Cordovilla
Pérez, Ángel — Sánchez Caro, José Manuel — Del Cura Elena, Santiago (Dirs), Dios
y el hombre en Cristo. Homenaje a Olegario González de Cardedal. Sígueme,
Salamanca 2006, 677 pp, 15 x 22
cm ( Carthaginensia 47 (2007) 239-240) .
«Ninguna historia es la manifestación clara de Dios. De él
siempre tendremos signos y destellos […]; fragmentos que sólo encontrarán su lugar propio cuando
sean reinsertados como miembros en el organismo de la Verdad , formado por el
cuerpo físico, el cuerpo eucarístico y el cuerpo eclesial de Cristo. Memoria y
discernimiento, interpretación y decisión son necesarios para vivir la propia
historia como historia de salvación» (666-667). Estas palabras pertenecen
al profesor y maestro homenajeado en esta obra, con ellas concluye el libro y comenzamos
nosotros. Este libro está destinado a formar parte de esos fragmentos que deben reinsertarse en el organismo de la
Verdad. No había mejor manera de significar la misma obra de
Cardedal que construir una summa de artículos pertenecientes a los
más variados y prestigiosos autores en el campo de la teología y la filosofía.
Olegario González de Cardedal es uno de los teólogos más
significados a nivel internacional en el panorama teológico español. Su obra,
extensa y profunda, ha inspirado tanto a teólogos como a filósofos, unos y
otros se dan aquí la mano para homenajear al teólogo, al maestro, al sacerdote
y al amigo. La ocasión la brinda la jubilación administrativa del insigne
profesor, aunque su obra, ya madura, no ha dicho la última palabra. La única
manera de homenajear a un autor tan prolífico —su obra, como se recoge en la agradecida bio-bibliografía (13-47), consta de veintinueve libros como autor,
once como editor y dos más en colaboración; posee hasta cincuenta y siete
colaboraciones en obras colectivas, veintiocho en otros tantos homenajes a
teólogos y filósofos, veintiún prólogos y presentaciones; además ha escrito
ciento veinte y nueve artículos para revistas, amén de varios centenares de
artículos en prensa diaria— era reunir un buen número de artículos que hicieran
referencia a los más importantes campos de la reflexión de Cardedal.
Veinticuatro colaboraciones de otros tantos expertos en sus respectivas
materias otorgan a la obra la grandeza que el homenajeado requiere.
Las tres partes en que se divide este homenaje corresponden
a los tres campos fundamentales en los que Cardedal ha desarrollado su dilatada
producción teológica: Dios, Cristo y el hombre, estos tres y en este orden
jerárquico. La salvación sólo puede venir de Dios pero es Cristo quien la da y
la muestra al hombre, éste debe acogerla y vivirla. Como ya dijera otro insigne
cristiano: gloria Dei vivens homo. La
primera parte de la obra lleva por título Dios
(71-298), en ella, nueve autores proponen reflexiones que aúnan su propio
interés intelectual con el pensamiento de Cardedal sobre Dios. El Dios de
Cardedal no es un frío concepto abstracto fabricado por la razón humana, sino
una alteridad inaprensible, una vida que crea vida, un ser personal que
personaliza, un misterio vivificante. Es un Dios que ha querido darse y
quedarse con los hombres, que se hace historia como amor y justicia, una
realidad que realiza. Desde aquí, los nueve colaboradores abordan la cuestión
de Dios. Gabriel Amengual intentando pensar y creer en Dios después de Nietzsche;
Pedro Cerezo proponiendo un cristianismo
civil; Martín Velasco haciendo aportaciones
desde la fenomenología; Luis F. Ladaria relacionando la encarnación de Dios y la teología cristiana de las religiones; o
Santiago del Cura Elena repensando el
monoteísmo trinitario en diálogo con el judaísmo y el Islam, por citar
algunos.
La segunda parte se centra en Cristo (299-446). Cardedal afirma la fe eclesial de que Dios se ha
entregado a los hombres de forma perfecta y suprema en Cristo, pero no basta
con afirmar la fe, hay que confirmarla y darle plausibilidad científica en los
tiempos actuales, por ello, es necesario asumir el reto de la investigación
histórico-crítica y fundamentar la fe en Cristo: Dios y hombre que salva a la
humanidad. La cristología sistemática aporta esta certeza de la fe, pero
también es necesario hacer una cristología narrativa que nos cuente y casi nos
cante, esa fe que debe ser siempre personalmente asumida. En esta tarea, ocho
autores participan con otras tantas aportaciones al pensamiento cristológico. Ramón
Trevijano propone una lectura del Jesús
de la historia y el Jesús terreno en los evangelios; Días Rodelas aporta
una reflexión paulina sobre Ser en Cristo;
Rovira afirma que Dios estaba en Cristo;
Ricardo Blázquez ve en la
Iglesia el icono de la
comunión trinitaria. También colaboran en esta parte autores europeos como
Schulz o Sesboüé.
La tercera parte está reservada al Hombre (447-630). Cardedal no ha dejado de repetir que Dios no
puede ser comprendido sin el hombre y el hombre sin Dios. Dios es y será
siempre un Dios encarnado y el hombre un ser que tiene que contar con esta
encarnación de Dios como la más alta meta de su libertad y plenitud, por ello,
el hombre viviente, el hombre concreto, con sus esperanzas y anhelos, miedos y
sufrimientos es el objeto del pensamiento y el objetivo de sus reflexiones. En
este caso, siete autores se atreven con siete aspectos de la humanidad en
relación a Dios. Pilar Fernández Beites aborda la cuestión de la personalidad y
«personeidad»; Ysabel de Andía propone una lectura de la mística y la liturgia
como constitutivos de la relación del hombre y Dios; Sánchez Caro hace unas Sugerencias para un teología de la
eucaristía; José-Román Flecha presenta al Hombre nuevo en Cristo; Nurya Martínez-Gayol plantea las virtudes
teologales como fundamentos antropológicos de la existencia cristiana; Leonardo Rodríguez Duplá ofrece la
perspectiva de la Mors certa y Fernando Sebastián Aguilar
descubre a Dios en la vocación humana del
intelectual.
Como conclusión de la obra, Cardedal nos regala un epílogo momentáneo que resume lo que ha
sido su camino intelectual en la fe como hombre y como creyente: Dios en la historia y el destino de la
humanidad (631-667). El Dios cristiano es un Dios de la historia, soberano absoluto de las realidades
naturales y los poderes humanos; un Dios
del hombre, creador del mundo, los animales y el mismo hombre como imagen
suya; un Dios para los hombres,
siendo su salvador al ser él mismo un Dios
hombre, máxima plenitud de los tiempos por la encarnación. La conclusión
que nos da la Biblia
y el mismo Cardedal es que «el hombre no está sólo en el mundo. Dios es su
compañero de camino y éste camino abre a la vida, traspasando la muerte» (631).
Bernardo Pérez Andreo
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