viernes, 23 de septiembre de 2011

La carne de la salvación es el corazón


Vagaggini, Cipriano, Caro salutis est cardo. Corporeità, Eucaristia e liturgia. Introduzione di Andrea Grillo. Post-fazione di Giorgio Bonaccorso, Edizioni Camaldoli, Arezzo 2009, 142 pp, 14 x 21 cm.
En el décimo aniversario de la muerte del autor se ha acometido la reedición de una de sus obras señeras, la que tenemos ante nosotros. La obra data de 1966 y formaba parte del intento, por parte de los teólogos, de aplicar la novedad del Concilio a todos los ámbitos de la teología y la vida eclesial. En este caso se trataba de sacar las consecuencias teológicas y litúrgicas de uno de los documentos que más cambiaron la vida de la Iglesia, la Constitución Sacro Sanctum Concilium, sobre la liturgia. En palabras de Vagaggini, “este estudio no ha tenido otro interés que ilustrar, bajo un aspecto determinado, los artículos 5, 6 y 7 y la Constitución del concilio Vaticano II sobre la Liturgia” (134).
Es una aportación a la doctrina antropológica general de la corporeidad del hombre interpretándola a la luz del axioma caro salutis est cardo.
La obra se estructura en seis capítulos y una conclusión. El capítulo primero es el planteamiento del problema del dualismo como ruptura de la verdadera doctrina cristiana y la comprensión de la Liturgia católica. Los cinco siguientes analizan la dimensión de la corporeidad en el cristianismo y la Liturgia en la Escritura y la tradición, especialmente la patrística y Santo Tomás. El problema que se encontró el Vaticano II fue que la verdadera Tradición cristiana había sido ocultada por una fuerte capa de dualismo que se construyó mediante una síntesis entre orfismo, pitagorismo, platonismo, neoplatonismo y gnosticismo. Esta mezcolanza creó una versión del cristianismo que se oponía frontalmente a la Tradición que nace en la Escritura. El nuevo cristianismo dualista poseía una dogmática que en muchos lugares y en muchas almas cristianas fue tenido por el único y verdadero cristianismo, y hasta hoy, diríamos nosotros, se mantiene. La doctrina dualista se basa en la distinción absoluta entre lo corpóreo y lo espiritual, basada esta distinción en la radical separación entre materia y alma y la subsiguiente denigración de la primera. La vida del hombre sería una renuncia constante a todo lo corpóreo y material para llegar a separar el alma del cuerpo y ser así premiada con la vida eterna. Como nos dice el autor, este dualismo, más o menos inconsciente, es uno de los mayores obstáculos para la comprensión de la verdadera naturaleza de la liturgia y de su función en la vida de la Iglesia (24). Dejar esto en claro en la conciencia cristiana y proponer una visión unitaria del ser humano, unidad sustancial de cuerpo y alma, es urgente hoy día, como lo fue tras el concilio.
Hagamos un breve repaso por los cinco capítulos dedicados a justificar la visión unitaria del ser humano en la tradición cristiana, antes de ver las conclusiones. Desde la perspectiva bíblica, el hombre es claramente cuerpo, su corporeidad no se pone en tela de juicio, mucho menos la bondad de la misma. En todo caso, es el hombre completo el que se encuentra ante el riesgo de la tentación, no solo el cuerpo, sino la unidad sustancial de cuerpo y alma. Esto es debido a la conciencia creatural bíblica, que implica la bondad esencial de todo lo creado, bondad que puede ser modificada por las tentaciones, corpóreas y anímicas estas. Esta visión bíblica se ve profundizada en el Nuevo Testamento debido a la conciencia encarnacional que está presente en todo el texto revelado. La encarnación del Verbo tiene su punto álgido de expresión en la experiencia bautismal y pascual. La eucaristía es el punto de fusión de lo espiritual y lo corpóreo. El cosmos entero se expresa en la eucaristía, fuente de toda la liturgia cristiana. La patrística no hace sino profundizar esta unidad esencial de toda la creación en el ser humano y su experiencia máxima en la vivencia eucarística y en toda la liturgia.
De la humanidad de Cristo, humanidad transida de corporeidad, emana todo el valor redentor para la humanidad. La liturgia es expresión de esta humanidad de Cristo, expresada en la materialidad de la eucaristía. Esta materialidad es expresión de la unidad esencial de la salvación. Según Tomás, la eucaristía es necesaria para la salvación del hombre, y lo es porque en ella se resume la creación entera: la materia creada y el espíritu, la naturaleza y la sociedad, la historia colectiva y la personal. La liturgia, así, es la expresión más elevada de la realidad cósmica en la que el hombre encuentra la salvación. Por tanto, concluyendo con el autor, la antropología unitaria es la base de la cristología y esta es la estructura fundamental de la liturgia, siendo la liturgia la expresión máxima de la vida verdadera humana. La corporeidad humana exige la ley de la encarnación y esta propone la ley de la sacramentalidad. El cuerpo físico de Cristo es el corazón de la salvación y la mentalidad del misterio pascual. El culmen de toda esta reflexión es el axioma caro salutis est cardo. Porque en el corazón está la carne de la salvación. Ahí se unen cuerpo y alma, naturaleza y sociedad, historia y realidad cósmica. El dualismo, consciente o no, que atenaza al cristianismo, impide vivir la verdadera salvación cristiana.
La presentación y el post-facio de la obra vienen a incidir en la necesidad de este discurso antidualista como medio de afirmar la verdadera fe cristiana. Es de lamentar que aún hoy, cincuenta años después del evento conciliar, siga siendo necesario recuperar estas reflexiones posteriores al concilio. Sería necesario que la teología hubiera tomado en serio la crítica al dualismo y que la dogmática lo hubiera oficializado. Con todo, el presente volumen sigue tan fresco o más que en la época en que nació, sencillamente porque no se ha puesto en práctica buena parte de lo aquí explicado.
Bernardo Pérez Andreo

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