sábado, 1 de diciembre de 2012

Quevedo: moral y política.


Pérez Carnero, Celso, Moral y política en Quevedo, Ediciones Monte Casino, Zamora 2007, 523 pp, 16,5 x 24 cm (Carthaginensia 49 (2009) 228-229).
Nos encontramos ante un voluminoso esfuerzo por rescatar una de las aportaciones al pensamiento político español y cristiano como es el caso de la Política de Dios. Gobierno de Cristo, de Francisco Quevedo. Esta tarea era merecedora de una tesis doctoral como esta, donde se redime una tradición de pensamiento que dio feraces frutos otrora, pero que fue relegada al rincón de la historia por la fuerza dialéctica de Maquiavelo, Hobbes, Spinosa, Hegel o Marx. Esta tradición no es otra que la ético-política hispana de origen medieval. En este caso, retomada por el insigne escritor del barroco español. Ningún otro podía realizar una labor de este tipo en el centro mismo del imperio de la época, el español, y cristiano según se decía a sí mismo. La crítica había de ser política, pero en la tradición moral medieval, de ahí que el esfuerzo sea una verdadera puesta en cuestión de los pensamientos meramente políticos de los autores políticos europeos. Pero la Política de Quevedo no se reduce a un tratado político, su finalidad es más práctica, locus communis del barroco. Su interés se centra en la situación concreta de la política interior hispana. En concreto, los reinados de Felipe III y Felipe IV en cuyo ejercicio abandonan la soberanía que les es propia, única e indivisible, y la transfieren a los Validos –Lerma, Uceda, Zúñiga, Olivares– suplantando así el mandato regio de origen divino. El tema nuclear es que el Rey debe asumir absolutamente el cuidado político-cristiano. Es el Rey el que ha recibido la soberanía de manos de Dios, no los Validos. Los males que el imperio sufre se deben, precisamente, a haber abandonado este firme punto de la moral y la política medieval. Por eso, el desarrollo del argumento se hace a modo de “comentario y sermón”. Comentario porque cada capítulo se inicia con una cita evangélica que se comenta extensamente; y sermón porque el tono es el de la admonición y la solicitud a la vuelta de los planteamientos morales. De esta manera, el moralista cumple su misión haciendo crítica ético-política.

La obra analizada de Quevedo puede ser útil para reanudar una necesaria unión entre los contrarios, entre el laicismo y el cristianismo español. El pensamiento en España no puede renunciar a su tradición más acendrada y a la vez lucrativa, pues la moral, siendo principio y fin de las relaciones sociales, atraerá la frialdad de la política y reconducirá tanto el “todos contra todos” como el mero utilitarismo, deviniendo una verdadera paz y concordia social, paraíso largamente anhelado por los pensadores ilustrados mas nunca alcanzado por haber separado una realidad de la otra. El Barroco español se encarga de unir moral y política, ese pensamiento ha de ser puesto al día para estar a la altura de la secularización presente. Especialmente en lo que hace a la necesidad de moralizar la vida pública. El propio Quevedo entiende que los males del reino son debidos a la aplicación de la política en su concepción maquiavélica, la política como una técnica para la ampliación del poder. El remedio está en exigir al Rey o gobernante una vida humana plenaria constituida por las virtudes morales y las virtudes políticas, el Rey debe ser totalmente Rey, de sí mismo y de los demás. En el momento en el que el Rey esté sometido a sus pasiones, sean cuales fueran, ya no es Rey sino súbdito y mal podrá dirigir y gobernar a otros quien a sí mismo es incapaz de regir. Es de justicia, nos dice Quevedo, que el Rey pase por lo que ordena a otros pasar, que use en sí el remedio que a otros prescribe. Pero, en último término, la justificación del Rey es la imitación de Cristo Rey y para ello debe imitarlo en lo más profundo de su ser: en la caridad. Cristo se distingue por la caridad y el Rey por la imitación de la caridad de Cristo. Toda su vida debe ser un servir a otros y una fatiga constante por el bien de los demás, así será en verdad lo que en principio posee en derecho. El ser-para-todos-los-hombres de Cristo se descubre plenamente en el ser-para-todos-los-hombres del Rey. He aquí la perfección de la política en la moral.
Este volumen cuenta con dos grandes divisiones, ambas nacidas de la misma obra de Quevedo. En efecto, la Política de Dios atiende a los principios de origen escolástico. En primer lugar los Principios últimos, aquellos que dan consistencia a cualquier pensamiento: epistemología, antropología, política y moral. En segundo lugar los Principios próximos, los que dan concreción al pensamiento. Se trata de las virtudes cristianas aplicadas a la política: primero las virtudes teologales y después las cardinales, con un énfasis especial en la Justicia. Estas dos partes están integradas en un estudio sincrónico más que diacrónico del pensamiento de Quevedo, pues no se ciñe al estudio de esta obra concreta del autor sino que enlaza con el resto de sus obras y las relaciones de estas con el Barroco. Esto hace aún más interesante el presente volumen, porque nos abre las puertas a un mundo apasionante que para algunos está en lo más profundo del olvido.
Se agradece la claridad expositiva del texto y la pedagógica utilización de las citas en el mismo, así como el abundante aparato crítico y las prolijas referencias bibliográficas. Todo ello hace de esta tesis doctoral un aporte impagable  tanto a la teología, como al pensamiento político y moral español, como al literario. Nuestras más sinceras felicitaciones al autor por una obra tan actual y sobre todo tan oportuna.
 Bernardo Pérez Andreo

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