lunes, 3 de enero de 2011

Ángeles y demonios

Bonino, Serge-Thomas, Les anges et les démons. Quatorze leçons de théologie catholique, Parole et Silence, Paris 2007, 351 pp, 15 x 23,5 cm (Carthaginensia 23 (2007) 542-543).

Como el propio autor reconoce en la introducción a esta obra «la enseñanza sobre los ángeles y los demonios no es el corazón de la fe cristiana. Se trata de una doctrina lateral, marginal, de una verdad periférica en la jerarquía de las verdades reveladas». No obstante y siendo esto cierto, no lo es menos que sigue formando parte de esas verdades reveladas, mientras no haya un pronunciamiento explícito en contra por parte del magisterio, como ha sido el caso del famoso limbo en el que permanecerían los niños muertos sin haber recibido el bautismo. Por tanto, para preservar la fe de manera íntegra, será necesario exponer esta parte periférica, lateral y marginal del dogma católico, a eso se ha dispuesto el autor con precisión y extensión: catorce lecciones de teología católica que imparte el autor y que dejan huella en el carácter pedagógico de la obra, destinada a alumnos de teología y con la intención de llenar el hueco que sobre esa materia existe en el panorama teológico internacional. La obra intenta «cubrir una falta y prestar un servicio a la enseñanza de la teología» (12).

En filosofía y en ciencias humanas se ha perdido mucho cuando se utiliza al chimpancé como el punto de referencia para lo humano. Si se compara al hombre con el mono, se tira hacia abajo en su consideración y dignidad, por ello, el ángel es el que debe ser el punto de comparación. Digamos que miramos hacia arriba cuando utilizamos a los ángeles como instrumento o laboratorio de pensamiento que nos permita conocer al hombre metafísicamente. Lo mismo se puede decir en teología. La angelología conduce directamente al teólogo a precisar numerosas nociones centrales en su disciplina, desde el sentido de la creación hasta la naturaleza de la Iglesia, pasando por el designio divinizador de la Trinidad, la universalidad de la providencia y el lugar que ocupa Cristo en la economía salvífica. Por otro lado, el discurso sobre Satanás y lo demoníaco, es la clave del misterio del mal, siendo así inseparable de una teología integral de la Redención como liberación, amén de poner en juego un gran número de temas de la reflexión cristiana sobre el mal. Pero el objeto primario de una angelología es hablar de Dios, es decir, conocer mejor, si eso es posible, a Dios. La única forma posible es a través de su manifestación: la creación o los seres creados, entre ellos los ángeles: seres puramente inteligibles que participan de la sabiduría divina y que pueden revelarnos características de Dios en tanto su creador.

Este curso de teología está estructurado en catorce lecciones y estas en cuatro secciones. La primera sección, Los datos tradicionales y su interpretación (15-109) abarca las cinco primeras lecciones y sienta las bases de estudio del curso. Empezando por los datos de la Escritura, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, y siguiendo por la reflexión de la Tradición, desde los Santos Padres, especialmente San Agustín, hasta Santo Tomás de Aquino, concluye en la reflexión sobre la actualidad de la propuesta angeleológica, cuya conclusión sería doble, de un lado es un dato revelado y además es útil, pues aporta un conocimiento inteligible sobre el mundo creado. En primer lugar, porque la existencia del mundo angélico engrandece la dimensión social y cósmica de la vida cristiana, y segundo, porque atestigua que el Reino no es una utopía sino que tiene su lugar en ese mundo festivo de la gloria angelical (107-108). La segunda sección, Naturaleza angélica (111-169), está conformada por tres lecciones. En ellas se explica el estatuto metafísico del ángel. Aunque la inteligencia humana no pueda tener ningún conocimiento directo de las substancias inmateriales, sí puede, con la ayuda de la fe, llegar a un cierto conocimiento de las propiedades genéricas de esas substancias, aplicando por analogía a la substancia angélica lo que sí conocemos como propiedades metafísicas generales del ser creado. La propiedad esencial del ser angélico es el conocimiento intuitivo y por tanto libre de error. En la tercera sección nos encontramos con La aventura angélica (175-219), que explica, en dos lecciones, la creación, la vocación y la potencial caída del ángel por la que deviene demonio. No es esta cuestión de poca importancia, porque todo lo creado por Dios es bueno y los ángeles son criaturas divinas llamadas a la beatitud perfecta, por ello cuesta explicar el porqué de su caída, que no es otro problema que el del origen del mal. Si todo mal viene por el pecado, el pecado que cometen los ángeles, según la toda la tradición, es un pecado de orgullo. El ángel ha sentido herido su propio orgullo cuando el hombre ha sido elevado a su dignidad, incluso por encima. El primero de los ángeles en pecar fue el que más alto estaba en el orden angélico, de él se deriva todo el mal posterior (212).

Para concluir, la última sección en cuatro lecciones, aborda la acción de los Ángeles y demonios en la historia de nuestra salvación (227-305). La explicación es sencilla: existe una jerarquía celeste cuya cabeza es Jesucristo, Jefe de los ángeles, que ha sido enviado a los hombres mediante la Encarnación para reformar los efectos de la caída de Adán. En la tierra se disputa una lucha entre la Ciudad del mal y los enviados del cielo que derrotarán a aquella. El problema que nos asalta es aquel mismo que Ricouer imputaba a San Agustín: cuando hemos de luchar fuertemente contra una herejía, corremos el riesgo de caer en ella al utilizar sus mismas armas argumentales. Si Agustín, en su lucha antignóstica, se tornó cuasignóstico, con una exposición de la angeleología que intenta huir del sinsentido de la existencia del mal, podríamos caer en el error opuesto: el sinsentido de nuestra propia fe. Aun así, el esfuerzo se agradece por intentar conservar íntegro el depósito de la fe, sin restar nada al mismo y evitando excrecencias no deseadas.

Bernardo Pérez Andreo

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