Berger,
Peter L., Los numerosos altares de la
modernidad. En busca de un paradigma para la religión en una época pluralista,
Sígueme, Salamanca 2017, 254 pp, 14,5 x 21,5 cm.
Resulta admirable que un pensador como Berger conserve la
ductilidad mental suficiente como para poder moldear su pensamiento rayando los
noventa años de edad, pero así es. En esta obra, el sociólogo de origen
austríaco propone un nuevo giro al pensamiento sobre la secularización. Se
trata de un giro de su giro anterior de 1999, cuando publicó The Desecularization of de World, obra
en la que daba una vuelta completa a su propia teoría de la secularización.
Argumentó allí, y con buen criterio, que la teoría de la secularización
resultaba empíricamente insostenible, pues las pruebas demostraban que las
religiones, lejos de disminuir en la modernidad, aumentaban. Salvo en casos
específicos asociados con la historia europea, en el resto del mundo, incluido
Estados Unidos, las religiones aumentaban sus files y la influencia de la
religión se hacía cada vez más patente. Lejos de suponer una reducción de la
religión y de las religiones, la modernidad ha sido el verdadero auge de las
mismas. Sin embargo, debía tener presente Berger algo que Luckmann había puesto
de manifiesto: que en el proceso moderno de secularización la Transcendencia,
con mayúscula, disminuye, mientras que las transcendencias
menores, aumentan. Esta paradoja se debe a una realidad inscrita en el ser
humano, a un constructo antropológico de primera clase: los seres humanos
necesitamos de algún nivel de transcendencia y esto no puede ser eliminado por
ningún proceso de secularización. Los procesos secularizadores de la modernidad
no han llegado hasta el punto de eliminar las religiones, lo que han hecho es
reformularlas. Esta es la nueva propuesta de Berger.
El giro que Berger da en esta obra es fundamental para
comprender cabalmente los procesos modernos globalizadores. No se trata de
negar la secularización, se trata de recuperar los elementos que él mismo había
dejado de lado cuando propuso su desecularización.
Lo que pretende es encontrar el paradigma que explique cabalmente los tiempos
modernos, que son seculares, pero que muestran un auge de la religión. Cómo
explicar esto. Pues mediante una teoría del pluralismo que sustituya a la
teoría de la secularización. A esto se aplica en los tres primeros capítulos de
la obra. Lo primero es plantear el despliegue del dinamismo pluralista. En las
sociedades urbanas se produce una transformación de la condición humana que
lleva al núcleo mismo de la modernidad, pues se pasa de la propia percepción,
religiosa, étnica o cultural, más como
una opción que como un destino. Esto desemboca en el pluralismo, definido como una situación social en la que personas de diversas procedencias étnicas conviven
de forma pacífica e incluso amistosa. En esta situación se produce un proceso
de contaminación cognitiva que tiene
el efecto de relativizar las posiciones de cada una de las partes. Esta
relativización se produce en un doble nivel: se relativizan las religiones y se
relativiza la propia perspectiva secular. Todo se vive en relación a otros
modelos y formas de pensar, lo cual puede degenerar en dos situaciones que
pretenden calmar la inquietud de los
seres humanos. Una es el fundamentalismo y la otra el relativismo, ambas son un
intento por evitar el pluralismo. El fundamentalismo pretende acabar con la
inquietud restaurando certezas amenazadas, el relativismo acaba con la
inquietud negando la mayor: no hay ninguna certeza. Tanto uno como otro hacen que
el problema sea insoluble. El fundamentalismo balcaniza; el relativismo socava
el consenso imprescindible para la existencia de una sociedad.
