el Nuevo Testamento?,
considera a Dios en el Nuevo Testamento en el cuadro romano del politeísmo y en
el de la primera controversia cristiana sobre la identidad o diferencia del
Dios cristiano con la divinidad descrita en el Antiguo Testamento. La propuesta
es que el Dios del Nuevo Testamento representa una divinidad particular y no
una abstracción genérica y que ese Dios presenta tanto una continuación con el
Antiguo Testamento como un conjunto importante de rasgos distintivos.
En el capítulo tercero, “Dios”
y Jesús en el Nuevo Testamento, abunda en el impacto que ha tenido sobre el
discurso a propósito de Dios, la insistencia sobre Jesús en el Nuevo
Testamento. El punto clave es mostrar si el lugar central de Jesús en el
discurso del Nuevo Testamento sobre Dios, refleja una nueva divinidad o bien si
se trata de un testimonio distinto sobre la comprensión del Dios del Antiguo
Testamento. Lo primero sería la propuesta de Marción, lo segundo la de Hurtado.
Por eso, el capítulo cuarto, El Espíritu
y “Dios”, nos da la clave para la comprensión de la propuesta: la mención
extensiva del Espíritu de Dios, es la
clave para comprender el desplazamiento de significado del Dios
veterotestamentario. El Espíritu ocupa un lugar especial respecto a Jesús,
abriendo un lenguaje triádico en el discurso neotestamentario. Jesús es Dios
por el Espíritu de Dios. Según Hurtado, esta conclusión puede obtenerse del
estudio, no negligente, de muchos textos pasados por alto por la crítica. Así,
en el último capítulo realiza algunas observaciones finales, en las que
defiende su postura de analizar conjuntamente los textos del Nuevo Testamento.
Cree el autor que la disgragación en su análisis es la causante de la supuesta
negligencia respecto al análisis de Dios en esos textos. Su estudio como un
todo conjunto nos llevaría a otras posiciones, las suyas precisamente,
posiciones que relacionan estrechamente el Nuevo Testamento y el surgimiento de
la doctrina trinitaria posterior.
Independientemente del consenso que pueda suscitar la obra
de Hurtado, consenso harto dificultoso por los mismos motivos que él mismo
aduce para criticar a sus críticos, la obra de Hurtado es un aliciente para el
estudioso, al poner en cuestión los datos sabidos y las ideas que parecían
asentadas en la crítica neotestamentaria de los últimos decenios. La controversia
que ha establecido con James Dunn, especialmente, ha nutrido un cuerpo de
investigación estimulante que mantiene la tensión en el ámbito de la búsqueda
de nuevas perspectivas y formulaciones sobre el Nuevo Testamento, los primeros
cristianos, la cristología y la eclesiología. La lectura de Hurtado nunca deja
indiferente y siempre abre nuevos caminos, nuevas perspectivas y distintas
visiones de hechos que parecían asentados.
Bernardo Pérez Andreo
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