miércoles, 16 de junio de 2010

La Verdadera Religión


Pérez Andreo, Bernardo, La verdadera religión. El intento de Hume de naturalizar la fe, Publicaciones del Instituto Teológico. Series Maior 51, Editorial Espigas, Murcia 2009, 200 pp, 16,5 x 24 cm.
La presencia del pensamiento de David Hume en los últimos decenios no ha hecho más que acrecentarse al calor de las investigaciones impulsadas por la celebración del doscientos aniversario de su muerte en 1976. En un primer momento se realizaron investigaciones de carácter filosófico que venían a poner de manifiesto la actualidad del pensamiento del escocés, toda vez que la modernidad, un tanto alicaida ya por aquel entonces, daba muestras de agonía y los grandes conceptos que la catapultaron históricamente hacían aguas en el naufragio del pensamiento postheidegeriano. Otra conceptualización venía a suplir a la exausta razón cartesiana, y los científicos de distintas ramas aprovechaban las aportaciones de la filosofía de corte humeana. Pero, como siempre, la teología se quedaba atrás en este como en tantos otros campos de la investigación. Y es de extrañar porque, aunque no lo pareciera en un primer momento, el pensamiento de Hume está más cerca de la sana teología que el racionalismo de corte idealista o que cierta fenomenología poco avisada. Fuera de los pagos hispanos pocos se han interesado por las consecuencias teológicas del pensamiento humeano y entre nosotros contamos, a modo de ínsula ignota, con la magnífica tesis doctoral de Gerardo López Sastre (La crítica epistemológica y moral a la religión en el pensamiento de David Hume, Universidad Complutense, Madrid 1990), pero más allá de esto hay poco escrito. El libro de Pérez Andreo pretende remediar en parte esta ausencia de referencia a tan magna obra filosófica y, sobre todo, intenta aportar nuevas vías a la reflexión teológica en un mundo ya definitivamente secular, pero necesitado de orientaciones de sentido.


