martes, 27 de julio de 2010

Creación y Evolución

Otto Horn, Stephan e Wiedenhofer, Siegfried (A cura di), Creazione ed evoluzione. Un convegno con Papa Benedetto XVI a Castel Gandolfo, Edizioni Dehoniane Bologna, Bologna 2007, 202 pp, 14,5 x 22 cm (Carthaginensia 25 (2009) 478-480).

El presente volumen documenta la reunión del Grupo de alumnos de Joseph Ratzinger convocados en Castel Gandolfo entre el 1 y el 3 de septiembre de 2006 con la intención de tratar la problemática sobre la creación y la evolución. La causa próxima de esta convocatoria se presentó tras unas declaraciones al New York Times de un eminente exalumno del Santo Padre, el cardenal Schönborn. Aquellas declaraciones abrieron un interesante debate a nivel internacional que quiso ser aprovechado, de forma muy inteligente, por el Papa para ampliar el diálogo del mundo científico y del teológico. El resultado fue este valioso volumen donde se recogen las intervenciones de importantes expertos en teología, ciencia y filosofía. Tras ellas, se abre el diálogo entre los intervinientes, los exalumnos de Ratzinger y el propio Papa.

La obra consta de cuatro intervenciones de expertos, un apéndice a modo conclusivo de Wiedenhofer y una introducción del cardenal Schönborn. En la introducción, nos documenta el cardenal de las circunstancias precisas del debate y hace una pequeña historia de las reflexiones que el entonces cardenal y ahora Papa, ha realizado. El punto de asiento del Santo Padre en esta reflexión está, como en tantas otras cuestiones, en el logos. La razón humana puede entender el mundo porque éste ha sido creado mediante ella. Si el hombre puede conocer el mundo es porque este no es irracional sino que ha sido creado por mediación del logos, logos que permite al hombre conocer el mundo. Esta simetría entre ontología y gnoseología es la que permite conocer el mundo y comunicarlo. En el fondo del complicado proceso evolutivo se halla el Logos. Creación y Evolución deben ser compatibles.

Las intervenciones propiamente dichas, las abre Peter Schuster, profesor de química teórica en la universidad de Viena y presidente de la Academia austríaca de Ciencia. Su intervención, Evolución y Diseño (21-52), se ciñe a los aspectos relativos a la ciencia natural de la evolución biológica, para ello empieza afirmando el principio darwinista de que la evolución biológica se produce por la variación y la selección. Este principio no puede estar en disputa puesto que está firmemente demostrado por la ciencia de cualquier tipo. Pero también hay que afirmar que este proceso es enormemente complejo, pero se basa en reglas muy simples, reglas que han permitido un proceso evolutivo que desemboca en la existencia de seres capaces de razonar. Desde las moléculas replicantes, pasando por los procariotas y los protistas, llegamos a las sociedades de primates, precursoras del ser humano. Parece como si hubiera una especie de bricolage evolutivo (47), como si se hubieran combinado esas reglas simples hasta dar el ser humano. Esto permitiría la existencia de un puente entre la teología y la ciencia natural.

La intervención de Schuster nos deja ante la reflexión filosófica, que corre a cargo de Robert Spaemann, profesor emérito de la universidad de Mónaco. Bajo el título de Descendencia y Diseño Inteligente (53-60), realiza una breve pero muy interesante presentación de la necesidad de un algo más que pueda explicar aquello que no es meramente biológico. Lo bueno y lo bello no son realidades explicables por las razones meramente físicas o químicas. El principio de economía del pensamiento, la navaja de Ockam, puede ayudarnos a superar el reduccionismo cientifista. El ser humano es más que un mero agregado de moléculas. Después de esto, la intervención del profesor de filosofía natural en la Escuela de Filosofía de Mónaco, Paul Erbrich, parece una respuesta complementaria. En El problema de la creación y de la evolución (61-74), nos indica que hay mucho de problema lingüístico y terminológico. Suelen hablar los científicos de un cierto mecanismo que lleva a cabo la evolución, pero hay que preguntar quién mueve. Por lo general, la respuesta es que se autodesenvuelve, pero esto tiene que superar el principio de que nada se mueve si no es movido por otro. La evolución, en último término, exige un paso constante de la potencia de ser al acto. El concepto de creación vendría a ser complementario del de evolución.

Para acabar con las intervenciones, el cardenal arzobispo de Viena, Christoph Schönborn, reflexiona en torno a la relación entre la Fe, la Razón y la Ciencia (75-96). Las posiciones expuestas sobre la fe y la razón, no difieren de aquellas de la homónima encíclica papal. Lo más interesante es ver las cuestiones no resueltas por la propia ciencia respecto a lo que podría ser considerado muy bien como una dogmática evolucionista. Cuatro cuestiones siguen sin resolverse: 1. los eslabones perdidos; las numerosas formas intermedias entre especies que no han sido encontradas. 2. aún no ha sido demostrada una única forma de evolución de una especie a otra. 3. la imposibilidad de que un sistema pueda mutar en otro totalmente diferente a base de la suma de pequeñas transformaciones. 4. el problemático concepto de supervivencia de los más aptos. Se ha demostrado que, en multitud de ocasiones, la supervivencia depende de la contingencia o la fortuna. Estas consideraciones nos permiten afirmar con el Papa que la resurrección puede ser considerada como la más grande mutación de la historia evolutiva. La fe y la ciencia tienen mucho que hablar todavía.

Tan interesante como las intervenciones es la Discusión (97-168), donde también participa el Papa, aunque frugalmente. El volumen concluye con un Apéndice de Wiedenhofer que sirve de conclusión. Fe en la creación y teoría de la evolución (169-197), donde se propone el resultado de esta relación: el concepto de creación es un eje central en la reflexión cristiano, tanto en el sentido trascendental como categorial. Trascendental porque supone la base para la salvación del ser humano en el mundo; categorial, porque la creación es parte del mundo religioso y debe tener un contacto profundo con la reflexión filosófica y científica. Por ello, nosotros creemos, dice Benedicto XVI que al inicio estaba la Palabra eterna, la razón y no lo irracional. Esta es la base para el diálogo entre la ciencia y la religión en torno a la creación y la evolución.

Bernardo Pérez Andreo

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