Lafond, Gérard, L’Éveil du
regard. Origine et destinée de la
Création , Lethielleux,
Paris 2010, 647 pp, 15 x 23,5
cm (Carthaginensia 52 (2011) 494-495).
La mirada, quizás sea esta el motor que permitirá al
pensamiento moderno salir de su marasmo, pero una mirada honesta, nada
infantil, por supuesto, pero siempre dispuesta a indagar el misterio que
envuelve lo real. No, no se trata de una mirada ingenua que cree ver sin más
aquello que se muestra a sus ojos en medio de una luz, a veces cegadora y
engañosa. No, no se trata de la mirada del hombre antiguo, que posa sus ojos en
los cielos y es capaz de ver luchas milenarias, seres mitológicos y extraños y
ocultos sentidos en las luces que iluminan las noches eternas del hombre
primitivo. Tampoco se trata de la mirada del hombre nacido tras las luces de la
revolución, ni la científica ni la social. Esa mirada cree construir cuanto ve,
cree, a diferencia de la anterior, que lo que ella ve es creado en ese mismo
instante, que nada ni nadie hay que lo haya puesto allí y que ella y sólo ella
es la creadora y soberana absoluta de su mundo. No, estas miradas son ingenuas,
tanto por lo que creen saber como por lo que desconocen desconocer.
La mirada
que hoy hace falta, esta mirada que preside la magnífica obra de Lafond, es la
mirada serena del que contempla el mundo como un don, un regalo ante los ojos y
un regalo para su conciencia, pero también como una tarea a realizar y
sostener. El mundo, ante esta mirada atenta y respetuosa, amante y casi
furtiva, es un misterio de comunión. El hombre, mirando así el mundo, despierta
del largo sueño de siglos de mirada aplastante y destructiva, o bien, creadora
ingenua de un mundo que se torna un infierno para los otros.
El despertar de la
mirada. Origen y destino de la
Creación , está compuesto por nada menos que 647 páginas,
XXXV capítulos, una introducción y una conclusión que no tienen desperdicio. Su
forma de enfrentarse al problema es metódica y sistemática, aunque como dice el
autor, el libro no es una obra de exégesis científica, aunque ella esté
utilizada a cada paso, no es un libro de teología sistemática que busque
extraer de la Biblia
y de la Tradición
la quintaesencia de la doctrina revelada. Tampoco es una obra apologética que
pretenda probar la superioridad del cristianismo sobre otras religiones. Mucho
menos es un comentario a la
Escritura ; es una inmersión en el universo de la Palabra revelada para allí
encontrar la vida y compartir con los hermanos y hermanas los tesoros de la
sabiduría oculta en ella y puesta por Dios ante nosotros. Para conseguir esto,
la obra se divide en tres grandes partes con títulos muy reveladores. La
primera parte es En el claro-oscuro de
los comienzos, la segunda La
iluminación y la última El fuego.
La primer parte está dedicada a lo que llamaríamos antropología teológica, creación
y pecado. La segunda a la salvación aportada por Jesús. La última a la Escatología
propiamente, pero desde una perspectiva puramente bíblica.
El libro se centra en la mirada, como hemos dicho, en la
mirada de cada uno de los hombres y de cada una de las épocas históricas. El
mundo es el mismo, es el mundo escrutado por el científico, pensado por el
filósofo, contemplado por el religioso, celebrado por el poeta, interpretado
por el artista, visto por el niño. Este mundo es el entorno próximo y lejano del
hombre, y sobre todo el hombre mismo. Lo que lo diferencia es la mirada, no el
mundo mismo. La mirada del creyente es la que ve el mundo como Creación de
Dios. Una Creación buena y bella en su proyecto inicial y que incluye al
hombre, un ser libre capaz de modificar con su mirada es proyecto. He aquí la
caída que hace de esta Creación un lugar en apariencia ambiguo que oculta la
brillante luz del comienzo en un claro-oscuro
que no es sino la aurora de la salvación. En ese claro-oscuro está el hombre en
el paraíso, Babel, Babilonia y la misma Encarnación de Jesús en la Virgen María. Pero tras la Encarnación viene la Iluminación.
Cristo , con su vida, obra, muerte y resurrección trae la luz
que ilumina a cada hombre para contemplar, para mirar el mundo con los ojos con
los que el Dios amoroso lo miró al crearlo. Jesús es y permanece la Luz
del mundo. Sus actos son luminosos y aportan el conocimiento para ver desde
dentro el misterio de la Creación. Y
tras la resurrección llega el Fuego
de la Nueva Creación ,
cuando Dios sea todo en todo, cuando todas las cosas estén penetradas por la
luz de Cristo y el mundo sea visto como Dios mismo lo mira, con los ojos del
Amor más grande jamás contemplado, el Amor del Padre y del Hijo en la comunión
del Espíritu.
Este Amor infinito del Creador por su Creación es el que
impulsa a la fe y a la esperanza en medio de un mundo marcado por los signos
del combate escatológico. En medio de un mundo en proceso de globalización los
desafíos a los que se enfrenta el conjunto de la humanidad son inmensos: el
desarrollo de las naciones pobres, el reparto equitativo de la riqueza, el
equilibrio geopolítico con las naciones emergentes, la irradiación de
ideologías fundamentalistas, tanto políticas como religiosas y el terrorismo
internacional, el peligro atómico, la violencia social y la destrucción moral
del ser humano. Son muchos los desafíos y algunos pueden estar tentados de ver
a Satanás tomar posesión del mundo, como Príncipe del mundo, pero las palabras
de Jesús son firmes y el Amor de Dios es mayor que el mal en el mundo. Como
dice Lafond “nosotros sabemos que en la hora en la que todo parezca perdido,
entonces el verdadero Salvador, Jesús el Cristo, el que ha muerto y resucitado,
aportará la salvación total y definitiva a toda la Creación” (634).
Bernardo Pérez Andreo
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