sábado, 18 de febrero de 2012

Schopenhauer contra la religión


(Para José Antonio Molina Gómez, pesimista lúcido y traductor para la postmodernidad de Schopenhauer)


Suances Marcos, Manuel, Arthur Schopenhauer. Religión y metafísica de la voluntad, Herder, Barcelona 2010 (1ª ed. 1989), 278 pp, 14 x 21,5 cm (Carthaginensia 51 (2011) 202-203).

Ha sido todo un acierto que Herder reedite este volumen del profesor Suances. Demasiado tiempo en los estantes de las bibliotecas hace mal a una reflexión que no ha dejado de estar de actualidad desde aquel 1989 de la edición princeps. Si entonces fue un título premonitorio de la situación del hombre en el mundo que se abría tras la caída del Muro, hoy es un preclaro diagnóstico de los males que aquejan a una humanidad que ha hecho de la Voluntad su enseña, pero que ha tenido miedo de cumplirla hasta el final. El mundo actual solo ha adoptado de Schopenhauer el primer paso de su metafísica de la voluntad y ninguno de la religión.
La obra pretende hacer una lectura religiosa del pensamiento de Schopenhauer y para ello plantea tres pasos fundamentales que coinciden con las tres partes de la misma. En la primera, intitulada La religión en el “mundo como representación”, analiza la posición atea del autor alemán. La religión es una versión pervertida de la necesidad metafísica de todo ser humano, es el intento por encontrar un sucedáneo a la realidad dolorosa y al sufrimiento vital inherente a toda existencia, pero, sobre todo, es la renuncia a pensar la propia existencia hasta el final. La religión crea en las mentes un estadio de subdesarrollo que le impide comprender cabalmente la realidad y que llena de prejuicios la inteligencia. Lo único que la religión puede tener positivo es ser la base de un orden moral sin el que el hombre se vería reducido a pura animalidad. Por eso hay que combatir la religión como un infantilismo y desmontar los argumentos que la han sostenido, sean apriorísticos o partan del mundo creado. Esto lleva al hombre a abrazar la filosofía como el medio para entender la metafísica, pero esta se torna metafísica de la voluntad.

La segunda parte de la obra entra de lleno en este análisis bajo el titulo Metafísica de la voluntad: lectura filosófica y religiosa de sus problemas. La voluntad, en Schopenhauer, es un trasunto de Dios. Una filosofía atea que quiera proponer algo para el hombre, no puede dejar de afirmar algún punto de apoyo a la existencia del mismo y en Schopenhauer es la voluntad, ella es la unidad de todo, la esencia de todas las cosas, el noumeno que subyace, lo transfenoménico. Pero la voluntad es un dios tiránico y, a la vez, cercano; tiránico porque no tiene ninguna misericordia de la situación del hombre; cercano, porque cada uno lo lleva dentro y es capaz de seguirle. Es un dios que la cierta ciencia actual abrazaría sin dudar, algo así como un determinismo azaroso, a un azar dirigido. La voluntad es la sustancia y naturaleza del hombre, la libertad, un accidente, es la capacidad de llegar a descubrirla, a descubrir que la voluntad posee una estructura metafísica en tres momentos. El primer momento es la caída en la existencia, fruto de la cual surge el mal, siendo el pecado la consecuencia necesaria del extravío de la voluntad en la existencia. La segunda es el determinismo y la carencia de libertad. Todo está determinado y el libre albedrío es una ilusión, en el mejor de los casos, o una invención para culpar a Dios del mal. El tercer momento es la inmortalidad como pérdida de la individualidad.
La tercera y última parte de la obra lleva por titulo Mensaje soteriológico. En ella realiza el autor un análisis del pensamiento religioso propiamente dicho de Schopenhauer en tres secciones. En la primera de ellas realiza una fundamentación de la moral sin la religión y lejos del imperativo categórico kantiano. En la tercera realiza un estudio comparado del budismo y el cristianismo, siendo el budismo, como ya habrá colegido el lector, la querencia más cercana del alemán. Pero la parte más interesante es la segunda, titulada Plan de salvación. En ella ofrece el triple camino de redención schopenhaueriano que consta de los siguientes elementos: la vida es esencialmente dolor y la existencia una caída, solo queda como consuelo la muerte, pero hay en el hombre un deseo metafísico de vivir que nos empuja a superar todos los obstáculos. Para alcanzar la redención debemos apostar por la justicia contra el egoísmo, la compasión contra la maldad y la ascesis contra el deseo de vivir. El egoísmo es el que nos empuja a buscar nuestro bienestar incluso contra los demás, por la justicia buscaremos no hacer daño a otros; la maldad de la existencia nos inclina al mal, pero la compasión nos llevará a buscar el bien de todos y no solo no dañar; la ascesis supone la negación del conato existencial humano y por tanto salir de la individualidad. Esta ascesis tiene un triple camino: la renuncia voluntaria, la iluminación en el proceso de renuncia que lleva a la supresión de la voluntad y donde no hay voluntad no hay representación y el mundo desaparece, resta la nada. La nada es la mejor recompensa, sin dolores ni sufrimiento.
La obra concluye con un balance crítico de las luces y sombras del pensamiento de Schopenhauer. Al decir de Suances, las luces son más que las sombras. Es un autor que ha influido enormemente en la tradición filosófica posterior y que ha llevado la razón pura a su extremo, ha puesto al hombre en un diálogo con su mismidad y le hace tomar posición clara en su vida: su vida le pertenece y no puede excusarse en otros. Ni la religión ni la tradición pueden quitar al hombre la carga pesada de la existencia. Pero este pensamiento tiene una sombra, no sale del solipsismo moderno. Es un pensamiento clausurado, donde no hay posibilidad de esperanza ni atisbo de transformación del mundo. Es un pensamiento muy al gusto del postmodernismo, pero poco apto para afrontar los cambios que se necesitan en un mundo ayuno de esperanza.

Bernardo Pérez Andreo

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