viernes, 18 de junio de 2010

El tiempo, enigma y misterio.

Luiz de Mori, Geraldo, Le temps énigme des hommes mystère de Dieu, Les Éditions du Cerf, Paris 2006, 392 pp, 13,5 x 21,5 cm. (Carthaginensia 23 (2007) 553-554).

El problema filosófico por excelencia del siglo XX ha sido el del tiempo. Baste recordar insignes obras que llevan por título tan emblemático enunciado: Ser y Tiempo (Heidegger), El Tiempo y el Otro (Lévinas), Tiempo y relato (Ricoeur). Otros tratan la temática en vistas a su proyecto filosófico, como Rosenzweig (La estrella de la redención), Merleau-Ponty (Fenomenología de la percepción), o Bloch (El principio esperanza). Todos ellos han situado esta reflexión en el corazón mismo de la problemática humana y, por ende, divina. Desde que Aristóteles inscribiera el tiempo en el cosmos como salida a la aporía de sus predecesores, no hemos dejado de preguntarnos por el tiempo, aunque no es fácil hacer una reflexión definitiva, máxime teniendo que hacerlo como cristianos y en sede teológica, pero la obra que tratamos ha logrado algo muy valioso en relación al tiempo. No sólo se plantea el problema filosófico y teológico a la vez, sino que lo hace desde una perspectiva muy concreta: la situación de la fe en Brasil. Lo que parecería, a primera vista, como un localismo limitador de la reflexión, se torna su condición de posibilidad, pues la única manera de pensar el tiempo es pensarlo hic et nunc.

Tres cuestiones, transformadas en aporías, son las que se establecen en torno al tiempo en esta obra: la primera cuestión estriba en la diferencia entre Aristóteles y Agustín. ¿Es el tiempo algo inscrito en el cosmos, o el alma? Esta cuestión plantea una aporía a resolver en la obra. Por un lado, el valor del tiempo hoy en Brasil, por otro, su valor para el relato bíblico. La segunda cuestión es la relación entre el tiempo y el Ser. El tiempo enmarca al Ser, de forma que este se encuentra entre el No-Ser del futuro y el No-Ser del pasado, pero en un Ser que se desvanece en el devenir temporal. Esta cuestión clave se torna aporía en el mismo momento que lo aplicamos a los relatos bíblicos y a la situación de Brasil. Las nociones clave serán las de herencia, espera e iniciativa. La tercera y última cuestión es la del fundamento a partir del cual se piensa el tiempo. La aporía se resolverá desde dos categorías complementarias. A la hora de hacer frente a la situación brasileña, será necesario pensar la relación entre tiempo y eternidad para resolver la cuestión de la finitud, la mortalidad y el sufrimiento. Del lado de los relatos bíblicos, la solución está en la eternidad inmutable de Dios y su fidelidad en las pruebas.

La resolución de las aporías se lleva a cabo a lo largo de un Preludio, seis capítulos y un Fin conclusivo y poéticamente elaborado. El Preludio, poco más de treinta páginas, plantea el tiempo como enigma a parte homini. El tiempo puede ser considerado como un ciclo eterno o como lo eterno en movimiento. Esta última propuesta se acerca a la lectura cristiana y viene a resaltar el flujo temporal como un devenir de Dios mismo para los hombres. La dimensión temporal que cualifica la realidad es el futuro. Lo que está por venir determina lo que es y lo que fue, en un flujo que desarrolla el Ser y que lleva hasta la plenitud. Acabado esto, el Capítulo primero, da una respuesta creyente a lo planteado en el Preludio, buscando una poética de la temporalidad a partir de la obra de Paul Ricoeur, Tiempo y relato. Tres son los ejes de esta obra ricoueriana que guían la presente reflexión: el primer eje es el de identidad narrativa aplicado a la relación entre relato bíblico y realidad brasileña y que permite leer una a la luz del otro; el segundo eje es la hermenéutica de la conciencia histórica que guía la lectura del sentido y la unidad acordadas en Brasil y en las Escrituras, tanto en el pasado, en el presente y en el futuro; el tercer eje es el del fundamento del tiempo que desemboca en el silencio, como se ve en los mismos filósofos arriba citados, y se deja enriquecer por la imaginación y la ficción.

