domingo, 1 de diciembre de 2013

Henri de Lubac: Claudel et Péguy.


Cardinal de Lubac, Henri – Bastaire, Jean, Claudel et Péguy. Éditées par George Chantraine sj, Jacques Prévotat, Michel sales sj, et Jean-pierre Wagner sous l’égide de l’association international Cardinal Henri de Lubac. Œuvres complètes XXX. Huitième section, Monographies. Les Éditions du Cerf, Paris 2008, 212 pp, 13,5 x 21 cm (Carthaginensia 49 (2009) 209-211).
La vida intelectual está llena de contrastes en los que un autor como de Lubac encuentra el vigor para ahormar un pensamiento rico y valioso. Si el análisis de un teólogo como Theillard de Chardin le hace más contemplativo; la confrontación de dos autores bien diferentes le eleva a un estadio superior de la inteligencia humana. Es difícil saber cuánto ha aportado a la historia del pensamiento el enfrentamiento dialéctico de pensadores tan diferentes como es el caso que nos ocupa con Claudel y Péguy. Cualquiera puede comprobar por sí mismo que leer de forma paralela a dos autores bien distintos produce un diálogo metatemporal del que el lector es el canal de comunicación y los autores, a la par, emisor y receptor. No hay aquí ningún círculo hermenéutico sino una relectura constante.

El presente volumen de las obras completas del cardenal de Lubac debe mucho a la insistencia de Jean Bastaire. Según nos cuenta, la aparición un tanto azarosa de cinco cartas dirigidas por Claudel a Péguy desencadenará un proceso largo en el que de Lubac elaborará un pensamiento de relación entre ambos pensadores cristianos. Bastaire se encargará de unificar lo que la enfermedad impida al anciano teólogo. El resultado es una obra de enorme valor teológico y de sorprendente actualidad. De valor teológico debido al procedimiento utilizado: mezcla de pensamiento, mística, arte y vida; de sorprendente actualidad porque a un siglo de su elaboración, su contexto social y eclesial cobra un inquietante interés, nos encontramos en un mundo muy necesitado de mística y de belleza, una y otra salvarán al mundo. Nos produce una sanísima envidia ver cómo teólogos, filósofos y escritores mantenían un contacto asiduo que enriquecía todas las disciplinas humanas y prestaba un servicio insustituible a la sociedad y a la misma Iglesia. ¡Ya quisiéramos para hoy esta mutua fecundación de los saberes humanos! Es emocionante ser testigos del contacto con un Gide, un Roman o un Mallarmé; o el diálogo con un Blum o un Blondel; o disfrutar del mutuo enriquecimiento de Jaurès, Halévy o Maritain. Eran otros tiempos, tiempos que debemos emular para bien de la teología y del mundo.
La obra se abre con una densa introducción: Claudel et Péguy s’ignorent (9-25), donde se nos pone en situación. Para huir de la dogmática de todo tipo, también la marxista, Péguy funda los Cahiers de la Quinzaine como órgano de expresión de la libertad cuya falta había dejado en evidencia el caso Dreyfus, pero también como una huida de las servidumbres burguesas demagógicas pretendidamente socialistas (14), conviertiéndose en un medio para el debate intelectual y moral. Los Cahiers harán de campo abonado para el encuentro con Claudel. Esto se nos cuenta en la primera de las dos partes de que consta la obra. Mientras en la primera se nos narra el encuentro de dos universos (29-125), en la segunda llegamos al diálogo entre dos hombres (129-183). Para que se produzca un encuentro cósmico se necesita de un mediador, función que cumplirá, sin pretenderlo, André Gide. Él hará de alcahueta literaria entre Péguy, que venía de publicar Le Mystère de la Charité de Jeanne d’Arc, y Claudel, que agradecerá a Gide el descubrimiento, porque él tenía a Péguy por un “tipo de dreyfusista, anarquista, intelectual, tolstoiano y otros horrores” (47). Aquí encontró al hombre profundamente religioso con el que entrará en contacto intelectual y moral y del que se podrá llegar a hablar del catolicismo de Péguy, e incluso de su catolicismo romano (125).
La segunda parte, como hemos dicho, trata sobre el diálogo entre estos dos hombres. Entre el profundamente católico Claudel y el advenedizo Péguy. El terreno de juego será la literatura. Péguy solicita del poeta Claudel una atención a su obra porque ve en él, no solo al gran poeta sino “un gran corazón” (149). Toda esta segunda parte está hilada por las cartas recíprocas que se intercambian los dos autores y que no cesarán sino con la muerte de Péguy. El último juicio de Claudel sobre Péguy será que los dos han arribado a la fe desde posiciones diferentes. Cada uno ha subido la montaña por un lado distinto, pero ambos han llegado al mismo punto. Claudel aprecia en Péguy su honestidad y franqueza, le considera un “héroe que ha cumplido su papel, que ha luchado contra gigantes” (181).
La obra se cierra con tres anexos en los que se recogen varias cartas que de Lubac envía a Bastaire puntualizando su posición sobre la obra. El primer y segundo anexos son cartas en las que se precisa la posición sobre el catolicismo de Péguy y sobre ambos leídos como vidas paralelas. El tercer anexo es de Bastaire y reflexiona en torno al discipulado del cardenal.
Un volumen pequeño, en comparación con los aparecidos hasta el momento, pero no menos importante. Para el que sabe leer, puede aportar innúmeras reflexiones en torno al sentido de los momentos eclesiales que vivimos y los inciertos tiempos que el mundo padece. Claudel, Péguy, de Lubac, o, tradición, renovación, reflexión. Tres tiempos, tres metáforas, tres figuras de una utopía necesaria.

Bernardo Pérez Andreo

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