viernes, 31 de agosto de 2018

Los numerosos altares de la modernidad


Berger, Peter L., Los numerosos altares de la modernidad. En busca de un paradigma para la religión en una época pluralista, Sígueme, Salamanca 2017, 254 pp, 14,5 x 21,5 cm.

Resulta admirable que un pensador como Berger conserve la ductilidad mental suficiente como para poder moldear su pensamiento rayando los noventa años de edad, pero así es. En esta obra, el sociólogo de origen austríaco propone un nuevo giro al pensamiento sobre la secularización. Se trata de un giro de su giro anterior de 1999, cuando publicó The Desecularization of de World, obra en la que daba una vuelta completa a su propia teoría de la secularización. Argumentó allí, y con buen criterio, que la teoría de la secularización resultaba empíricamente insostenible, pues las pruebas demostraban que las religiones, lejos de disminuir en la modernidad, aumentaban. Salvo en casos específicos asociados con la historia europea, en el resto del mundo, incluido Estados Unidos, las religiones aumentaban sus files y la influencia de la religión se hacía cada vez más patente. Lejos de suponer una reducción de la religión y de las religiones, la modernidad ha sido el verdadero auge de las mismas. Sin embargo, debía tener presente Berger algo que Luckmann había puesto de manifiesto: que en el proceso moderno de secularización la Transcendencia, con mayúscula, disminuye, mientras que las transcendencias menores, aumentan. Esta paradoja se debe a una realidad inscrita en el ser humano, a un constructo antropológico de primera clase: los seres humanos necesitamos de algún nivel de transcendencia y esto no puede ser eliminado por ningún proceso de secularización. Los procesos secularizadores de la modernidad no han llegado hasta el punto de eliminar las religiones, lo que han hecho es reformularlas. Esta es la nueva propuesta de Berger.

El giro que Berger da en esta obra es fundamental para comprender cabalmente los procesos modernos globalizadores. No se trata de negar la secularización, se trata de recuperar los elementos que él mismo había dejado de lado cuando propuso su desecularización. Lo que pretende es encontrar el paradigma que explique cabalmente los tiempos modernos, que son seculares, pero que muestran un auge de la religión. Cómo explicar esto. Pues mediante una teoría del pluralismo que sustituya a la teoría de la secularización. A esto se aplica en los tres primeros capítulos de la obra. Lo primero es plantear el despliegue del dinamismo pluralista. En las sociedades urbanas se produce una transformación de la condición humana que lleva al núcleo mismo de la modernidad, pues se pasa de la propia percepción, religiosa,  étnica o cultural, más como una opción que como un destino. Esto desemboca en el pluralismo, definido como una situación social en la que personas de diversas procedencias étnicas conviven de forma pacífica e incluso amistosa. En esta situación se produce un proceso de contaminación cognitiva que tiene el efecto de relativizar las posiciones de cada una de las partes. Esta relativización se produce en un doble nivel: se relativizan las religiones y se relativiza la propia perspectiva secular. Todo se vive en relación a otros modelos y formas de pensar, lo cual puede degenerar en dos situaciones que pretenden calmar la inquietud de los seres humanos. Una es el fundamentalismo y la otra el relativismo, ambas son un intento por evitar el pluralismo. El fundamentalismo pretende acabar con la inquietud restaurando certezas amenazadas, el relativismo acaba con la inquietud negando la mayor: no hay ninguna certeza. Tanto uno como otro hacen que el problema sea insoluble. El fundamentalismo balcaniza; el relativismo socava el consenso imprescindible para la existencia de una sociedad.


