jueves, 9 de septiembre de 2010

La mujer y el sacerdocio

Piola, Alberto, Donna e sacerdozio. Indagine storico-teologica degli aspetti antropologici dell’ordinazionde delle donne, Effata’ Editrice, Torino 2006, 720 pp, 17 x 24 cm (Cathaginensia 25 (2009) 485-486).

“Que la Iglesia no tiene de ningún modo la facultad de conferir a las mujeres la ordenación sacerdotal y que esta sentencia debe ser tenida de modo definitivo por todos los fieles de la Iglesia”, con estas palabras, Juan Pablo II cerraba definitivamente las puertas a la ordenación de las mujeres en la Iglesia. Pero, paradojas de la vida, se abría un enorme debate en el interior y fuera de la Iglesia. Los anglicanos han aceptado la ordenación de mujeres para el sacerdocio y también para el episcopado, lo que ha cerrado el camino hacia una futura unión de las dos tradiciones. En el mundo secular se entiende bastante mal esta prohibición, al calor de toda la ideología del género y de un supuesto derecho a la igualdad. En fin, que tras las palabras del magisterio, se hace más necesario aún repensar esta norma que la Iglesia ha cumplido siempre y que hoy es tan mal comprendida. A esto se ha puesto Albero Piola en este ingente volumen que recoge casi todo lo que era necesario para hacerse una idea de cuales son los motivos por los que la Iglesia se muestra remisa a la ordenación sacerdotal femenina.

720 páginas, 86 páginas de bibliografía y 1340 notas a pie de página, dan cuenta del ingente trabajo realizado por el autor con el fin de plantear el status quaestionis de la ordenación de la mujer en la Iglesia en su tesis doctoral, dirigida con maestría por Luis F. Ladaria sj., actual secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Una obra bien trabada y construida en torno a dos principios, uno histórico-teológico y el otro sistemático-dogmático. La primera sección (11-106) pone encima de la mesa la postura del magisterio desde el punto de vista sistemático-dogmático. La posición del magisterio es clara y tiene tres puntos de apoyo: 1. la propia concepción del sacramento del orden; 2. la relación entre Escritura y Tradición; 3. un argumento antropológico de igualdad, pero un recurso a cierta conveniencia para no ordenar mujeres. La cuestión queda así cerrada desde el punto de vista del magisterio y, además, está totalmente justificada desde el punto de vista sistemático. Pero es necesario analizar el aspecto histórico y teológico.

La segunda sección (107-568) es una indagación de la teología católica, haciendo un alto en los momentos clave de la problemática: época antigua, medieval, surgimiento de la cuestión y el debate del Concilio Vaticano II. El problema de la ordenación de mujeres, es un problema exclusivo del siglo XX. Hasta esa época fue aceptado por la Iglesia y enseñado, al menos implícitamente, por el magisterio que la ordenación sacerdotal está reservada a los varones. En la época antigua, no se encuentran apoyos suficientes para afirmar que la mujer tuviera algún tipo de cargo directivo e instituido en la Iglesia, exceptuado el caso de las diaconisas en tiempos muy primitivos y el caso de la herejía montanista, donde la mujer cobró bastante importancia. No se encuentra apoyo en la Iglesia primitiva para poder afirmar la ordenación de mujeres. Esta falta de apoyo no sólo se mantendrá en la época medieval, sino que aumentará hasta el punto de nacer una teología casi antifemenina. Sobre todo se va construir toda una argumentación más antropológica que bíblica o teológica, según la cual, la mujer es inferior al hombre tanto por cuestión meramente biológica, en dependencia de las tesis aristotélicas, como por disposición divina en el orden de la creación. Cierta lectura del libro del Génesis, unida a una cuestión factual: las mujeres no ocupan cargos en el mundo, acabarán ahormando una argumentación en contra de la ordenación femenina, más implícita que explícita. Será el derecho canónico en estos siglos el que reglamente lo que era ley de vida entre los cristianos.

Con el alborear de la modernidad, cambian poco las cosas en esta cuestión. Como muestra un botón. Dos de los grandes autores de la época, Domingo Soto y Gabriel Vásquez, aportan argumentaciones que profundizan en la doctrina medieval. El primero afirma la incapacidad para recibir el orden por defectos de razón, de libertad, de edad, de cuerpo y de alma. El segundo por la naturaleza misma de la mujer y del sacramento. Como se ve, argumentos más antropológicos que otra cosa. Hasta la llegada del Concilio Vaticano II van a cambiar poco los argumentos, tanto en el lado católico como en el protestante. Será ya a las puertas del Concilio cuando se abra la posibilidad de una nueva perspectiva, más favorable a la mujer, aunque sin permitir la ordenación. Será el jesuita Rondet, haciéndose eco de las intervenciones de Pío XII, el que afirme que la mujer no es inferior al hombre, sino diversa. En virtud de esta diferencia, corresponde al hombre el sacramento y no a la mujer, pues la mujer está hecha para ser madre, incluyendo la maternidad espiritual, por lo que no hay que restringirla al ámbito doméstico.

A partir del Concilio se inicia un tiempo que nos lleva hasta hoy, marcado por la apertura al mundo laico, las posiciones adoptadas por otras tradiciones eclesiales y la propia controversia intracatólica. Es un tiempo de debate y de profunda argumentación, en el que se sucederán posiciones extremas hasta la excomunión de algún obispo. El final ya es conocido, porque es el inicio de esta obra: la Iglesia católica no se siente legitimada para ordenar mujeres.

La conclusión (569-600) nos propone una serie de avances para una mejor inteligencia de la postura del magisterio. Lo primero de todo, la revalorización de papel de la mujer en la Iglesia, lo que no impide que algunos roles no le sean permitidos. También hay que expresar la necesidad, querida por el magisterio, de afirmar una visión de la mujer evangélica, a la altura de los tiempos en que vivimos. Además, hay que afirmar la “reciprocidad complementaria” entre el hombre y la mujer, como enseña Juan Pablo II, complementariedad que implica de un lado distinción de funciones, y de otro igualdad de derechos. De esta manera evitaremos repetir los errores pasados de una antropología poco cristiana y demasiado de este mundo.

Bernardo Pérez Andreo

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