Ha sido costumbre acercarse a la filosofía de Hume desde los pagos teológicos con enorme precaución, si es que se hacía tal intento. Es necesario afirmar la necesidad de volver la vista al filósofo ilustrado menos conforme con aquella época. Se trata de un pensador completamente inmerso en un momento histórico en el que se fraguan las tendencias laicistas modernas y donde se sientan las bases para la ruptura entre la cultura y la fe cristiana. Pero Hume no asume el pensamiento ilustrado sino que le da un giro por el que la propia ilustración puede ponerse al lado de la fe cristiana. La crítica de Hume al concepto ilustrado de «razón» y su sometimiento a la parte afectivo-emocional, lo convierten en una extraño aliado de la crítica creyente a la endiosada razón ilustrada.
Por otra parte, su naturalización de la fe religiosa, convirtiéndola en creencia humana, puede tener una lectura positiva desde la perspectiva cristiana. Si tradicionalmente se ha leído esto como una reducción de la fe trascendente, hoy podemos entenderlo de modo bien diferente. Precisamente la creencia humana es la base imprescindible para cualquier concepto cristiano de «fe». Sin creencia, sin la disposición natural humana a aceptar la realidad sin mediar la razón, no sería posible aceptar la fe como síntesis del sentido de la existencia de los seres humanos. Este concepto secular o laico de fe, la creencia, es lo más cerca que la ciencia y la filosofía puede estar del concepto cristiano de fe, sin por ello negar nada esencial de la reflexión científico-filosófica y sin separar ni confundir los términos teológicos y los filosóficos. Si Antonio Damasio está en lo cierto, Hume se adelantó dos siglos a los descubrimientos de la neurología actual. Este investigador portugués demuestra el grave error de Descartes y, colateralmente, el gran acierto del escocés.
Para la elaboración de esta reflexión, el autor ha dividido la obra en cinco capítulos. En el primero comienza por situar históricamente a Hume, porque las circunstancias que envuelven a cualquier pensamiento son las que nos permiten dar cuenta cabal del mismo ya que ningún pensamiento se entiende fuera de su contexto; la descontextualización de un pensamiento indica normalmente un pretexto para una crítica partidista. Así, se analizan tanto las influencias familiares, sociales y religiosas como las filosóficas. De este recorrido se concluye que el momento histórico en el que confluyen las luchas religiosas, el pensamiento empirista y el pietismo calvinista, van a ser elementos clave para comprender al escocés.
En el capítulo II, Hacia una nueva metafísica, se plantean los presupuestos filosóficos de la posterior crítica a la religión. Cree el autor que Hume lanza una apuesta por una nueva metafísica. Se trata de huir de la Escila racionalista sin caer en la Caribdis empirista. La nueva metafísica pretende nacer del mismo fundamento de lo humano, según el decir de Hume: la Naturaleza Humana. Este concepto es el centro de su reflexión y la base para afirmar el proyecto metafísico humeano. La Naturaleza le hace al hombre ser lo que es y le concede una herramienta intelectual y moral para construir su vida sin excesivos dolores de cabeza: la creencia. Podría decirse que toda su reflexión es una filosofía de la creencia. Hume va a poner ante los ojos de sus contemporáneos una nueva escena para el pensamiento humano, una escena preparada por dos siglos de pensamiento científico que hunde sus raíces en el telar oxoniense.
El tercer capítulo de esta obra entra de lleno en la crítica de la religión en David Hume, una vez concluida la exposición de la epistemología y teniendo siempre presente que la crítica de la metafísica no es sino la primera fase de la verdadera intención de Hume, la que le llevó más años y la que le reportó más sinsabores: la crítica de la religión. Una vez allanado el camino epistemológico queda rebajar los montes de la religión revelada y elevar los valles de la religión natural para que el hombre pueda pasar a pie firme por los senderos trazados por la ciencia de la naturaleza humana. Este será el propósito de su crítica religiosa y el contenido de su verdadera religión.
Este tercer capítulo puede ser considerado como el núcleo del trabajo. En él se expone la crítica de Hume a la religión en cuatro ataques consecutivos y un excursos final. Hume necesita encontrar unos fundamentos para la religión que la compatibilicen con la vida ordinaria de los hombres en paz y concordia; demasiado frescas estaban aun las contiendas entre conservadores y latitudinarios en la Inglaterra del XVII, y se hacía necesario criticar los supuestos que dieron lugar a esas contiendas, principalmente religiosos, y hallar el camino para una religión más humana, que no puede, en ningún caso, ser origen de guerras y discordias entre los hombres. De forma sistemática, Hume atacará, primero los milagros y las profecías, considerados como imposibles e innecesarios. De este primer ataque se concluye la necesidad de una fe secularizada. Seguidamente acomete contra la falsa creencia, aquella que envilece al hombre y a la religión: la superstición, las impías concepciones de la divinidad y el fanatismo, la conclusión será la necesidad de humanizar la religión. El siguiente envite es contra las famosas pruebas de la existencia de Dios, pruebas que según Hume sólo muestran a los enfermizos hijos de la razón humana y no a Dios mismo. El último ataque será contra la teodicea, imposible en todo caso tras la aplicación de la aporía de Epicuro.
El capítulo cuarto, Hume ante el “evangelio” de Jesús, propone una lectura del pensamiento de Hume a la luz de lo que podríamos considerar como la quintaesencia del evangelio: el proyecto de un mundo donde la misericordia y el amor presidan las relaciones humanas. En último término esto mismo es lo que pretende Hume con su crítica religiosa y, aunque no lo pretendiera, se da una confluencia de horizontes que hoy pueden ser muy útiles a la hora de presentar el Evangelio en la ciudad secular. El último capítulo de los cinco viene a sacar las consecuencias de todo lo expuesto. Hacia la verdadera religión: naturalizar la fe, nos propone el pensamiento del escocés como una propuesta doble de respeto por el hombre. En primer lugar porque respeta la realidad y en segundo porque respeta la religión. Respeto al hombre, respeto a la realidad y respeto a la religión son los mimbres con los que hoy puede hacerse un mundo más humano, que es el núcleo de la propuesta de Hume y el núcleo de la propuesta del Evangelio.
Bernardo Pérez Andreo

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