La consecuencia que obtiene Berger es que la modernidad no
conduce necesariamente a la secularización, pero sí al pluralismo. Este
desautoriza la certeza religiosa y posibilita numerosas opciones cognitivas,
que bien pueden ser religiosas. De ahí la paradoja de que la modernidad suponga
una desautorización de la religión y a la vez un aumento de la misma. Es el pluralismo
la causa y el nuevo paradigma hacia el que hay que avanzar, pero no es el qué
de las religiones lo que cambia en la sociedad plural, es el cómo lo que ha
cambiado de forma radical. Lo que previamente era un destino, algo que se daba
por descontado, se ha convertido ahora en una opción deliberada. Esto lleva a
que se desintegre lo institucional de las religiones y todas, menos los
fundamentalismo, acaben pareciéndose mucho. El pluralismo cambia la naturaleza
de las instituciones, religiosas o no, y su relación con otras instituciones,
véase el ecumenismo cristiano, por ejemplo. Aunque también se puede caer en uno
de los elementos más visibles de las religiones dentro del ámbito capitalista,
es la religión del mercado, puesto que la competencia entre diversas
denominaciones concurre ante una misma demanda de mercado. Sin embargo, la
relación entre las instituciones religiosas depende, en definitiva, de la
conciencia moderna de asociación voluntaria de individuos. Ya no se puede
forzar la pertenencia religiosa que ha dejado de ser un destino social.
En el capítulo cuarto, Berger salda cuentas con la teoría
secularista y con la desecularización: “sostengo que la teoría de la
secularización original estaba equivocada en su premisa fundamental, según la
cual la modernidad conduce al declive de la religión. Pero no era tan errónea
como sus críticos creían. Sí, el mundo contemporáneo está lleno de religión;
pero existe también un discurso secular muy importante que ha llevado a que
aquella sea reemplazada por formas de enfrentarse al mundo etsi Deus non daretur” (p. 114). La modernidad genera pluralismo,
éste lleva a la relativización de las propuestas religiosas que subjetiviza la
fe y reduce el ámbito de actuación de las instituciones, que deben enfrentarse
en un mercado muy competitivo. Tenemos, por tanto, un pluralismo de discursos
religiosos en la mente del individuo y de la sociedad. Existe también un
pluralismo entre el discurso religioso y secular. Y, por último existe un
pluralismo en las distintas versiones de la modernidad. Esto nos lleva a la
necesidad inexorable de gestionar el pluralismo. Esta gestión debe hacerse
mediante una separación estricta, a la americana, entre Iglesia y Estado, pero
con un exquisito respeto por la libertad religiosa. Se trata de una aplicación
en el siglo XXI de las propuesta de David Hume en el XVIII: debe respetarse una
pluralidad de sectas, pero el Estado
no debe ni intervenir en su interior, ni limitar sus acciones, nada más que
aquello que la ley determine, siendo el garante último del bien común.
El libro cuenta, además, con tres intervenciones a modo de
respuesta a la propuesta de Berger que le dan un valor si cabe superior. Me
permito destacar dos elementos de estas respuestas. Detlef Pollack hace notar
que si bien es cierto que la religión aumenta en la modernidad, la sociología
demuestra que los contenidos de fe de las religiones en la modernidad se ven condicionados, son cada vez
más vagos, difusos e indeterminados, lo que puede ser entendido como un proceso
de secularización. Y una segunda respuesta interesante es la de Fenggang Yang.
Defiende este autor que la propuesta de Berger es la de una teoría de la
secularización impulsada intencionalmente dentro del nuevo paradigma que
defiende, el pluralismo. Esta nueva teoría puede servir de base para un
programa de ingeniería social que busca una secularización intencionada para
una sociedad en vías de modernización.
La propuesta de Berger, como todas las anteriores, dará
mucho qué escribir, pero no cabe duda de que toma partido por un modelo de
modernización occidental capitalista, donde las religiones sean instrumentos al
servicio del control social. Como hemos indicado en otro lugar, las religiones
pueden jugar dos roles: bien son legitimadoras del orden establecido, bien son
críticas. Este último caso es el de las religiones proféticas, entre las que el
cristianismo cuenta un lugar preminente. Mi tesis es que si el cristianismo se
presta a este juego que propone Berger tiene los días contados. Berger tildará
esta postura de fundamentalista, sin embargo, se trata de radicalidad. El
cristianismo, en su raíz, es una organización de la vida humana crítica con el
orden establecido. Su máxima está tipificada en el Sermón de la montaña según
la versión de Lucas y en la ejecución por parte del Imperio romano de Jesús de
Nazaret. El cristianismo, lejos de la radical
ortodoxy no pretende sustituir el orden social, sí hacerlo humano,
preocupado por los excluidos y marginados, precisamente aquellos que Berger no
tiene presentes en su libro.
Bernardo Pérez Andreo
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