Moingt, Joseph, Dieu
qui vient à l’homme. De l’apparition à la naissance de Dieu 1. Apparition, Les Éditions du Cerf, Paris 2005, 468 pp, 13,5
x 21,5 cm ( Carthaginensia 47 (2007) 237-239) .
Estamos ante un texto de enorme trascendencia en el contexto
de la reflexión cristológica actual. Es necesario leerlo teniendo presente otro
texto anterior del autor que tuvo una repercusión considerable en el mundo
teológico, hablamos de El hombre que
venía de Dios, publicado en dos volúmenes en 1994. Ante él, esta obra cobra
un cariz apologético y reivindicativo. Si en aquella obra se seguía un proceso
ascendente e inductivo: partiendo de la realidad vivida de Jesús de Nazaret, se
llegaba a la formulación de la fe y las consecuencias históricas de esta
formulación, ahora se trata de un proceso complementario: partiendo de la Trinidad , se establece el
proceso por el que Dios viene a la carne
del mundo. En realidad se trata de la segunda parte de una obra anunciada
en tres. La primera pretende seguir el proceso de los que hicieron el duelo de Jesús, el camino de la cruz y
la resurrección: Dios que viene al
hombre. Del duelo al desvelamiento de Dios (2002). Aquí se trató de mostrar
que la revelación de Dios en la persona y el acontecimiento de Jesucristo se
hace en disposición trinitaria. En la tercera parte se anuncia cómo la
revelación se transmite hoy a través de la Iglesia. Entre las tres
entregas de esta trilogía tenemos una respuesta acabada a las limitaciones que
se reconocieron en aquella primera obra de los años noventa.
En esta segunda parte, como decimos, se trata de partir desde
el punto dejado en la obra anterior: del mismo Dios trinitario, del despliegue de la Trinidad de Dios en la
carne del mundo. A lo largo de seis epígrafes se desarrolla un proceso
descendente desde la misma eternidad de Dios hasta la venida en carne y su
proyecto redentor. Son seis epígrafes con un título sacado de la Escritura y un subtítulo
que explica su contenido sistemático. I. «Desde
antes de la fundación del mundo».
Proyecto creador y proexistencia de Cristo (45-100). Vamos a parar un
momento en este capítulo por recoger un tema de gran importancia en la
cristología actual. Como es bien sabido, desde el siglo II, cuando Justino en
su Diálogo con Trifón introdujera el
término para referirse a Cristo, la preexistencia
ha sido un concepto de gran éxito para clarificar la relación trinitaria de
Jesús. Aunque el término no tiene un origen bíblico, su idea ha sido rastreada
en diversos textos neotestamentarios. El autor, en obras anteriores, puso en
cuestión su utilidad y devaluó su virtualidad teológica. En este capítulo
vuelve sobre el tema afirmando su no procedencia escriturística pero sí su
validez dogmática, toda vez que puede ser útil para expresar el origen divino
de Cristo y su relación con la Trinidad.
Ahora bien, tenemos una aportación novedosa, para mejor
pensar esta relación propone el término proexistencia
(84) para suplir y completar el de preexistencia,
a partir del himno cristológico de Colosenses 1. Esta aportación adolece del
mismo problema que el término criticado: no está explícitamente en el texto,
pero sí es cierto que puede obtenerse por una reflexión del mismo. Como se
puede ver en el texto paulino, Cristo existe pro panton, es decir, en favor de todas las cosas, esta es la causa
de que «la idea de preexistencia, que
no habla sino de Cristo, deba ser expresada en términos de proexistencia o de precedencia»
(99), porque el apóstol considera el lugar de Cristo en Dios en tanto
manifiesta su resultado para los hombres y no en sí mismo, esto es lo que se
quiere significar con proexistencia de
Cristo: su existir en favor de todo y de todos.
En el epígrafe II. «El
Verbo estaba cabe Dios». Procesión y
misión (101-196), se trata de llevar la reflexión hasta el acontecimiento
originario, percibido como la aparición del ser eterno del Dios trinitario que
se da para llegar a los hombres en el tiempo del mundo, pero sin hacer
abstracción del mundo y del tiempo, manteniendo que el ser «procesional», en el
que Dios viene eternamente a Dios, es idéntico a la «misión» por la que se da a
los hombres (190). En el epígrafe III. «Hagamos
al hombre a nuestra imagen». Semejanza
y desemejanza (197-254), se aborda el proyecto divino de la adopción filial
de los hombres como la razón de ser del acto creador de Dios que pretende darse
completamente al hombre, pero que éste, nada más creado, pierde la semejanza
con su creador en lo que la teología ha llamado «pecado original». A
continuación, el epígrafe IV. «La luz
luce en la tiniebla». Dios ante el
riesgo de crear (255-328), afronta la temática de la creación del universo
sin pretender explicar cómo ha sido creado, sino buscando el sentido del acto
creador desde el punto de vista de la relación de Dios y del hombre. Esto saca
a la luz el problema constante del mal, o la relación entre el sufrimiento
humano y la muerte y la fe en un Dios Todopoderoso. En este sentido se acepta
la tesis de Jonas de que Dios ha debido renunciar a uno de sus atributos, su
omnipotencia, para poder crear un ser libre (324). Propuesta la creación del
hombre y del universo, el epígrafe V. «La
luz vino al mundo». La revelación en
el curso de la historia (329-380), entra de lleno en la cuestión de la
revelación y la pone en relación con la creación, porque Dios crea el mundo
para darse a conocer a los hombres, siendo la creación el preludio de la
encarnación, dos momentos de la única revelación divina. Y por último, el
epígrafe VI. «Y el Verbo se hizo carne». La encarnación redentora (381-465), se
llega hasta la misma encarnación, acto supremo de la voluntad de Dios por el
que la revelación deviene la irrupción del Verbo de Dios en la carne de Jesús.
Por otro lado, se agradece el diálogo constante y profundo
con los más importantes teólogos (Barth, Rahner, Pannenberg, Moltmann) y
filósofos (Merleau-Ponty, Jonas, Jaspers, Hyppolite, Ricoeur), así como el
preciso aparato crítico. En definitiva, estamos delante de una obra
trascendental, el autor, ni corto ni perezoso, se puso manos a la obra tras las
críticas recibidas a su primera
cristología y elaboró la que puede ser considerada como la primera cristología
dogmática del tercer milenio; hará un bien impagable la editorial que aborde su
traducción.
Bernardo Pérez Andreo
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