lunes, 26 de diciembre de 2011

La teología en el siglo XX y el porvenir de la fe


Sesboüé, Bernard, La théologie au XX siècle et l’avenir de la foi. Entretiens avec Marc Leboucher, Desclée de Brouwer, Paris 2007, 391 pp, 15 x 23,5 cm (Carthaginensia 25 (2009) 208-209).

Bernard Sesboüe no deja de publicar de forma casi compulsiva. Cuando no es una historia de los dogmas imponente, es una reflexión sobre la interpretación de los textos magisteriales o una perspectiva filosófica de la fe. En esta ocasión se trata de una entrevista con Leboucher entorno al futuro de la fe teniendo como punto de partida la reflexión teológica del largo y ardoroso siglo XX teológico. Decimos largo siglo en teología en contraposición al corto siglo XX histórico. Según algunos historiadores, el siglo XX comienza en 1914 y termina en 1989. Breve siglo pero intenso: guerras, descubrimientos científicos, revoluciones, contrarrevoluciones... Sin embargo, para la teología, ese breve siglo, comienza tras el primer concilio del Vaticano con la necesidad de hacerse cargo de la problemática modernista en ciernes, y aún no ha terminado. Todavía colea la relación entre la ciencia y la fe, entre el mundo y la Iglesia, entre el hombre y Dios. Son temas que no terminan de salir del ámbito en el que fueron planteados hace más de cien años, a pesar de las muchas piruetas teológicas realizadas. Aún puede leerse con fruición el volumen dedicado a la eclesiología en la década de los sesenta por un joven teólogo alemán, Joseph Ratzinger. Su lectura constata que hemos avanzado poco al respecto. Por ello, la pregunta que se hace y nos hace Leboucher es, a la vez, incitante e  hiriente: “¿cómo es posible que el gran siglo de reflexión doctrinal sobre la Iglesia haya acabado en una larga desertificación de las iglesias en occidente?” (8).
En parte para contestar la pregunta planteada, y en parte para fijar las posiciones que nos pueden permitir ir más allá, quizá pasar el Rubicón, se llevó a cabo esta larga entrevista con Sesboüe. En ella se van a repasar todos los temas importantes para la teología dogmática de forma sistemática. Son nueve capítulos en los que se desgrana el quehacer teológico del siglo pasado, comenzando por el inicio de todo el cambio teológico operado: la vuelta a los Padres de la Iglesia, la vuelta a las prístinas fuentes de la tradición (11-51). Inesperadamente, esa vuelta a la tradición es la mejor manera de adaptarse a un mundo globalizado. Parece ser que las circunstancias que tuvieron que enfrentar los cristianos de los primeros siglos son semejantes a las que hemos de hacer frente hoy: un mundo diverso, con un lenguaje nuevo al que adaptar el contenido de la fe. El lenguaje vuelve a ser el caballo de batalla: ¿helenización-globalización de los contenidos de la fe? Esto nos da de bruces con la esencia misma del mensaje cristiano: el ser de Dios, uno y trino, relación, no relatividad. En el segundo capítulo (53-90) nos lleva a la actualidad del misterio trinitario. Actualidad y redescubrimiento, porque muchos son los que no pueden situar correctamente al Dios trino en sus vidas de fe y, sin embargo, es el centro de la misma. Los Santos Padres tenían claro que a Dios se llega por Cristo y éste es Dios venido a los hombres. Que la economía de salvación pasa por este tránsito constante entre lo divino y lo humano de Cristo, precisamente la respuesta de la fe al hombre actual pasa también por ese trasiego constante entre un Dios apasionado por el hombre y un hombre necesitado de ese amor kenótico manifestado en Cristo.
En el tercer y cuarto capítulos se entra de lleno en el apasionante tema de la cristología. Primero el Jesús histórico (92-114) y después la reflexión dogmática (115-158). Sesboüe aporta un nuevo axioma, similar al enunciado por Rhaner para la Trinidad, un nuevo articulus stantis et cadentis theologiae: “el Cristo resucitado y glorioso, el Cristo confesado como Hijo de Dios y Dios, es el Jesús de Nazaret que ha nacido, ha vivido y ha muerto sobre la cruz en Palestina, y viceversa” (92). Si no existe esa relación entre el Cristo glorioso y el Jesús terreno, la fe cristiana cae irremediablemente en la gnosis o en un hecho sociológico. Todas las búsquedas y pérdidas del Jesús histórico han desembocado en el origen de todo esto, como si hubiera sido necesario el rodeo por las ciencias para encontrar al Cristo de la fe; como si la ciencia actuara a modo de praeparatio evangelica y nos ayudara a encontrar la fe original después de tantos siglos encerrados en fórmulas más o menos felices.
La Iglesia será la temática a tratar en los capítulos del cinco al siete. Con el título el siglo de la Iglesia (159-200) se repasan los hitos más importantes de la reflexión sobre la Iglesia en el siglo pasado, desde los precursores hasta los debates posteriores al Concilio, pasando por la importante aportación de la teología de entreguerras. Se desgranan los nombres de Congar, de Lubac, Ratzinger, Rhaner, quizá sea lo mejor de la teología del siglo pasado, sus teólogos.  Esos teólogos que consiguieron abrir una ventada en el alto muro de incomprensión entre cristianos. Entendieron que la conversión ecuménica (201-230) no era una mera estrategia para volver al redil a las ovejas descarriadas, sino que forma parte de la esencia de la Iglesia, de su misión. Que sean uno para que el mundo crea es la máxima a aplicar. Si los cristianos, que son los depositarios del don de la reconciliación, no son capaces de reconciliarse entre ellos, ¿quién será capaz de hacerlo en un mundo global? Se trata de un deber moral tanto como de una necesidad inscrita en la propia fe. Ser capaces de mostrar al mundo moderno otra forma de vivir, ese será el aporte de la Iglesia a la modernidad (231-289). No debe ser el repliegue defensivo tras los muros del dogma, sino la propuesta positiva de una vida en el amor. Hay que superar la dialéctica constante contra el mundo moderno, en definitiva ya no existe ese mundo, hemos dado el salto al postmoderno y la diferencia es sustancial, tanto como para modificar nuestras posiciones. El mundo moderno creía en algo, aunque fuera el progreso; el mundo postmoderno no tiene fe ni esperanza. Se hace necesario un cambio de modelo eclesial respecto al mundo actual.
El capítulo fontal del libro, el que le da título y resume es el octavo: futuro de la fe y futuro del hombre (291-359). Dios ha dado su Iglesia a los hombres y hombres pecadores, por tanto sabe muy bien de qué pasta estamos hechos. La fe tiene futuro, pero a condición de que los cristianos no estemos siempre a la espera de un milagro que nos resuelva los problemas. Los milagros son ciertamente posibles, pero los hombres hemos de actuar etsi Deus non daretur. El futuro de la fe está relacionado con el futuro del hombre. La Iglesia es el resto que debe trabajar por todos, es el pequeño grupo escogido para significar la posibilidad del amor en el mundo. El mundo vive por y para la fe, pero éste no lo sabe. Nosotros somos los testigos de este amor que se derrama en el mundo, un amor infinito del Dios uno y trino que se ha manifestado entregándose en su hijo a los hombres. Porque creemos en Dios, creemos que el mundo sigue teniendo futuro y que la Iglesia sigue teniendo una misión que cumplir y, en todo caso, siempre tendremos a los santos, testigos verdaderos del Dios hecho hombre.
Bernardo Pérez Andreo

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