La consecuencia que obtiene Berger es que la modernidad no conduce necesariamente a la secularización, pero sí al pluralismo. Este desautoriza la certeza religiosa y posibilita numerosas opciones cognitivas, que bien pueden ser religiosas. De ahí la paradoja de que la modernidad suponga una desautorización de la religión y a la vez un aumento de la misma. Es el pluralismo la causa y el nuevo paradigma hacia el que hay que avanzar, pero no es el qué de las religiones lo que cambia en la sociedad plural, es el cómo lo que ha cambiado de forma radical. Lo que previamente era un destino, algo que se daba por descontado, se ha convertido ahora en una opción deliberada. Esto lleva a que se desintegre lo institucional de las religiones y todas, menos los fundamentalismo, acaben pareciéndose mucho. El pluralismo cambia la naturaleza de las instituciones, religiosas o no, y su relación con otras instituciones, véase el ecumenismo cristiano, por ejemplo. Aunque también se puede caer en uno de los elementos más visibles de las religiones dentro del ámbito capitalista, es la religión del mercado, puesto que la competencia entre diversas denominaciones concurre ante una misma demanda de mercado. Sin embargo, la relación entre las instituciones religiosas depende, en definitiva, de la conciencia moderna de asociación voluntaria de individuos. Ya no se puede forzar la pertenencia religiosa que ha dejado de ser un destino social.

En el capítulo cuarto, Berger salda cuentas con la teoría secularista y con la desecularización: “sostengo que la teoría de la secularización original estaba equivocada en su premisa fundamental, según la cual la modernidad conduce al declive de la religión. Pero no era tan errónea como sus críticos creían. Sí, el mundo contemporáneo está lleno de religión; pero existe también un discurso secular muy importante que ha llevado a que aquella sea reemplazada por formas de enfrentarse al mundo etsi Deus non daretur(p. 114). La modernidad genera pluralismo, éste lleva a la relativización de las propuestas religiosas que subjetiviza la fe y reduce el ámbito de actuación de las instituciones, que deben enfrentarse en un mercado muy competitivo. Tenemos, por tanto, un pluralismo de discursos religiosos en la mente del individuo y de la sociedad. Existe también un pluralismo entre el discurso religioso y secular. Y, por último existe un pluralismo en las distintas versiones de la modernidad. Esto nos lleva a la necesidad inexorable de gestionar el pluralismo. Esta gestión debe hacerse mediante una separación estricta, a la americana, entre Iglesia y Estado, pero con un exquisito respeto por la libertad religiosa. Se trata de una aplicación en el siglo XXI de las propuesta de David Hume en el XVIII: debe respetarse una pluralidad de sectas, pero el Estado no debe ni intervenir en su interior, ni limitar sus acciones, nada más que aquello que la ley determine, siendo el garante último del bien común.

El libro cuenta, además, con tres intervenciones a modo de respuesta a la propuesta de Berger que le dan un valor si cabe superior. Me permito destacar dos elementos de estas respuestas. Detlef Pollack hace notar que si bien es cierto que la religión aumenta en la modernidad, la sociología demuestra que los contenidos de fe de las religiones en la  modernidad se ven condicionados, son cada vez más vagos, difusos e indeterminados, lo que puede ser entendido como un proceso de secularización. Y una segunda respuesta interesante es la de Fenggang Yang. Defiende este autor que la propuesta de Berger es la de una teoría de la secularización impulsada intencionalmente dentro del nuevo paradigma que defiende, el pluralismo. Esta nueva teoría puede servir de base para un programa de ingeniería social que busca una secularización intencionada para una sociedad en vías de modernización.

La propuesta de Berger, como todas las anteriores, dará mucho qué escribir, pero no cabe duda de que toma partido por un modelo de modernización occidental capitalista, donde las religiones sean instrumentos al servicio del control social. Como hemos indicado en otro lugar, las religiones pueden jugar dos roles: bien son legitimadoras del orden establecido, bien son críticas. Este último caso es el de las religiones proféticas, entre las que el cristianismo cuenta un lugar preminente. Mi tesis es que si el cristianismo se presta a este juego que propone Berger tiene los días contados. Berger tildará esta postura de fundamentalista, sin embargo, se trata de radicalidad. El cristianismo, en su raíz, es una organización de la vida humana crítica con el orden establecido. Su máxima está tipificada en el Sermón de la montaña según la versión de Lucas y en la ejecución por parte del Imperio romano de Jesús de Nazaret. El cristianismo, lejos de la radical ortodoxy no pretende sustituir el orden social, sí hacerlo humano, preocupado por los excluidos y marginados, precisamente aquellos que Berger no tiene presentes en su libro.

 Bernardo Pérez Andreo

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