Con los tres ejes de Ricoeur se da paso a los cinco capítulos restantes. Los dos primeros entran en la problemática brasileña, mientras que los tres últimos abordan el tiempo desde la perspectiva de la Escritura, más concretamente su centro y sentido: Jesucristo. Los capítulos segundo y tercero (89-160) realizan una lectura histórica del tiempo en Brasil, seguido de una fábula sobre el tiempo de los brasileños. En la lectura se exponen los concectores que vinculan el tiempo en Brasil: el descubrimiento por los portugueses, la mezcla racial entre los autóctonos y los llegados de Europa que va a crear una identidad propia, y la huella dejada, más en los cuerpos que en los textos, con sus documentos y archivos. Por su parte, la fábula, concreta la historia de Brasil en el estudio de una novela de João Ubaldo Ribeiro, Viva el pueblo brasileño. Con este estudio pretende «explorar la relación del tiempo con la eternidad y la relación secreta de esta con la muerte» (123) en Brasil, donde lo imaginario, la ficción, la realidad, lo eterno, el sufrimiento y la muerte, se mezclan de forma paralela a como sucede en los textos de la Escritura. Esto mismo nos lleva al Interludio que separa esta «primera parte» de la obra de los capítulos dedicados a Jesucristo. El tiempo: misterio de Dios (161-203) concluye e introduce. Concluye lo precedente, sentando la tesis de que el hombre no puede abordar el tiempo como cualquier otra realidad, sencillamente porque él está en el tiempo y no le pertenece, de ahí su enigmaticidad; introduce porque sitúa el tiempo en el centro de la vida de Cristo, en su relación con el mundo y con la historia a través de la poética eucarística que se traduce en una visión eucarística del tiempo. La verdadera y única identidad del tiempo reside en su ser desde la acción poética de Cristo en la eucaristía, lugar y tiempo en el que el hombre y Dios se unen mediante la comunión de la mesa.

Ahora podemos resolver las tres aporías que las cuestiones filosóficas sobre el tiempo planteaban, las cuestiones de la identidad, unificación y fundamento. Esto se lleva a cabo, de forma extensa y sistemática en los tres capítulos últimos: el tiempo «contado» en Jesucristo (205-252), el tiempo «cumplido» en Jesucristo (253-292), y el tiempo «revelado» en Jesucristo. La identidad del tiempo se halla en Jesucristo, en él Dios, el eterno, se ha identificado con la historia de los hombres, lo finito, he ahí la identidad del tiempo; la unificación entre Ser y tiempo es la vida misma de Cristo, Servidor, Esposo e Hijo, él es el cumplimiento del tiempo; el fundamento del tiempo es el misterio revelado sobre la cruz de Jesús. El tiempo contado y cumplido en Jesucriso nos revela el fundamento del tiempo en términos muy diferentes a los de la ontología clásica. El Dios que se revela como creador del tiempo, el Ser y los entes, no está disponible a nuestra razón como cualquier otro objeto de conocimiento. Él se da a conocer por el Hijo en el Espíritu, pero permanece como misterio más allá del Hijo y del Espíritu, «el fundamento del tiempo es pues misterio del tiempo» (335).

La obra concluye con una hermosa poética eulógica y eucarística del tiempo (337-376) donde extrae los resultados más suculentos del trabajo mediante el recurso doxológico de los primeros cristianos. La fe y la razón vuelven a darse la mano para concluir una reflexión sobre el tiempo, medida de Dios en los hombres, y la historia fáctica de Brasil contada a partir de los relatos bíblicos, paradigmas de todas las interpretaciones de la fe; una fe concreta y basada en la experiencia vital de Jesús de Nazaret, y una razón aposentada en lo más profundo del hombre: la poesía. Es una lástima que, a lo largo de las cuatrocientas páginas de la obra, las ciento ochenta obras citadas y las precisas y numerosas citas a pie de página, no se cite a quien es la creadora del concepto que ahorma la reflexión del autor, nos referimos a la razón poética, pensamiento de María Zambrano.

Bernardo Pérez Andreo

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