Cardinal de Lubac, Henri – Bastaire, Jean, Claudel
et Péguy. Éditées par George Chantraine sj, Jacques Prévotat,
Michel sales sj, et Jean-pierre Wagner sous l’égide de l’association
international Cardinal Henri de Lubac. Œuvres complètes XXX. Huitième section,
Monographies. Les
Éditions du Cerf, Paris 2008, 212 pp, 13,5 x 21 cm ( Carthaginensia 49 (2009) 209-211) .
La vida
intelectual está llena de contrastes en los que un autor como de Lubac
encuentra el vigor para ahormar un pensamiento rico y valioso. Si el análisis
de un teólogo como Theillard de Chardin le hace más contemplativo; la
confrontación de dos autores bien diferentes le eleva a un estadio superior de
la inteligencia humana. Es difícil saber cuánto ha aportado a la historia del
pensamiento el enfrentamiento dialéctico de pensadores tan diferentes como es
el caso que nos ocupa con Claudel y Péguy. Cualquiera puede comprobar por sí
mismo que leer de forma paralela a dos autores bien distintos produce un
diálogo metatemporal del que el lector es el canal de comunicación y los
autores, a la par, emisor y receptor. No hay aquí ningún círculo hermenéutico
sino una relectura constante.
El presente
volumen de las obras completas del cardenal de Lubac debe mucho a la
insistencia de Jean Bastaire. Según nos cuenta, la aparición un tanto azarosa
de cinco cartas dirigidas por Claudel a Péguy desencadenará un proceso largo en
el que de Lubac elaborará un pensamiento de relación entre ambos pensadores
cristianos. Bastaire se encargará de unificar lo que la enfermedad impida al
anciano teólogo. El resultado es una obra de enorme valor teológico y de
sorprendente actualidad. De valor teológico debido al procedimiento utilizado: mezcla
de pensamiento, mística, arte y vida; de sorprendente actualidad porque a un
siglo de su elaboración, su contexto social y eclesial cobra un inquietante
interés, nos encontramos en un mundo muy necesitado de mística y de belleza,
una y otra salvarán al mundo. Nos
produce una sanísima envidia ver cómo teólogos, filósofos y escritores
mantenían un contacto asiduo que enriquecía todas las disciplinas humanas y
prestaba un servicio insustituible a la sociedad y a la misma Iglesia. ¡Ya quisiéramos
para hoy esta mutua fecundación de los saberes humanos! Es emocionante ser
testigos del contacto con un Gide, un Roman o un Mallarmé; o el diálogo con un Blum
o un Blondel; o disfrutar del mutuo enriquecimiento de Jaurès, Halévy o
Maritain. Eran otros tiempos, tiempos que debemos emular para bien de la
teología y del mundo.
La obra
se abre con una densa introducción: Claudel
et Péguy s’ignorent (9-25), donde se nos pone en situación. Para huir de la
dogmática de todo tipo, también la marxista, Péguy funda los Cahiers de la Quinzaine como órgano de expresión de la libertad cuya
falta había dejado en evidencia el caso Dreyfus, pero también como una huida de
las servidumbres burguesas demagógicas
pretendidamente socialistas (14), conviertiéndose en un medio para el debate
intelectual y moral. Los Cahiers
harán de campo abonado para el encuentro con Claudel. Esto se nos cuenta en la
primera de las dos partes de que consta la obra. Mientras en la primera se nos
narra el encuentro de dos universos (29-125),
en la segunda llegamos al diálogo entre dos
hombres (129-183). Para que se produzca un encuentro cósmico se necesita de un mediador, función que cumplirá, sin pretenderlo, André Gide. Él
hará de alcahueta literaria entre
Péguy, que venía de publicar Le Mystère
de la Charité
de Jeanne d’Arc, y Claudel, que agradecerá a Gide el descubrimiento, porque
él tenía a Péguy por un “tipo de dreyfusista, anarquista, intelectual,
tolstoiano y otros horrores” (47). Aquí encontró al hombre profundamente
religioso con el que entrará en contacto intelectual y moral y del que se podrá
llegar a hablar del catolicismo de Péguy,
e incluso de su catolicismo romano
(125).
La
segunda parte, como hemos dicho, trata sobre el diálogo entre estos dos
hombres. Entre el profundamente católico Claudel y el advenedizo Péguy. El terreno de juego será la literatura. Péguy
solicita del poeta Claudel una atención a su obra porque ve en él, no solo al
gran poeta sino “un gran corazón” (149). Toda esta segunda parte está hilada
por las cartas recíprocas que se intercambian los dos autores y que no cesarán
sino con la muerte de Péguy. El último juicio de Claudel sobre Péguy será que
los dos han arribado a la fe desde posiciones diferentes. Cada uno ha subido la
montaña por un lado distinto, pero ambos han llegado al mismo punto. Claudel
aprecia en Péguy su honestidad y franqueza, le considera un “héroe que ha
cumplido su papel, que ha luchado contra gigantes” (181).
La obra
se cierra con tres anexos en los que se recogen varias cartas que de Lubac
envía a Bastaire puntualizando su posición sobre la obra. El primer y segundo
anexos son cartas en las que se precisa la posición sobre el catolicismo de
Péguy y sobre ambos leídos como vidas paralelas. El tercer anexo es de Bastaire
y reflexiona en torno al discipulado del cardenal.
Un
volumen pequeño, en comparación con los aparecidos hasta el momento, pero no
menos importante. Para el que sabe leer, puede aportar innúmeras reflexiones en
torno al sentido de los momentos eclesiales que vivimos y los inciertos tiempos
que el mundo padece. Claudel, Péguy, de Lubac, o, tradición, renovación,
reflexión. Tres tiempos, tres metáforas, tres figuras de una utopía necesaria.
Bernardo Pérez Andreo
No hay comentarios:
Publicar un comentario