Scatena, Silvia, In populo pauperum. La chiesa latinoamericana dal concilio a Medellín (1962-1968). Prefacio de Gustavo Guetierrez, Il Mulino, Bologna 2007, XVIII + 544 pp, 15,5 x 21 cm (Carthaginensia 26 (2010) 458-460).
Populus pauperum es otro nombre de la Iglesia. La Iglesia es pueblo, pueblo de Dios, pero este Dios que se ha escogido un pueblo lo ha hecho de pobres, como manifestó en el Éxodo, también por los profetas y en el pobre de Nazaret. Decía el Crisóstomo que la Iglesia tiene nombre de sínodo, es decir, es un camino que hacemos todos juntos. En aquellos días estaba claro que el camino conjunto lo hacían los pobres, que eran la Iglesia, hoy este ser iglesia de los pobres ha sido redescubierto, después de largos siglos de olvido, por el Concilio y por los distintos sínodos que la Iglesia ha realizado en América Latina, empezando por Medellín. La editorial Il Mulino, asociada al proyecto de l’officina bolognesa para recuperar el Concilio, está llevando una magnífica labor de refrescamiento del acontecimiento del Espíritu que fue el magno Sínodo eclesial que el beato Juan XXIII promoviera. Se nota y mucho el espíritu también de Giuseppe Alberigo, el padre del proyecto de investigación de Bologna que guía sus investigaciones, aún hoy ya en el seno del Padre.
La profesora Scatena enseña historia contemporánea en la Universidad di Modena-Reggio Emilia y coordina la Alta scuola europea di formazione alla recerca storico-religiosa Della Fondazione per la scienze religiose di Bologna. Desde esas dos cátedras imparte su saber acerca de los años que preparan el Concilio y que siguen a tal acontecimiento eclesial. Su labor en esta obra ha consistido en hacer el relato de los años que median entre el inicio del Concilio y la reunión del CELAM en Medellín, el llamado “pequeño concilio”. Son años muy densos, tanto para la Iglesia como para el mundo, pero especialmente para la Iglesia Latinoamericana, que se verá en poco tiempo pasar de una iglesia colonial a una iglesia popular. Silvia Scatena nos propone un recorrido histórico por aquellos años que tanto cambiaron la faz de la Iglesia, pero no se trata de hacer historia a modo de museo, o peor, mausoleo de acontecimientos, sino al modo como la fe cristiana considera la historia: experiencia de Dios con su pueblo. Por eso, esta historia no es un relato de hechos pasados, sino una verdadera hermenéutica del modo en que Dios se ha manifestado a su pueblo, del modo en que Dios se encarna, muere y resucita con los pobres de la historia.
Esta labor de exégesis encarnatoria de Dios en su Iglesia la realiza Scatena en cinco epígrafes y más de quinientas páginas. El primero de estos epígrafes se refiere a la labor de un hombre, Manuel Larraín, que como miembro del episcopado chileno llega a la conciencia de la problemática de cambio social que se está produciendo en Latinoamérica. Digamos que siempre hace falta un Moisés que perciba el cambio y lo lidere. Larraín se percata de la necesidad de hacer del CELAM una realidad continental y participativa, no una mera delegación romana. Ante esto, muchos de los que se convertirán en los teólogos de la Iglesia latinoamericana, Gutiérrez, Dussel, Assman, Segundo, Comblin, tomarán parte en la realización de un proyecto de Iglesia autóctona. Este proyecto se llevará a cabo como un estilo de Iglesia y no como un simple evento, con una actitud de revisión permanente (capítulo segundo) que lleve hacia una nueva actitud misionera latinoamericana. Esta nueva actitud misionera se va construyendo en los diversos encuentros de los responsables episcopales del subcontinente, tras muchas reuniones, encuentros y desencuentros, pero con una mentalidad clara de hacer de una Iglesia que vive una única realidad, una verdadera promotora del cambio social, convertirse en una escuela de liberación, como Dios mismo lo quiere con su pueblo. De esta manera llegamos a 1968, la hora de la sinceridad (capítulo tercero).
En Medellín, la Iglesia latinoamericana se verá en una coyuntura difícil, en una hora decisiva. A la doctrina de la seguridad nacional que engendra la violencia institucional contra los grupos subversivos, se opondrá la violencia revolucionaria. La Iglesia tendrá que decidir dónde se sitúa, sabiendo que es la Iglesia de los pobres y que son estos los que sufren la violencia institucional y marginalmente responden con la violencia revolucionaria. De esto y mucho más se tratará en el “pequeño concilio” de Medellín (capítulo cuarto), donde se reunirá el episcopado con el fin de poner en práctica de forma conjunta las mociones que el Espíritu estaba impulsando desde el Concilio en toda la Iglesia. Las palabras de Pablo VI serán decisivas: “cambio, pero sin violencia”. El Papa insistirá en la necesidad de profundos cambios sociales en Latinoamérica, pero sin ningún tipo de violencia revolucionaria, ni tan siquiera una revolución sin violencia. Según el pontífice, cualquier revolución es perjudicial y la Iglesia debe su esfuerzo a los cambios que hagan la realidad más parecida a la voluntad de Dios. La Asamblea tendrá en cuenta las palabras del Papa y trabajará sobre la ponencia Interpretación cristiana de los signos de los tiempos hoy en América Latina, verdadero marco teológico de la Asamblea. Se establecerá la relación entre Reino de Dios y desarrollo humano y se entenderá éste último en dos sentidos, uno positivo: el pleno desarrollo de todos los valores humanos; el otro negativo, la lucha contra el pecado que atrapa al hombre: el hambre, la miseria, la ignorancia. Para vivir esto, la Iglesia debe expresar la pobreza del Dios de los pobres. No sólo debe ser una Iglesia pobre, sino una Iglesia de los pobres. Se trata de la opción por los pobres como opción de Iglesia, no de algunos en la Iglesia. El último capítulo resume lo que la Iglesia quería par sí desde el Dios de Jesucristo: pobre, misionera y pascual. Esta es la realidad de la Iglesia de todos los tiempos, ahora también por fin en América Latina. La Iglesia pobre y de los pobres, tiene la misión del Hijo de llevar el Reino a los hombres, pero esta misión no puede dejar la dimensión pascual. La Iglesia vive en la Pascua del Hijo, vive la muerte de Cristo y espera la Resurrección.
Esperamos que este sea el primero de otros volúmenes dedicados a las reuniones del episcopado latinoamericano y su relación con la historia de la Iglesia, del mundo y de América Latina. Los años transcurridos permiten hacer historia de los hechos, pero una historia con sentido, una historia como la que realiza Scatena, una historia con esperanza.
Bernardo Pérez Andreo
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