martes, 19 de mayo de 2015

Fe y hechos en la historia de Jesús

Thiede, Carsten Peter, Jesus. La fede. I fatti. Messaggero Editrice, Padova 2009, 191 pp, 16 x 23,5 cm (Carthaginensia 55 (2013) 255-257).

Aunque la traducción de esta obra a la lengua de Dante es reciente, el original tedesco cuenta ya con diez años de antigüedad, antigüedad que se deja sentir con fuerza en un ámbito de estudios tan sensible a los progresos de los descubrimientos arqueológicos como es la investigación sobre Jesús, especialmente el Jesús histórico. Thiede hace gala en la obra de sus profundos conocimientos como historiador y papirólogo, apostando todo a la validez de unos pequeños restos de papiros encontrados en Qumram, específicamente el 7Q5, que contendría algún trazo del Evangelio de Marcos. Puesto que la cueva donde se encontró está datada del 40-50 d.C, el texto de Marcos sería anterior a la destrucción del 70, con toda probabilidad, indica Thiede, lo cual nos llevaría a que el apocalipsis marcano no sería una retroproyección de la comunidad pospascual sino un verdadero anuncio de acontecimientos futuros. Con este argumento y algunos más, el autor se enfrenta a toda la crítica histórica de los evangelios y a todos los investigadores sobre el Jesús histórico, apostando a que, como indica el subtítulo de la obra, en Jesús, los datos de la fe y los hechos coinciden punto por punto.

Para reafirmar este posición previa, este pre-juicio, el autor confronta algunos de los datos más significativos de los evangelios con la epigrafía y los descubrimientos arqueológicos a los que ha tenido acceso. Sin atender a varios de los criterios de historicidad que forman parte del consenso actual de la investigación, como el de datación múltiple, adoptando una sola fuente como válida para certificar un dato, véase la huida a Egipto o el nacimiento en Belén, Thiede se aventura a proponer que toda la narración mateana de la infancia de Jesús es de carácter histórico. La prueba la encuentra en un descubrimiento arqueológico en Ascalón, al norte de la franja de Gaza. Allí se habría encontrado un osario con muchos restos de nños pequeños, que habrían muerto con meses de edad. Este descubrimiento datado en los inicios del siglo I de nuestra era podría estar en relación con la muerte de los inocentes que nos relata Mateo que efectuó Herodes. Dado que Jesús hubo de nacer en el año 7 a.C, en invierno afina más el autor, los datos podrían concordar. No afirma que ese osario corresponda a la matanza de niños por Herodes, pero el hecho de que se encuentre puede dar verosimilitud al relato evangélico. En todo caso, nos dice Thiede, un ser tan macabro como Herodes era capaz de eso y mucho más, y puesto que era capaz, el relato es verosímil (sic).

Otro de los datos que la investigación unánimemente atribuye a la redacción pospascual y que Thiede apunta como hecho histórico es el de los discípulos de Emaús. Según él, el relato no solo es histórico, sino que sería la prueba fehaciente de que la resurrección es física. Si Jesús fue crucificado el 14 de Nissán, viernes, coincidiría con el 7 de abril del año 30. El 9 de abril irían caminando estos discípulos hacia Emaús. Dado el lugar y la época, el sol tendría mucha fuerza y en el momento del atardecer, pues los discípuos habrían tardado unas tres horas desde la tarde para llegar a Emaús, los ojos deberían maneterser bajos, deslumbrados por el sol poniente. Este hecho, insiste Thiede, les llevaría a no poder distinguir a aquel que llevaban al lado charlando con ellos. Ni siquiera en la casa ya, para la cena, podrían distinguirlo por la penumbra, solo al partir el pan, gesto típico de Jesús, sería reconocido por ellos. Entonces, según Lucas, desaparece Jesús, pero esta parte del relato ya no interesa a Thiede.

Si bien es cierto que no podemos separar al Jesús de la historia del Cristo de la fe, esto lo ha dejado bien claro la investigación reciente, pues sería imposible llegar al Jesús de la historia si no tuviéramos al Jesús de la fe, sin embargo, el Jesús de la fe debe ser tamizado por el ingente instrumental hermenéutico y científico que nos permite distinguir sin separar lo  que pertenece a la fe y lo que pertenece a la historia, sabiendo que la historia está siempre en la base, pero que es la fe lo que pertenece a la constitucion del dogma. Por eso, es importante mantener la independencia de los aportes de la ciencia y no mezclar ambas realidades. Los evangelios nos legan la concreción escrita de la experiencia de las comunidades que vivieron la historia de Jesús, pero esos textos deben ser investiados como tales por la hermenéutica textual y por la historiografía, de ahí que no sea de gran utilidad intentar conjugar lo que fue un relato con lo que es un hecho.

Esta fórmula de acceder a los datos evangélicos nos pone ante más aprietos que aquellos que pretende resolver. Por eso, al final de la obra, Thiede, de forma muy honesta, reconoce que la buena noticia del Hijo de Dios no se cierra con la resurrección, sino que se abre a la fe que lleva a comprometer la propia vida en el seguimiento. Como los discípulos de Emaús, nos dice, al encontrarnos con el Cristo de la fe, somos capaces de encontrar el sentido a los acontecimientos del pasado y proyectar la propia experiencia de fe al futuro. ¿No ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las Escrituras? Estas palabras que Lucas pone en labios de uno de los discípulos, son las que cada uno de los creyentes debe decir en su corazón al leer los evangelios, dice Thiede. Y así debe ser, sin confundir lo histórico con lo que pertenece a la fe. 
   

Bernardo Pérez Andreo

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